2° domingo antes de Navidad

Domingo de los santos  progenitores

Abraham

elogiemos a Adán, Abel, Set y Enós, Henoc y Noé, Abraham, Isaac y Jacob; Moisés, Job y Aarón; Eleazar, Jesé, Baruc, Sansón, Jafté, David y Salomón.    

 (Exapostelario)

Tropario de Resurrección

Tono 2

Cuando descendiste a la muerte, oh Vida inmortal, mataste al Hades con el rayo de tu Divinidad, y cuando levantaste a los muertos del fondo de la tierra, todos los poderes celestiales clamaron: ¡Oh Dador de vida, Cristo Dios, gloria a Ti!

Tropario del Domingo

Tono 4

Elogiaste la fe de los antiguos padres, cuando, por ellos, llamaste a la asamblea de los gentiles; los santos se enorgullecen con la gloria, pues de su simiente se maduró un fruto honorable: la que te dio a luz sin simiente. Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, salva nuestras almas.

Condaquio de Navidad

Tono 3

Hoy la Virgen viene a dar a luz inefablemente, en humilde gruta, al sempiterno Verbo. Gózate, oh universo, al escucharlo; alaba, con las potestades y pastores, a quien por voluntad se revela, al nuevo niño, al eterno Dios.

Carta del Apostól San PAblo a los Colosences (3: 4-11)

Hermanos: Cuando aparezca Cristo, vida suya, entonces también ustedes aparecerán gloriosos con Él.

Por tanto, mortifiquen sus miembros terrenales: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es idolatría, cosas que atraen la cólera de Dios sobre los hijos de la desobediencia, y que también ustedes practicaron en otro tiempo, cuando vivían en ellas. Mas ahora, desechen también ustedes todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de su boca.

No se mientan unos a otros, ustedes que se han despojado del hombre viejo con sus obras y se han revestido del hombre nuevo que se va renovando hacia el conocimiento, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circuncisión e incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos.

Evangelio según San Lucas (14: 16 -24)

Dijo el Señor esta parábola: «Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: “Vengan, que ya está todo preparado.” Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: “He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses.” Y otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos; te ruego me dispenses.” Otro dijo: “Me he casado, y por eso no puedo ir.” Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: “Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, a los ciegos y cojos.” Dijo el siervo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitios.” Dijo el Señor al siervo: “Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa. Porque les digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena.”»

Necias excusas, falsos caminos

Venid que ya esta todo preparado, llama el Señor a toda nación raza, lengua y pueblo, a todo el que este agobiado, a ricos y pobres, enfermos y sanos, encumbrados y humildes, sabios e ignorantes. Su casa está aparejada para ofrecer comida y bebida única, exquisita y sublime; vestido regio y sin manca; refugio cálido y acogedor. Dispuesta para convivir en amistad, amor y respeto y para conocer la Verdad y la Justicia, la Vida y la Misericordia. ¿Quién, con tan solo un poco de sensatez y cordura, podría excusarse de asistir y participar en este banquete real? Todo es gratuito, obsequio de la bondad del que invita. Solo el necio, el obstinado, el envidioso y egoísta, se resiste a compartir.

Realmente el mundo está cada vez más trastornado. Hombres y mujeres, estando, verdaderamente  necesitados, sedientos y hambrientos de Dios, de su Palabra, de su Espíritu, se resisten, conciente o inconscientemente, a aceptarlo. Vuelven la espalda a esta realidad y corren, ciega y desesperadamente, de tropiezo en tropiezo, en sentido contrario al de su propio bien. Buscan saciarse con riquezas y vanidades; como queriendo olvidarse de aquellas necesidades de su vida interior. Su soledad, desamor, inseguridad, miedo, debilidad, que lastiman y queman su alma, prefieren negarlos como causa de la desesperación y confusión que los destruye, o al menos hacer como si no existieran. Parecerían decir: si estas dolencias no me aluden y por tanto no me afectan, entonces todo está bien y que siga la fiesta. Todo esto es puro auto-engaño, es querer esconderse como el avestruz. Obviamente las dolencias no desaparecen por que uno las niegue, por más autosugestión que uno emplee. Son heridas muy profundas del alma que, una y otra vez, vuelven y tocan la puerta del corazón esperando ser atendidas por el único Médico que puede curarlas. Si dejáramos de ser necios e insensatos por un instante,  podríamos advertir que aquel quebrantamiento interior lejos de impulsarnos al desvarío nos apremia a volvernos a Dios, a buscar la Luz, a implorar Su misericordia. Requerimos de su intervención, necesitamos de la fe en Él. ¿Qué ganamos con seguir encubriendo con frivolidades, falsos orgullos y trivialidades los sufrimientos del alma? Por esa necedad, muchos buscan refugio en vanas creencias e idolatrías, las que, a fin de cuentas, solo vienen a ahondar la desolación interior.

El creyente no puede vivir, no puede proceder como si Dios no existiera, como si solo él, su voluntad y libertad existieran por si y para sí mismo. Somos criaturas, todos hechura de Sus manos;  es cierto, podemos decidir por nosotros mismos, porque Él nos otorgó esa capacidad, el creer en Él o no, renunciar a su paternidad, seguir el camino y llevar la vida que se quiera lejos de Él, y hasta concebirnos como el centro del universo y pensar, en suma, toda clase de quimeras y engaños. Sin embargo, el Señor reina, es el Señor de todo y de todos,  sigue  allí, sentado en su trono, con su infinita paciencia, más dispuesto a operar su Misericordia que su Justicia. En espera de que recuperemos la cordura y nos esforcemos por retomar el Camino que conduce al Reino. Él aguarda atentamente a que quebrantemos nuestro petrificado corazón y le abramos la puerta para que entre y lo renueve todo. “He aquí, dice el Señor, yo estoy a la puerta y llamo: si alguien oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3:20). No incurramos en grave delito desoyendo la invitación a la gran cena, como aquellos desdichados que se excusaron neciamente anteponiendo intereses mundanos. Reconozcamos la Voz del que nos invita a su mesa y reconozcámonos a nosotros mismos en Él; acudamos limpios y alegres a encontrarnos con  Él; participemos con devoción, fe y amor de Su pan y de Su vino; acudamos a compartir agradecidos con el Amigo y  sus amigos, a con-vivir con Él y a ser parte de sus cercanos y seguidores.

Nacimiento virginal

El decir que José “No la conoció (a María) hasta que dio a luz a su hijo”, no indica que la conoció después del parto. La palabra hasta, en sí, señala lo que sucedió durante todo el tiempo anterior al parto, pero no dice nada respecto al posterior. Es como cuando uno dice: “Estuve en la casa en la mañana”, pues esto no quiere decir que en la tarde estuvo fuera. Leamos este ejemplo del libro de Génesis: en la historia del diluvio, Noé despidió un cuervo para examinar si la tierra había secado; el relato dice: “El cuervo no volvió hasta que se secó la tierra” (Gén. 8:7). Pero sabiendo que el cuervo nunca regresó, entendemos que la palabra hasta procuraba mostrar el abandono del cuervo antes de que la tierra se secase, sin importar lo acaecido después. Lo mismo sucede con san Mateo cuando dice que José “No la conoció hasta que dio a luz a su hijo”, pues lo que le importaba es enfatizar el nacimiento virginal, o sea, que lo concebido en la Virgen es del Espíritu Santo, sin decir nada de lo que después pasó o no con María y José.

Quizás alguien se pregunta: “¿Por qué san Mateo no atestiguó la virginidad de María también después del parto? 

El centro de atención del Evangelista era el Mesías, en quien se han realizado las profecías del Antiguo Testamento; su narración sobre el Nacimiento no busca describir la devoción de la Iglesia hacia la Virgen María, sino el acontecimiento salvífico de la Encarnación. Pero la Iglesia, desde sus primicias, ha sostenido que María permaneció Virgen antes, durante y después del parto, como parte de la auténtica devoción hacia la Madre de Dios. No es ni razonable ni recto pensar en que las entrañas que Dios ha consagrado con su presencia fueron dispuestas a otra preocupación; ella se quedó siempre al lado de su hijo “guardando todo en su corazón.” Permaneció siempre Virgen, “Betulah”, palabra hebrea que significa “morada de Dios”, de Dios y nada más de Él.

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Padre Juan R. Méndez ()

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