Domingo de Ramos

 Domingo de Ramos

“Hoy la Gracia del Espíritu Santo nos ha reunido.
Y todos, juntos, elevamos Tu Cruz diciendo:
“Hosanna en las Alturas,
Bendito Él que viene en el Nombre del Señor”.

Troparios de la Fiesta

Tono 1

Oh Cristo nuestro Dios:
cuando resucitaste a Lázaro de entre los muertos, antes de tu Pasión,
confirmaste la Resurrección universal.
Por lo tanto, nosotros, como los niños,
llevamos los símbolos de la victoria y del triunfo
clamando a Ti, oh Vencedor de la muerte:
«¡Hosanna en las alturas!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!»

Tono 4

Oh Cristo nuestro Dios:
a nosotros que fuimos sepultados contigo por medio del Bautismo,
por tu Resurrección nos hiciste dignos de la vida eterna;
por eso te alabamos diciendo:
«¡Hosanna en las alturas!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!»

Condaquio de la Fiesta

Tono 6

Oh Cristo Dios,
sentado en los cielos en el Trono
y en la tierra sobre un pollino:
acepta las alabanzas de los ángeles
y el cántico de los niños que exclaman:
«¡Bendito eres Tú, que vienes a renovar la vocación de Adán!»

Carta del Apóstol San PAblo a los filipenses  (4: 4-9)

Hermanos: Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito: ¡Estén alegres! Que su bondad sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No se inquieten por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presenten a Dios sus peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo entendimiento, custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.

Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, en esto piensen. Todo cuanto han aprendido y recibido y oído y visto en mí, pónganlo por obra y el Dios de la paz estará con ustedes.

Evangelio según San Juan (12: 1-18)

En aquel tiempo, seis días antes de la Pascua,Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaba con Él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se llenó de olor de perfume. Dijo Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?» Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa se llevaba lo que echaban en ella. Dijo Jesús: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendrán con ustedes, pero a Mí no siempre me tendrán.»

Gran número de judíos supo que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

Al día siguiente, al sentarse la numerosa muchedumbre que había llegado para la fiesta, de que Jesús se dirigía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a su encuentro gritando: «¡Hosanna!  ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, El Rey de Israel!» Jesús, habiendo encontrado un borriquillo, se montó en él, según está escrito: No temas hija de Sión; mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna.

Esto no lo comprendieron sus discípulos de momento; pero cuando Jesús fue glorificado, cayeron en la cuenta de que esto estaba escrito sobre Él, y que era lo que le habían hecho. La gente que estaba con Él cuando llamó a Lázaro de la tumba y lo resucitó de entre los muertos, daba testimonio. Por eso también salió la gente a su encuentro, porque había oído que Él había realizado aquella señal.

«¡Hosanna!» o «¡Crucifícalo!»

Un día, el pueblo exaltó con alabanzas a Cristo en su entrada a Jerusalén; pocos días después, lo crucificó.

Aquí exclaman: ¡Hosanna! (Sálvanos) ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!; allá gritan: ¡Crucifícalo!

Aquí es recibido como rey con ramos de olivo y palmas; allá es golpeado, azotado y herido con una lanza.

Aquí el pueblo tiende su ropa para que su asna pase sobre ella; allá le rasgan la túnica y le hacen cargar su cruz.

Aquí sale el pueblo a recibirlo y a entrar con Él a Jerusalén, allá lo saca de la Ciudad para crucificarlo.

Éste es un pueblo que vacila entre la admiración de la potestad del Señor y el menosprecio de la humildad de su Cruz. Nosotros, igualmente, solemos actuar y vivir en esta misma esquizofrenia: vacilamos entre la fe y la incredulidad, entre el amor y la tibieza. Unas veces nos presentamos como apóstoles suyos y otras nos negamos a la Gracia que brotó de su costado vivificador.

El Domingo de Ramos, como nuestra entrada a la Semana Santa, lanza un llamado a participar de la Pasión del Señor: «acompañémoslo con corazón purificado» (Maitines del Lunes Santo); es un día en el que aclamamos al Rey de la gloria que jamás nos ha ofrecido descanso u holgura sino lucha y sudor: «El Reino de los cielos se alcanza con esfuerzo, y son los esforzados los que lo arrebatan» (Mt 11:12).

Salgamos, entonces, de esta muchedumbre oscilante e incorporémonos al coro de María Magdalena, la que enjugó con su cabello (símbolo de su gloria) los pies del Señor y entregó todo lo que poseía para recibir a su vez la riqueza del Rey. Dura es la amonestación del Señor: «Puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca» (Ap 3:16). Pero dulce es su llamamiento: «¡Entra en el gozo de tu Señor!», a todos los que han luchado con firmeza –cada quien según su fuerza y posibilidades– en la batalla de la Cuaresma, y que hoy llegan a levantar los ramos de la virtud y a exclamar con los niños de Jerusalén: «¡Bendito eres Tú que has venido en el Nombre del Señor!» Amén. 

Semana Santa

Es la semana de la profunda vigilia donde el alma anhela al Novio Jesús; “He aquí que el Novio viene a medianoche…” cantamos en los primeros días de la Semana. Viene y entra en la oscuridad de tu alma a fin de que ella pueda recibir la Luz Pascual.

Será conveniente que, además de los servicios, dediquemos tiempo, según se pueda, para leer en los Evangelios, para alimentar nuestra contrición, así que, ungidos el miércoles con el Santo Óleo “para la curación del cuerpo y del alma”, podamos participar en la Cena Mística del Jueves Santo (en la mañana). En la noche del mismo día y con las doce lecturas evangélicas que la Iglesia nos lee, penetramos en la Pasión de Cristo y nos suavizan el corazón las palabras del Señor sobre su voluntaria entrega, sobre la promesa del Paráclito, y sobre la Iglesia surgida de su Costado herido.

Gran bendición nos otorga la participación de “las Horas Reales” de la mañana del Viernes: Salmos, profecías, lecturas evangélicas, epístolas y cantos que se refieren a la Pasión; comprendemos la Cruz como la fuerza de Dios y su sabiduría. Al terminar el Servicio ponemos el Epitafio (el icono del Entierro Divino) en medio de la Iglesia y lo veneramos, y regresamos en la tarde para alabar con los himnos fúnebres el misterio “¡Al Hades bajaste, la muerte pisoteaste con tu poder divino!”; y con la procesión del Epitafio contemplamos “la Providencia cumplida con la Muerte.”

El Sábado de la Gloria los catecúmenos recibían el Bautismo: muerte por el pecado y resurrección para una vida nueva en Cristo Jesús. En esta Liturgia, por ya no soportar más que el Señor permanezca en el sepulcro, le exclamamos: “Levántate, oh Señor, Juzga la tierra,” mientras el sacerdote arroja sobre los fieles el laurel anunciando que nuestro Salvador ha vencido y que, por su Cruz, ya somos vencedores.

 La Semana no es santa por sí misma si no por consagrarla al Santo Acontecimiento; “venid, hermanos, acompañémoslo con conciencia pura, crucifiquémonos con Él por los deseos de la vida…” Para que, concluyéndose la Semana, podamos clamar desde el fondo del ser: “¡Cristo ha resucitado!”

Himno de la resurrección de Lázaro

Escuchar
Regocíjate, Betania,  /   hacia ti hoy vino Dios,
Quien al muerto vivifica. /  ¡Cómo no, si la Vida es Él!
 
Marta Lo ha recibido  /   con lamentos y dolor:
«¡Ay de mí, Jesús amigo, /   me derriba un gran pesar!»
 
Exclamó: «¡Rabí, oh Cristo /  compasivo, ayúdame!
Al perder a mi hermano, /  se rompió mi corazón.»
 
«Cesa el llanto —Él le dijo—  /     y de lado  déjalo,
ten presente que el hermano /    a la vida va a volver.»
 
Se acercó, pues, al sepulcro   /    el Amigo Redentor
 y llamó al sepultado:  /    «¡Sal afuera, oh Lázaro!»
 
Marta y María, vengan  /   a mirar la gran acción:
Revivió hoy su hermano,  /    den las gracias a Jesús.
 
Ante Ti, Oh Dios de todo, /  nos postramos con fervor;
muertos somos del pecado, /  resurgimos en Ti, oh Jesús.

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Padre Juan R. Méndez ()

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