25/02
San Tarasio ejercía el cargo de secretario del joven emperador Constantino IV y de su madre Irene. A pesar de ser laico, Paulo IV, patriarca de Constantinopla, le propuso a Tarasio ser su sucesor, cuando llegara el momento de retirarse a un monasterio.
La corte, el clero y el pueblo confirmaron la elección de Tarasio. El santo había recibido una educación esmerada. Vivía entre lujos por el puesto que desempeñaba en la corte y sin embargo, su vida personal de desenvolvía en un ambiente de sencillez. Había sabido llevar una vida casi monacal. Se resistió mucho a aceptar el nombramiento de patriarca, en parte porque no era sacerdote y en parte también, por la difícil situación que había creado la política de los emperadores contra la veneración de las imágenes sagradas a partir de León III, en 726.
Cuando Tarasio fue elegido patriarca, la emperatriz Irene ejercía la regencia, pues su hijo, Constantino IV, sólo tenía diez años. Irene era una mujer ambiciosa y a veces cruel, pero a pesar de eso, no se oponía a la veneración de las imágenes. Esto facilitó la reunión del séptimo Concilio Ecuménico que se reunió en Nicea el año 787. Presidido por los legados del Papa Adriano I, las discusiones llevaron a la conclusión de que la Iglesia podía permitir que se tributara a las imágenes un culto relativo, no el culto de adoración que sólo se debe a Dios como lo hizo notar el Concilio: “ quien reverencia a una imagen, reverencia a la persona que ésta representa”.
Obedeciendo a las decisiones conciliares, Tarasio restituyó en su patriarcado el culto de las imágenes e igualmente trabajó por desarraigar la simonía. Su vida fue un modelo de perfecto desinterés para el clero y el pueblo. En su casa y en su mesa no había nada ostentoso. Vivía consagrado al servicio del prójimo, Tarasio apenas permitía que sus criados le sirviesen. Dormía muy poco y en sus ratos de ocio se entregaba a la oración y a la lectura espiritual. Prohibió al clero el uso de vestidos preciosos. Con frecuencia repartía personalmente alimentos a los pobres para que nadie se sintiera abandonado. Visitaba todos los hospitales y hacía obras de beneficencia en Constantinopla.
Algunos años más tarde, el emperador se enamoró de una de las sirvientas de su esposa (con quien había sido obligado a contraer matrimonio) así que decidió acusar a su esposa de tratar de envenenarlo para poder divorciarse y volverse a casar. Pero el patriarca no se dejó engañar y replicó que estaba cierto de que Constantino quería divorciarse de la emperatriz porque estaba enamorado de la sirvienta; además le manifestó que, “aun en el caso de que la emperatriz María fuese realmente culpable, el nuevo matrimonio constituiría un adulterio. El emperador, enojado echó a la emperatriz María fuera del palacio y la obligó a tomar el velo. Como Tarasio se negó a casarlo con Teódota, (la servienta) el matrimonio se llevó a cabo ante el abad José. En adelante Tarasio tuvo que soportar el resentimiento de Constantino, quien le persiguió durante el resto de su reinado. San Tarasio entregó su alma a Dios en medio de una gran paz, después de haber gobernado al patriarcado durante veintiún años. Sus Santas reliquias se encuentran en el monasterio del Bósforo que él había construido.
Regresar al santoral de febrero