Vivió en un monasterio de Egipto hasta sus 60 años, después se trasladó a Alejandría donde practicó un trabajo que lo expuso a muchas acusaciones.

Su trabajo oficial era contar las prostitutas profesionales en la ciudad. Cobraba por ello 10 pesas al día, al atardecer comía con una pesa y distribuía las demás a unas de las prostitutas diciendo a cada una: “toma esto y guárdate a ti misma pura por esta noche”, y con juramento les prohibía informar a nadie.

Mientras las acusaciones crecían sobre él y las miradas lo menospreciaban por todos lados, pasaba las noches orando por sus acusadores sin preocuparse en complacer a los hombres sino a Dios. Muchas de las prostitutas con las cuales trataba, al ver su vigilia y escuchar sus permanentes oraciones por la salvación de ellas, se apartaron de sus malas costumbres, algunas se casaron y otras dedicaron su vida a la castidad.

Una vez, mientras Vitalio estaba saliendo de aquel lugar, se encontró con un joven que pretendía satisfacer sus placeres. Este joven, a pesar de su mala conducta, reaccionó violentamente ante la presencia del monje Vitalio que le pegó con rencor diciéndole: “¿Hasta cuándo seguirás practicando esta pésima acción, oh negociante de Cristo”, el anciano le contestó con benevolencia: “oh miserable, recibirás un golpe tan doloroso que reunirá a toda Alejandría alrededor tuyo.”

Pocos días después, Vitalio se durmió en el Señor en su celda. Nadie hubiera sabido de su muerte si no hubiera pasado lo siguiente:

Un día vino al encuentro del joven libertino ya mencionado, un esclavo negro y le dio un terrible bofetón diciéndole: “Esto te lo manda el monje Vitalio.” Los gritos dolorosos del joven reunieron a mucha gente; el joven adolorido empezó a gritar: “Oh siervo de Dios Vitalio, he pecado mucho ante Dios y ante ti.”

Toda la gente se dirigió hacia la celda del extraño monje, pero lo encontraron prosternado sin movimiento: murió en la oración. Cerca de él estaba escrito en la tierra: “oh Alejandrinos, no juzguen a nadie antes de tiempo, hasta la venida del Señor.”

Al difundirse la noticia, las mujeres ex-prostitutas salieron con velas y mirra hacia su celda para embalsamar su cuerpo, y anunciaron todo lo que el hombre de Dios hacía con ellas y alzaron su pureza, castidad y humildad.

Así pues la vida de este justo nos parece un martirio-testimonio propio de los santos de Dios quienes nunca piden gloria para sí mismos, sino para el Señor. Las oraciones de San Vitalio sean con nosotros. Amén.

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Padre Juan R. Méndez ()

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