Memoria de San Juan Crisóstomo

Himnos de la Liturgia

Tropario de Resurrección

Tono 5icono_audio
Al coeterno Verbo, con el Padre y el Espíritu,
al Nacido de la Virgen para nuestra salvación,
alabemos, oh fieles, y prosternémonos.
Porque se complació en ser elevado en el cuerpo sobre la Cruz
y soportar la muerte,
y levantar a los muertos por su Resurrección gloriosa.

Tropario de San Juan Crisóstomo

Tono 8

La Gracia que por tu boca resplandeció como fuego,
ha iluminado el universo,
ha revelado al mundo los tesoros de la pobreza
y ha mostrado la excelsitud de la humildad.
¡Oh padre Juan Crisóstomo, cuyas palabras nos han educado,
intercede ante el Verbo, Cristo Dios, para que salve nuestras almas!

Condaquio de la Presentación de la Madre de Dios en el Templo

Tono 5

 Sagrado Templo del Señor y purísimo,
preciosa cámara nupcial y santísima,
cofre venerable de la Gloria de Dios,
en la casa del Señor, la Virgen hoy es presentada
y con ella la gracia del Espíritu Divino.
 Alábenle los ángeles de Dios porque ella es la tienda celestial.

Lecturas bíblicas

Carta del Apóstol San Pablo a los Hebreos (7: 26-8:2)

Hermanos: Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día como aquellos sumos sacerdotes, primero por sus pecados propios, luego por los del pueblo: esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Es que la Ley instituye como sumos sacerdotes a hombres frágiles; pero la palabra del juramento —posterior a la Ley— instituye al Hijo perfecto para siempre.

Éste es el punto capital de cuanto venimos diciendo: tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario y del Tabernáculo verdadero, erigido por el Señor, no por un hombre.

Lectura del Evangelio según San Lucas (10: 25-37)

En aquel tiempo, se levantó un legista y le dijo a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué he de hacer para heredar vida eterna?» Él le dijo: « ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Respondió aquél: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» Entonces le dijo: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás.» Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» Jesús le respondió y dijo: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores que, después de despojarlo y golpearlo, se fueron dejándolo medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, dio un rodeo. De igual modo un levita que pasaba por aquel sitio lo vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verlo tuvo compasión; se acercó y vendó sus heridas echando en ellas aceite y vino; y haciéndolo montar su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: “Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.”… ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» Él dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Entonces Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo.»

Mensaje pastoral

¿Quién es mi prójimo?

La personalidad del hombre se define conforme a su reacción a su entorno, es decir, según su relación con el prójimo que Dios le pone en el camino. Estas relaciones sociales no forman meramente una parte de la vida sino que instituyen el sentido real de la misma; es menester enfatizarlo hoy en día, que el individualismo se ha vuelto la dignidad principal de la sociedad.

La pregunta que le preocupaba al legista de la lectura evangélica no es fácil de contestar: «¿Quién es mi prójimo?», al que tengo que amar como a mí mismo y cuya vida ocuparía de mi reinado un espacio significativo tanto cuanto la mía.

Para el judío de aquel entonces, merece este calificativo el hermano, el familiar o el judío, tomando en cuenta que en su concepto la religión equivale a la raza. El hombre contemporáneo también define «el prójimo» conforme a la ideología religiosa, política o nacional y, sobre todo, conforme al interés común.

La parábola de Cristo «el Buen samaritano», en cambio, establece la respuesta concluyente del Cristianismo sobre «el prójimo» en el siguiente término: ¡Amor!

Amor comprometido y expresado en misericordia; amor práctico incapaz de encerrarse insensiblemente lejos del entorno. ¿Qué significa la familia y la hermandad cuando el amor se opaca? ¿Qué figura la patria si el sentido de la responsabilidad se desvanece? Todas las relaciones en ausencia de amor vuelven redes que cautivan lastimosamente la individualidad de hombre a escapar. «Vete (hacia el prójimo) y haz tú lo mismo (que el buen samaritano)», dijo el Señor al legista. El prójimo es aquel hacia quien me dirijo. Cada hombre que se encuentra en mi ruta es mi prójimo: o me dirijo hacia él con misericordia o lo ignoro y así lastimo la proximidad.

Las garantías de la vida no se consiguen ignorando al prójimo sino sirviéndolo, porque la garantía está en Dios y no en el hombre. No hay comunión con Dios sin el amor al prójimo. No hay comunión con Dios en un corazón que no se apiada.

La familia, la raza y la patria son relaciones establecidas que ayudan pero lo que crea a una «prójimo» es el salir hacia él con misericordia.

«Vete (salte) y haz tú lo mismo».

San Juan Crisóstomo (13 de noviembre)

El más grande y amado entre todos los oradores cristianos, San Juan Crisóstomo, nació en Antioquia la Grande entre los años 344-347; provenía de una noble familia, sus padres fueron Secundo, funcionario civil en la administración militar de Siria, quien muere poco tiempo después del nacimiento de Juan; y Anthusa, una excelente mujer y una cristiana ejemplar, viuda a la edad de veinte años, quien se hizo cargo de la educación piadosa y esmerada de su hijo, así como de su primera hija. Juan recibió su enseñanza literaria del filósofo Anthragathius y de Livanio, el sofista, quien fuera el más grande maestro de la escuela retórica griega en aquel tiempo. Livanio era pagano, y cuando le preguntaron antes de su muerte a quien consideraba su mejor sucesor, contestó: “Por supuesto a Juan, si los cristianos no lo hubiesen separado de nosotros,” y sobre la madre de Juan opinó: “¡Qué dignas mujeres tienen los cristianos!”

Después de terminar sus estudios, Juan ocupó el puesto de abogado y se hizo muy famoso por su elocuencia. Pero muy pronto la vida mundana lo aburrió. Al recibir el bautismo a la edad adulta, según las costumbres de aquellos tiempos, quiso alejarse al desierto, pero se quedó en la ciudad por petición de su madre.

Mientras tanto el obispo de Antioquia, Meletio, se enteró de su extraordinaria inteligencia y lo ordenó lector en el año 370. En este tiempo Juan estaba estudiando las Sagradas Escrituras y otras ciencias relacionadas con la teología.

Al fallecer su madre, pudo cumplir su más gran deseo. Del año 374 al 381 vivió vida monástica en una ermita cerca de Antioquía; su extremo ascetismo minó su salud obligándolo a regresar a Antioquía, donde San Meletio lo ordenó diácono en el año 381.

San Meletio fue llamado a Constantinopla para presidir el Segundo Concilio Ecuménico durante el cual se durmió en el Señor. En el año 386 el obispo Flaviano ordena a Juan presbítero de la Iglesia de Antioquía. Los doce años de su servicio en Antioquia fueron los años más felices de su vida. Predicaba sin parar y participaba de manera muy activa en las alegrías y tristezas de sus parroquianos. Muchas veces sus sermones eran interrumpidos por fuertes aplausos. Juan calmaba al público diciendo: “¿Para qué me sirven sus aplausos? Arrepentimiento y conversión de vida hacia Dios, son los mejores elogios para mí de parte de ustedes.” Especialmente Juan se hizo famoso por sus palabras referidas a las desgracias que amenazaban a la gente de Antioquia por derrumbar las estatuas de los emperadores. Muy pronto, en todo el mundo cristiano Juan se hizo famoso como “El Crisóstomo” (Boca de oro) (este nombre le fue dado por su gran elocuencia). Dada su fama, fue elegido por el pueblo como sucesor de San Nectario –quien a su vez había sucedido a San Gregorio el Teólogo-; y fue consagrado obispo de Constantinopla el 28 de febrero de 398 por Teófilo, Patriarca de Alejandría.

Los primeros tiempos de su patriarcado fueron muy agradables para Juan: empezó a luchar con todas sus fuerzas contra lo que quedaba del arrianismo, por establecer la paz entre algunos obispos que estaban en conflicto y por corregir al clero y a los parroquianos. Pero esta enérgica actividad le trajo muchos enemigos, la más importante de entre ellos, la emperatriz Eudoxia, quien encabezaba la lucha contra Juan. Eudoxia era una mujer frívola y ambiciosa, había atraído a su grupo al arzobispo Teófilo y junto con él se unieron los obispos descontentos con Juan. Estos obispos organizaron un concilio en una ciudad cerca de Calcedonia llamada la Encina en agosto del 403 y condenaron a Juan a dejar la cátedra y al exilio en el Ponto.

“La iglesia de Cristo no comenzó conmigo ni terminará conmigo” — les dijo Juan a los fieles y dejó la capital. Pero la misma noche hubo un terrible terremoto y sus golpes más fuertes se escucharon en el palacio. Asustada Eudoxia mandó pedir al Crisóstomo que regresará a la ciudad. Pronto el ambiente de reconciliación se transformó en nuevos enfrentamientos con Eudoxia. Pasaron dos meses y Eudoxia se entregó nuevamente a sus pasiones y vicios. En la fiesta de San Juan Bautista, el Crisóstomo inició su sermón con estas palabras: “Ya se enfurece nuevamente Herodías, nuevamente se conmueve, baila de nuevo y nuevamente pide en una bandeja la cabeza de Juan”. Sus adversarios consideraron estas palabras como una alusión a Eudoxia. Esta vez Juan fue condenado por rebeldía y fue enviado al exilio a Cucusa en el año 404, en la frontera de Cilicia y Armenia, adonde durante tres años acudían desde Antioquía muchos de sus antiguos fieles, por lo que sus enemigos decidieron desterrarlo a Pitio, lugar inhóspito cerca del Cáucaso.

El arduo viaje de 3 meses estuvo lleno de contrariedades y sufrimientos; los rudos guerreros llevaban al Santo caminando a través de las montañas con calor y lluvia torrencial. El Santo no alcanzó a llegar a Pitio; entregó su alma al Señor cerca de Comana, en el Ponto, en la capilla del Mártir Basilisco, donde durante la noche, tuvo la visión del Santo Mártir, quien le dijo: “No te entristezcas, hermano, mañana estaremos juntos.” Al día siguiente, por la mañana, después de comulgar los Santos Dones, y de pronunciar las palabras: “¡Gloria a Dios por todo!” San Juan falleció en paz el 14 de septiembre de 407.

Sus santas reliquias fueron trasladadas a Constantinopla 31 años después por el Emperador Teodosio el Joven y Santa Pulqueria. Los hijos de Arcadio y Eudoxia con fervientes suplicas pidieron perdón por los pecados de sus padres; el retorno de estas santas reliquias es celebrado el 27 de enero. El Crisóstomo hizo exhaustivos comentarios sobre las Sagradas Escrituras y es el autor con más número de obras entre los Padres de la Iglesia. Nos dejó comentarios sobre todo el libro del Génesis, los Evangelios de San Mateo y San Juan, Hechos de los Apóstoles y sobre todas las epístolas de San Pablo; 1447 sermones y 240 epístolas. Junto con esta conmemoración y la del 27 de enero, se le conmemora con los jerarcas de la Iglesia Basilio el Grande y Gregorio el Teólogo el 30 de enero.

NOTICIAS

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Padre Juan R. Méndez ()

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