2°. Domingo después de Pentecostés

MP TH Beso ángel

Cuando las Mirróforas vieron la piedra removida, se alegraron
porque vieron a un joven sentado en el sepulcro que les dijo:
Cristo resucitó; decid a los Apóstoles y a Pedro:
Corran al monte de Galilea,
allá donde se les aparecerá a vosotros, oh amados,
tal como antes lo había dicho.

Exapostelario

Tropario de la Resurrección

Tono 1

Cuando la piedra fue sellada por los judíos
y tu purísimo cuerpo fue custodiado por los guardias,
resucitaste al tercer día, oh Salvador,
concediendo al mundo la vida.
Por lo tanto, los poderes celestiales clamaron a Ti:
Oh Dador de Vida,
Gloria a tu Resurrección, oh Cristo, gloria a tu Reino,
gloria a tu plan de salvación, oh Único, Amante de la humanidad.

Condaquio

Tono 4

Oh Protectora de los cristianos indesairable;
Mediadora, ante el Creador, irrechazable:
no desprecies las súplicas de nosotros, pecadores,
sino acude a auxiliarnos, como bondadosa,
a los que te invocamos con fe. 
Sé presta en intervenir y apresúrate con la súplica,
oh Madre de Dios, que siempre proteges a los que te honran.

Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos (2: 10-16)

Hermanos: Gloria, honor y paz a todo el que obre el bien; al judío primeramente y también al griego; que no hay acepción de personas en Dios.

Pues cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán; y cuantos pecaron bajo la ley, por la ley serán juzgados; que no son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la cumplen: ésos serán justificados (pues cuando los gentiles que no tienen ley cumplen naturalmente la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos; los cuales muestran la obra de la ley escrita en su corazón, como se lo atestigua su conciencia y sus diferentes juicios que ya los acusan, ya los defienden), en el día en que Dios juzgará los secretos de los hombres por Cristo Jesús, según mi Evangelio.

Evangelio según San Mateo (4: 18-23)

En aquel  tiempo, mientras Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos: Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dijo: «Vengan conmigo, y los haré pescadores de hombres.» Y ellos al instante, dejando las redes, lo siguieron.

Más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Ellos, al instante, dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.

Recorría Jesús toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo.

Fe que se vuelve un pescador

“Escucha, hija, mira y pon atento oído, olvida a tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey se prendará de tu belleza” (Salmo 44: 12-13).

Ellos no habían presenciado un milagro, pero creyeron en la promesa: el Señor los llamó y, al instante, los sencillos pescadores no dudaron en seguirlo. Temeraria es la fe, podría decirse. Un padre latino, Jerónimo, escribía: “La fe verdadera no conoce intervalo: tan pronto oye, cree, sigue y se convierte en pescador.” Como puede inferirse en el Evangelio de san Juan (Jn 1: 35-42), el Bautista los había preparado para el encuentro: las ovejas escucharon al pastor y reconocieron su voz. Por ello, dejaron los peces y las redes, y salieron a pescar almas. Y, así, al abandonar su anterior labor, abandonaron también su ignorancia, su rudeza, y se transformaron, mediante la gracia del Espíritu Santo, en hombres sabios.

Digno es notar que el Evangelio menciona que Santiago y Juan estaban arreglando sus redes (quizá necesitaban alguna reparación o, simplemente, no estaban en condiciones para la pesca en ese momento) y no habían pescado nada; posteriormente, después de la Resurrección de Cristo, los apóstoles salen nuevamente a pescar y, siguiendo las instrucciones del Maestro, llenan abundantemente las redes. ¡Dichosa elección entre lo mundano y lo celestial! Poco importa lo mucho o poco que se abandona: lo que importa es el espíritu que se libera de lo material. Así, podemos entender con mayor claridad por qué nuestro Señor le dijo al que quería ser su discípulo, pero deseaba enterrar a su padre: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos» (Mt 8: 22). Que el mundo entierre lo del mundo y no sea obstáculo que postergue el llamado del Señor.

Los discípulos “creyeron que podrían ellos pescar a otros por la sola palabra que a Jesús habían oído y con que a ellos mismos los había pescado”, hace notar san Juan Crisóstomo. Y cada milagro de Jesús confirmaba la fe que habían depositado en Él.

Es nuestra elección acudir al llamado: que el mundo conozca a Dios será el resultado de la pesca. Que la red de su palabra se extienda sobre la mar; y nosotros, ignorantes y rudos, aprendamos a ser pescadores, por la gracia de su Espíritu Santo. Amén.

Rev. Padre Antonio Martínez
Iglesia de la Santa Trinidad
Guatemala,Guatemala

La vela y nuestra oración

Las velas encendidas en el templo y frente a los iconos son una tradición auténtica y una expresión sencilla y transparente de la devoción cristiana. Pero encender una vela, como los demás gestos litúrgicos, tiende a menudo a volverse un hábito que, haciéndolo  por costumbre, produce el descuido de lo que debe encenderse de virtudes y devociones en nuestro interior.

Tomando lo anterior en consideración, exponemos algunas frases de san Juan de Crontestad (un sacerdote ruso [1845-1920] que el pueblo ruso recuerda con gran fervor y que fue canonizado en 1992) a fin de animar nuestra conciencia:

«Las velas encendidas sobre el altar son el signo de la Luz de la Santísima Trinidad, pues Dios no mora sino en la Luz, y hacia Él, la oscuridad no se acerca ya que es como fuego que devora todo pecado o maldad.

Una vela encendida ante el icono de Cristo lo anuncia como la Luz del mundo, que ilumina a todo hombre que viene a Él.

Una vela encendida ante el icono de la Virgen la anuncia como la Madre de la Luz.

Una vela encendida ante el icono de un Santo lo anuncia como candil adornado, y puesto como faro alto, ilumina a todos los que están en la casa. Encendemos las velas como símbolos del ardor de nuestro celo hacia su santidad y amor, como señales de veneración, alabanza silenciosa y agradecimiento por la intercesión que nos brindan.

Cuando enciendo una vela, pido a Dios que me otorgue un corazón que arda con el fuego del santo celo y del amor puro, que queme los deseos y pecados que están dentro de mí.»

¿Por qué el incienso?

El incienso ofrecido indica la Presencia Divina: Dios está presente en la Iglesia, en los iconos, en los fieles y en todo el universo. Y cuando el sacerdote inciensa a cada uno de los presentes, inciensa la imagen de Dios en él; por eso, cuando se eleva ante nuestros ojos, nos inclinamos ofreciendo a Dios el templo de nuestro cuerpo para que sea su morada: “¡Ven a habitar en nosotros!”

Y mientras el incienso es dirigido hacia cada uno a la vez, contiene a todos juntos: formamos la Iglesia, y nuestra oración común se eleva con el aroma delicado que llena la casa de Dios con dulzura y devoción.

Sobre el amor al prógimo

+ Padre Paísio

Cuando uno ora con dolor ante Dios por su prójimo, el Buen Dios manda su Gracia abundantemente.

Si te amas a ti mismo por encima de los demás, infórmate que todavía no vives el pensamiento de Cristo.

Suaviza tu duro corazón ante las almas heridas según puedas, para que sea sensible y humilde, así, pidiendo la misericordia de Dios, alcanzarás.

Dios auxilia cuando, haciendo tuyos los problemas del prójimo, pides su misericordia. En ese momento, el justo Dios, al ver un cierto amor sincero, auxilia.

Cada vez que los hombres se alejan de la vida sencilla y natural, se les aumenta la inquietud humana. Y cada vez que la cortesía hipócrita se acrecienta, se pierden la sencillez, la alegría y la sonrisa humana natural.

Padre Ignacio: obispo auxiliar

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El Santo Sínodo: omunicado pastoral

En el Monasterio de Nuestra Señora de Balamand (Líbano), entre el 21 y el 23 de junio, se celebró el ciclo 47° del Santo Sínodo Antioqueno, presidido por Su Beatitud Ignacio IV (Hazim) en presencia de Sus Eminencias Padres del Santo Sínodo Antioqueno …     leer más

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Padre Juan R. Méndez ()

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