Dommingo del Paralítico

domingo del paralitico

El Señor misericordioso, Amante de la humanidad,
se detuvo en la Piscina de Betesda para curar las enfermedades,
y encontró a un hombre paralítico desde muchos años atrás,
y le dijo: “Levántate, carga tu camilla, y anda por rectos caminos.
Exapostelario

Tropario de la Resurrección

Tono 3

Que se alegren los celestiales
y que se regocijen los terrenales;
Porque el Señor desplegó la fuerza de su brazo,
pisoteando la muerte con su muerte;
y, siendo el primogénito de entre los muertos,
nos salvó de las entrañas del Hades
y concedió al mundo la gran misericordia.

Condaquio de la Pascua

Tono 8

Cuando descendiste al Sepulcro, oh Inmortal,
destruiste el poder del Hades;
y al resucitar vencedor, oh Cristo Dios,
dijiste a las mujeres Mirróforas:
«¡Regocíjense!»;
y a tus discípulos otorgaste la paz,
Tú que  concedes a los caídos la resurrección.

Primera carta del Apóstol  San Pedro (1Pe 5: 6:14)

Hermanos: Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasión, los ensalce; confíenle todas sus preocupaciones, pues Él cuida de ustedes. Sean sobrios y velen. Su adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resístanle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que los ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, los restablecerá, afianzará, robustecerá y los consolidará. A Él el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Por medio de Silvano, a quien tengo por hermano fiel, les he escrito brevemente, exhortándoles y atestiguándoles que ésta es la verdadera gracia de Dios; perseveren en ella.

Los saluda la (Iglesia) que está en Babilonia, elegida como ustedes, así como mi hijo Marcos.

Salúdense unos a otros con el ósculo de amor. Paz a todos los que están en Cristo.

Evangelio según San Juan (Jn 5: 1-12)

En aquel tiempo, subió Jesús a Jerusalén. Hay en Jerusalén una piscina, cerca de la puerta de las ovejas, llamada en hebreo Betesda, la cual tiene cinco pórticos. En ellos, yacía una gran multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos aguardando el movimiento de las aguas, pues un ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina, y agitaba el agua; y el primero que después de movida el agua entraba en la piscina, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Estaba allí un hombre que hacía treinta y ocho años que se hallaba enfermo. Jesús, al verlo tendido y al enterarse de que llevaba ya mucho tiempo, le dijo: «¿Quieres recobrar la salud?» El enfermo respondió: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua, por lo cual mientras yo voy, ya se ha metido otro.» Le dijo Jesús: «Levántate, toma tu camilla y anda.» De repente se halló sano este hombre, tomó su camilla y se puso a andar.

Era aquél un día sábado; por eso le decían los judíos al que había sido curado: «Es sábado y es ilícito llevar a cuestas la camilla.» Les respondió: «El que me ha devuelto la salud me ha dicho: “Toma tu camilla y anda”.» Le preguntaron entonces: «¿Quién es ese hombre que te ha dicho: “Toma tu camilla y anda”?» Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar. Más tarde, Jesús lo encontró en el templo y le dijo: «Mira que has quedado curado; no peques más, para que no te suceda algo peor.» El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús quien le había curado.

¿Quieres ser curado?

Así inicia nuestro Señor su diálogo amistoso con aquel hombre paralítico que yacía a un costado de la célebre piscina de Betesda —casa de la misericordia o de la piedad divina, en hebreo— y que llevaba treinta y ocho años soportando esa terrible enfermedad. Esperaba pacientemente que alguien se compadeciera y le ayudara a sumergirse en el estanque. Por eso respondió al Señor: No tengo a nadie que me ayude. De entre la multitud de enfermos, mancos, cojos, ciegos y paralíticos, aquel anciano sin fuerzas, imposibilitado de moverse por sí mismo para buscar la curación, era el más necesitado de ayuda. Dependía totalmente del auxilio de otro, de la caridad de alguien, más que ninguno. Su disposición de ánimo, a momentos, pudo ser quebrantada  por la falta de atención e interés que encontraban sus ruegos de auxilio, por la indiferencia de los demás, pero mantuvo la mansedumbre y  perseveró; no cayó en la desesperación ni en el abatimiento; confió en que algún día alguien le ayudara. Por eso el Señor prescinde de los otros hombres enfermos y se acerca a él: ¿Quieres ser curado? La respuesta no traduce queja, acusación, resentimiento, reclamación, ansiedad o angustia, solo sencillez,  humildad y espera: Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina. Si tuviera a Alguien, parecería decir, me curaría de todos mis males porque tal es la fuerza de Dios  «que en todo tiempo, sana las dolencias y perfecciona las deficiencias». Esa paciencia, fortaleza y  esperanza que manifiesta el paralítico solo la Fe en el Señor las proporciona. Que era grande su fe lo prueba su larga espera de casi cuatro décadas. Fe verdadera en la Fuerza del Señor «que bajaba de tiempo en tiempo» y curaba cualquier mal que se tuviera. Esta disposición del alma atrajo la Gracia de Dios. Sin fe, nos dice el Apóstol, es imposible agradar a Dios, pues el que se acerca a Él ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan (Heb11:6)

No sabemos por qué pecados pagaba precio aquél paralítico o si su padecimiento era consecuencia, en parte, de su debilidad física. En ambos casos, el sufrimiento corporal y anímico  fue para su edificación y fortalecimiento. Todos pecaron, dice el Apóstol, y están privados de la gloria de Dios (Rom 3:23). Y también: Sufren para corrección y provecho suyos (Heb12:5s) Toda corrección ciertamente es dolorosa y muy penosa, pero genera  fruto apacible y agradable a Dios. Así, si aún estamos siendo corregidos, aprendamos de aquél paralítico y mantengamos firme la esperanza en el Señor y cuando seamos liberados de nuestras dolencias y faltas, andemos en el camino recto manteniendo vivas y presentes aquellas palabras: Mira, estás curado; no peques más para que no te suceda algo peor.  

Rev. Padre Juan Peña
Catedral de San Jorge
México D.F.

La persignación

persignarsePara persignarnos o hacer la señal de la cruz debemos juntar los tres primeros dedos de la mano derecha (pulgar, índice y medio). y los otros dos (anular y meñique), se doblan hacia la palma.

Los tres primeros dedos nos demuestran nuestra fe en la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.

Los dos dedos doblados, significan que el Hijo de Dios bajó a la tierra siendo Dios y se hizo hombre, demostrándonos sus dos naturalezas, la divina y la humana.

Al iniciar la señal de la cruz ponemos los tres dedos juntos en: la frente, para santificar nuestra mente; en la cintura para santificar nuestros sentimientos interiores; al hombre derecho y después al izquierdo, para santificar nuestras fuerzas corporales.

La señal de la cruz nos da fuerza para rechazar y vencer el mal. Tenemos que hacerlo correctamente, sin apuro, respetuosamente y conscientes del acto que significa el persignarse.

En caso contrario estamos demostrando: falta de interés y negligencia al hacerlo, de esta manera sólo estamos logrando que los diablos se alegren por nuestra irreverencia, dice san Antonio el Grande.

Nos persignamos al iniciar, durante y al final de una oración; al reverenciar los iconos; al entrar y salir de la Iglesia; al besar la vivificante Cruz; también hay que hacerlo en los momentos críticos de nuestras vidas, en alegrías y pena, en dolor y congoja; antes y después de las comidas.

¡Felicidades!

Felicitamos a toda la comunidad de la Catedral de San Jorge, en México D.F. y en Venezuela, Valencia, y a todos los que llevan  el nombre de San Jorge y a los que buscan su intercesión, pidiendo al Dios misericordioso que, por la intercesión del Santo, nos otorgue paz y anhelo para seguir su celo y pasos hacia la santidad.

 

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Padre Juan R. Méndez ()

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