Recuerdo de San Antonio el Grande
Oh Revestido de Dios, desde tu juventud, asumiste un método de vida no conocido entre los hombres, y anduviste en él con fervor hasta el fin, sin desviación alguna, sometiéndote a la Ley nueva de Cristo; así que te manifestaste como guía del Desierto y Padre de los ascetas.
(Exapostelario)
Tropario de Resurrección
Tono 7
Destruiste la muerte con tu Cruz y abriste al ladrón el Paraíso; a las Mirróforas los lamentos trocaste y a tus Apóstoles ordenaste predicar que resucitaste, oh Cristo Dios, otorgando al mundo la gran misericordia.Tropario de San Antonio el Grande
Tono 4
Imitando con tu vida al celoso Elías y siguiendo los rectos caminos del Bautista, has poblado el desierto, oh padre Antonio, y has fortalecido al mundo con tu oración. Intercede ante Cristo nuestro Dios, para que salve nuestras almas.Condaquio de la Presentación del Señor en el Templo
Tono 1
Por tu nacimiento santificaste las entrañas de la Virgen, oh Cristo Dios, las manos de Simeón bendijiste debidamente, y a nosotros nos alcanzaste y salvaste. Conserva a los fieles en la paz y auxilia a los que amas porque Tú eres el único Amante de la humanidad.Epístola de San Pablo a los Hebreos (13: 17-21)
Hermanos: Obedezcan a sus dirigentes y sométanse a ellos, pues velan sobre sus almas como quienes han de dar cuenta de ellas, para que lo hagan con alegría y no lamentándose, cosa que no traería a ustedes ventaja alguna. Rueguen por nosotros, pues estamos seguros de tener recta conciencia, deseosos de proceder en todo con rectitud. Con la mayor insistencia les pido que lo hagan, para que muy pronto les sea yo devuelto.
Y el Dios de la paz —que suscitó de entre los muertos al Gran Pastor de las ovejas en virtud de la sangre de la eterna Alianza, nuestro Señor Jesús— les disponga con toda buena obra para cumplir su voluntad, realizando Él en ustedes lo que es agradable a sus ojos, mediante Jesucristo, a Quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Evangelio según San Lucas (19: 1-10)
En aquel tiempo, Jesús atravesaba Jericó; Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verlo, pues iba a pasar por ahí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzó la vista y lo vio, y dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede Yo en tu casa.» Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.» Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»
La Conversión de Zaqueo
En la historia de Zaqueo que leemos en el Evangelio de hoy, vemos fielmente proyectado el estado del alma humana que busca retornar siempre al origen de su existencia. El hombre, en cuyo ser existe un alma espiritual, ha buscado y buscará de continuo una felicidad que colme las apetencias de su naturaleza racional y espiritual. En vano buscará el hombre en los bienes de este mundo una felicidad que llene sus anhelos, siempre querrá más y más, su alma puede quedar ahíta, pero nunca satisfecha. Solamente Dios, que es inmenso, llenará la profundidad del alma humana. Es por esto que los hombres sienten la necesidad de Dios y exclaman como el salmista, “como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así el alma mía busca a Dios, mi alma tiene sed del Dios vivo” (Sal 42:1-2).
Zaqueo tiene sed de Dios, y busca con ansia ver a Jesús. Siendo corto de estatura, la muchedumbre le impide realizar su deseo, pero esto no le arredra, y sube a un sicómoro. Cristo responde al anhelo de Zaqueo y le dice que baje, porque posará en su casa, y Cristo no solo entra en la casa del rico publicano Zaqueo, sino que penetra en su corazón y lo transforma, haciendo de él una nueva criatura; éste rico jefe de publícanos siente que Dios ha llenado su vida, y quiere vivir conforme a la voluntad del Todopoderoso, pues le dice a Cristo que dará la mitad de sus bienes a los pobres, y si en algo ha defraudado, lo devolverá cuadruplicado (Lc 19:8). Indudablemente que en el interior Zaqueo su alma fue tocada por el hijo de Dios, fue movida al arrepentimiento, y este arrepentimiento lo acerca al Redentor, y obtiene su salvación: “hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc.19:9).
Nosotros también deseamos que Dios more en nuestros corazones, llenando el vacío de nuestras almas, y el Altísimo lo hará cuando vea nuestra fe y arrepentimiento sinceros. No basta decirlo de labios solamente, sino que debemos sentirlo desde el fondo de nuestro ser. David sintió ese dolor de haber ofendido a Dios cuando el profeta Natán le reconvino, y dijo lleno de humildad: “He pecado” (2Sm 12:13), y fue perdonado. Vemos su dolor y el reconocimiento de su pecado cuando escribe el salmo 51 (Sal. 51: 1-4). Saúl dijo lo mismo: “He pecado” (1Sm 15:24), y no fue perdonado, ¿por qué? Porque su arrepentimiento no fue sincero, ni sintió ese dolor por haber ofendido a Dios. No olvidemos que la contrición tiene dos caras, una mira al pasado y es el dolor de los pecados, la otra mira el porvenir, y es el propósito de no caer de nuevo.
San Antonio el Grande (17 de enero)
A finales del siglo tercero comenzamos a saber de hombres que abandonaron las ciudades para vivir una vida de oración y soledad. El mejor conocido entre ellos es al que se le llama el fundador del monaquismo: San Antonio el Grande (252-356). Su contemporáneo, San Atanasio, nos cuenta su historia.
Un día, cuando Antonio tenía 18 años, entró a la iglesia de su pueblo para asistir al oficio. De repente escuchó las palabras del Evangelio: «si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme» (Mt 19:21). Había escuchado estas mismas palabras muchas veces antes, pero esta vez le pareció como si Cristo le estuviera hablando directamente y que las palabras fueran un mensaje personal. La impresión que recibió fue tan fuerte que, sin vacilar ni un momento, Antonio inmediatamente entregó todos los bienes que heredó de sus padres para ser distribuidos a los pobres del pueblo. Le quedaba sólo un problema que le preocupaba. Antonio tenía una hermana menor. Las dos eran huérfanos, y él se sentía responsable por ella. Nuevamente un verso del Evangelio, que a menudo había oído en la iglesia, de repente le pareció responder a sus problemas personales. «Así, que no os afanéis por el día de mañana; porque el día de mañana traerá su afán» (Mt 6:34). Antonio encontró a una buena mujer cristiana en su pueblo quien se encargó del cuidado de su hermana. Ahora él podría dedicarse a su nueva vida.
Antonio se fue a vivir a Egipto, donde el inmenso desierto quemado por el sol, nunca estaba muy lejos de pueblos y ciudades. Primero se fue a vivir junto a un ermitaño, quien vivía a poca distancia de su pueblo. Luego, visitó a varios otros ermitaños antes de cruzar el río Nilo. Después vivió solo en las ruinas de un antiguo fuerte en el desierto.
¿Puedes imaginar todas las tentaciones y luchas espirituales que hay en la vida de un ermitaño? Años más tarde, Antonio recordó sus primeros días en el desierto. Aseguró que la dificultades físicas de hambre, sed, calor y frío, eran mucho más fáciles de soportar que la soledad, la depresión y todos los pensamientos y deseos perturbantes que le afligían. A veces se sentía como si no tuviera la fuerza para seguir, pero visiones le inspiraban en su necesidad y le dieron valentía. «¿Dónde estabas, Señor Jesús? ¿por qué no viniste a ayudarme antes?» exclamó Antonio un día después de una de aquellas visiones reconfortantes. «Yo estaba -escuchó en respuesta- yo estaba aquí esperando ver tu esfuerzo.» En otra ocasión, en medio de una terrible lucha con sus pensamientos, Antonio dirigió a Dios una oración: «quiero salvar mi alma, oh Señor, pero mis pensamientos no me lo permiten.» De pronto vio a alguien, parecido a él, sentado y trabajando en algo con sus manos; luego se levantó para rezar, y entonces volvió de nuevo a su trabajo. «Haz tú lo mismo y tendrás éxito», le dijo el ángel a Antonio. Aquel mismo día, Antonio dedicó parte de él al trabajo manual.
Otras personas descubrieron donde estaba y fueron a vivir cerca de él. Lo encontraron sereno, tranquilo y amigable. Se habían terminado los años de lucha, y ya no se veía rastro de dificultad ni de cansancio, aunque Antonio seguía su vida de oración y ayuno.
Cientos de ermitaños fueron al desierto a vivir cerca de Antonio, y él les aconsejó e instruyó. No organizó una comunidad; tampoco dio a los ermitaños ninguna regla común de vida. Más tarde dejó ese poblado para vivir en otra parte del desierto, más lejana. Nuevamente otros ermitaños llegaron a su lado. Así Antonio rompió el silencio del desierto con las alabanzas de cientos de monjes. Alcanzó la edad de 106 años, y falleció en el año 365 d.C. Sus intercesiones sean con nosotros. Amén.
¡Por muchos años, Señor!
Clero y pueblo de la arquidiócesis enviamos a su Eminencia, nuestro padre, el señor arzobispo Antonio, los saludos más calurosos con motivo de su onomástico y cumpleaños 78° rogando a Dios que nos lo conserve por muchos años en salud, paz y oración predicando rectamente la Palabra de la Verdad; por la intercesión de su patrono San Antonio el Grande. Amén. También damos la bienvenida a sus Eminencias, Arzobispos Damaskinos (Brasil) y George (Homs), miembros del Santo Sínodo de nuestra Iglesia Ortodoxa Antioquena.