Memoria de Santa Bárbara y
de San Juan Damasceno
Himnos de la Liturgia
Tropario de Resurrección
Tono 8
Descendiste de las alturas, oh Piadoso, y aceptaste el entierro de tres días para librarnos de los sufrimientos. Vida y Resurrección nuestra, oh Señor, gloria a Ti.Tropario de Santa Bárbara
Tono 4
Honraremos a Santa Bárbara, porque ella derribó las trampas del enemigo y por el auxilio y la defensa de la Cruz ha escapado como un pajaro.Tropario de San Juan damasceno
Tono 8
Oh guía de la recta fe, maestro de la devoción y dignidad, astro del universo, belleza de los anacoretas inspirada por Dios, san Juan Damasceno, que has iluminado a todos con tus enseñanzas, oh lira del Espíritu: ¡Intercede ante Cristo Dios, para que salve nuestras almas!Condaquio de la Navidad
Tono 3
Hoy la Virgen viene a dar a luz inefablemente, en humilde gruta, al sempiterno Verbo. Gózate, oh universo, al escucharlo; alaba, con las potestades y pastores, a quien por voluntad se revela, al nuevo niño, al eterno Dios.Lecturas bíblicas
Carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas (3: 23 – 4: 5)
Hermanos: Antes de que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la vigilancia de la ley, en espera de la fe que debía manifestarse. De manera que la ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo, para ser justificados por la fe. Mas, una vez llegada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo. Pues todos son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, ustedes que han sido bautizados en Cristo, se han revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y si son de Cristo, ya son descendencia de Abraham, herederos según la Promesa.
Pues yo digo: Mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo, a pesar de ser dueño de todo; sino que está bajo tutores y administradores hasta el tiempo fijado por el Padre. De igual manera, también nosotros, cuando éramos menores de edad, vivíamos como esclavos bajo los elementos del mundo. Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la filiación adoptiva.
Evangelio según San Lucas (13: 10-17):
En aquel tiempo, estaba Jesús un sábado enseñando en una sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad.» Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; vengan, pues, esos días a curarse y no en día de sábado.» Le respondió el Señor: «¡Hipócritas! ¿No desatan del pesebre todos ustedes en sábado a su buey o su asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?» Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.
Mensaje Pastoral
El día del descanso
Cristo cura a una mujer en «sábado» y se enfrenta a la dureza de los fariseos que le reclaman haber trabajado en el día del descanso. Una vez más rompe las reglas sabáticas, para curar a una mujer encorvada y, a la vez, la mentalidad enfermiza que desconoce la voluntad de Dios y malinterpreta el mandamiento divino: «Santifica el día del Shabat (descanso).»
La importancia del «Sábado» en el Antiguo Testamento debe su origen al recuadro de la creación definido en el libro de Génesis. Dios creó el mundo entero en seis días y, viendo que «todo era muy bueno», bendijo el día séptimo y lo consagró como el día del reposo, día en el cual Dios descansó, no de, sino en su buena obra.
A partir de esta comprensión, podremos acceder a la esencia del mandamiento «santifica el día del Sábado» y asimilar su sentido verdadero y profundo: no es un día para que descanse yo, sino principalmente que Dios descanse en mí como su buena creatura, es decir, santa. Enla DivinaLiturgia, la oración del Trisagio, que el sacerdote recita en voz baja, invoca al Señor: «Oh Dios Santo, que descansas en los santos…»
En nuestro «Shabat», que es el domingo (el día del Señor como lo significa la palabra en latín), nos dedicamos a todo lo santo, preparando el alma cual un tálamo adornado con virtudes: oración, caridad, mansedumbre, penitencia, serenidad, a fin de que sea digna de recibir al Señor de todo.
Cuando hablamos de la consagración de este día, no pretendemos contraponerlo a los demás días de la semana como no santos o inmundos; más bien el domingo será la fuente y el motor de santificación para todo el Cronos (el tiempo), ya que nuestra vocación es encomendar «nuestra vida entera a Cristo Dios», como entona el diácono en todas las letanías. Es una realidad tangible el hecho de que nuestro modo de vivir, intereses, ocupaciones y responsabilidades cotidianas, a menudo, nos hacen olvidar la meta principal; así que el domingo viene a recordarnos y a recalcar en nosotros la verdad que es ayer, hoy y para siempre: «Del Señor es la tierra y su plenitud, el mundo y los que lo habitan.» (Sal 24:1).
Desafortunadamente este icono sublime del día del descanso es muy ajeno al weekend que las sociedades «cristianas» conocen y practican. Sin embargo, la vida sincera de quienes «tienen oídos» no cesa de ser «voz que clama en el desierto: ¡preparad los caminos del Señor!»
Es el día del descanso: suspendamos las obras que impidan repose en nosotros el Señor. Es el día octavo, el objeto de toda la semana, de toda la vida, en el que el alma no quiere suspender, ni un instante, el clamor de san Juan el Teólogo: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22:20). Amén.
San Juan Damasceno
4 de octubre
Después de que la gran ciudad de Damasco, metrópoli de Siria, cayó ante los musulmanes en el año 635, los cristianos fueron sometidos a muchas desventajas y al pago de tributos a sus dominadores árabes. En el tiempo del Califa Abdul – Malek (685–705), todo lo que tuviera que ver con la población cristiana, era responsabilidad de Sergio Mansur, quién gozaba de la confianza del Califa y venía de una de las familias dominantes cristianas de la ciudad. Alrededor del año 675 nació un hombre sincero y temeroso de Dios, nuestro Santo Padre Juan, “el Arpa del Espíritu Santo”. Desde su infancia fue educado para entender lo grandioso de las virtudes de la limosna y de los actos de amor y caridad, debido a que su padre dedicó su riqueza para rescatar y liberar a los prisioneros cristianos. Juan creció e incrementó su sabiduría junto con su hermano Cosme (c.f. 14 oct.) quien habiendo perdido a sus padres, fue adoptado por Sergio. La educación de los niños fue confiada al monje Cosme, un erudito italiano que Sergio había rescatado de los árabes. Cosme los instruyó en filosofía y en todas las ramas del saber de su tiempo. Su viva inteligencia y su modesto comportamiento les permitió tener un rápido progreso, sobresaliendo especialmente en el arte de la poesía y la música. Así, al cabo de unos años, su maestro reconoció que no tenía más que enseñarles y obtuvo el permiso de su padre para retirarse a la Lavra de San Saba, donde deseaba terminar sus días.
Con un perfecto conocimiento del árabe así como del griego, Juan se unió a su padre en la administración, probando que era muy capaz, por lo que después de la muerte de Sergio, fue nombrado como su sucesor por el Califa Walid (705 – 715 ).
Cuando Leo III el Saurio (717 – 741 ) comenzó a atormentar a la Iglesia Cristiana en el Imperio Romano atacando la piadosa veneración de los santos iconos, San Juan lanzó una defensa vigorosa de la fe a través de sus muchas cartas que escribió en Damasco a sus corresponsales en el Imperio, estableciendo las bases teológicas de la veneración de los santos iconos como ha sido encontrado en las Sagradas Escrituras y en los escritos de los Santos Padres. De esta manera, Juan atrajo el odio de Leo, quién intento deshacerse de él por medio de una carta falsa en la cual Juan aparentemente le escribía al emperador sugiriéndole que se apoderara de Damasco. La carta fue mostrada al Califa quién estando furioso le ordeno a su consejero que lo privara de su mano derecha. Esa misma tarde Juan colocó su mano cortada ante el icono de la Madre de Dios y por varias horas le suplico con lagrimas a la Soberana del Mundo que le regresara su mano. Cayendo en un sueño ligero vio venir a la vida al icono y oyó que la Santa Madre lo consolaba. Al despertar se maravilló con la restitución de su mano derecha y a partir de ese momento hizo votos para dedicarse a alabar a la Madre de Dios y a Nuestro Salvador, y a defender la Santa Fe Ortodoxa. Renunció a su posición en la administración, distribuyó su fortuna y partió hacia Jerusalén con Cosme para convertirse en monje en San Saba.
El Abad de la Lavra puso a Juan bajo el cuidado de un Anciano experimentado en la virtud, áspero y demandante, quién le prohibió todo lo que tuviera que ver con filosofía, ciencias, poesía, cantos o lecturas, y le ordenó se dedicara él mismo sin quejarse de las tareas domésticas a fin de avanzar en la obediencia y humildad. Un día, sin embargo, pese a la prohibición de su Padre Espiritual, Juan se conmovió por las suplicas de alguien que había perdido a su padre y compuso para su consuelo un himno que se usa hasta nuestros días. Cuando su Padre Espiritual oyó de este acto de desobediencia le pidió a Juan que recogiera a mano toda la basura de la Lavra, lo cual hizo sin replicarle ni una palabra. Pero varios días después, la Madre de Dios se le apareció al Anciano y le pidió que desde entonces dejase a su discípulo componer himnos y poemas, los cuales podrían superar a los Salmos de David y las Odas de los Santos Profetas dada su belleza y dulzura
Juan, inspirado por el Espíritu Santo, como el dulce sonido de un arpa, dio voz, con intachable armonía a un gran numero de himnos que expresan la mas honda percepción teológica del Padre de la Iglesia: Escribió el canon que cantamos en Pascua y compuso la mayor parte del Octotonos de la Resurrección; también es autor de los maravillosos cánones y las sublimes homilías de muchas fiestas del Señor, de la Madre de Dios y de los Santos.
Además de sus dones poéticos, Dios también le dio la gracia de la expresión teológica. Sin añadir nada a los dogmas y a las doctrinas expresadas por los primeros padres como Gregorio el Teólogo, Basilio el Grande, Juan Crisóstomo, Gregorio de Niza y Máximo el Confesor, San Juan Damasceno, en un trabajo de tres partes titulado “La Fuente del Conocimiento”, parte de la esencia de la fe Cristiana con una claridad concisa y maravillosa de expresión, que el trabajo entero puede ser considerado como el sello y la gloria máxima de la gran era Patrística. La tercera sección “Sobre la Fe Ortodoxa” es un excepcional acontecimiento en la tradición cristiana y, para los cristianos ortodoxos, es la fuente mas fidedigna en todo lo concerniente a los dogmas de la Fe. Juan muestra los errores de las herejías que desvían a diestra y siniestra la sana doctrina del camino real que conduce a los cielos, especialmente en sus contribuciones a la lucha contra los iconos. En tres largos tratados, compuestos entre el 726 y el 730, claramente indicó los profundos planos teológicos y la necesidad de veneración de los santos iconos y reliquias, esto es una proclamación de la realidad de la encarnación del Hijo de Dios y de la edificación de nuestra naturaleza en la persona de los Santos. Habiendo adquirido verdadera sabiduría a través de la humildad y firmeza en las labores ascéticas, éste filósofo del Espíritu Santo se quedo dormido en la paz del Señor el 4 de diciembre de 749 (o 753). La cueva donde paso algún tiempo como anacoreta es venerada hasta el día de hoy en el Monasterio de San Saba.