San Emiliano el Confesor, obispo de Cyzico

El Santo Confesor Emiliano, obispo de Cyziko, sucedió al obispo Nicolás y permaneció en su sede desde 787 hasta el 815. Sufrió muchas aflicciones y dolores durante el reinado del emperador iconoclasta León el Armenio (813-820). Él y otros obispos fueron convocados al tribunal del Emperador, y León ordenó a los obispos que se abstuvieran de enseñar a sus rebaños a venerar los santos Iconos. San Emiliano dijo al emperador que la cuestión de la veneración de los iconos debería ser discutida y decidida sólo dentro de la Iglesia, por sus líderes espirituales, y no en la corte imperial.

Durante este tiempo continuó fortaleciendo a su rebaño con su propio ejemplo y su inquebrantable confesión de la verdadera Fe.

En el año 815 el Jerarca fue desterrado por cinco años, soportando mucho dolor y humillación por causa de Cristo.

San Emiliano acudió al Señor en el año 820 y recibió una corona de gloria inmarcesible por su defensa de los Santos Iconos.

Tropario, tono 1

Trazaste el fulgor del icono del Verbo * con la rectitud de tu vida, * oh Emiliano jerarca, * enseñando a venerar con devoción * el icono material de Cristo Dios, * y nosotros, por pastor y gran luchador, * con fe te exclamamos: ¡Gloria al que te ha fortificado! * ¡Gloria, que la corona te ha dado! * ¡Gloria, que, por tu medio, * ha brindado perdón a todos!

Mártir Domecio el Persa

San Domecio vivió en Persia durante el siglo IV. En su juventud fue convertido a la fe por un cristiano llamado Uaros. Abandonando Persia, se retiró a la ciudad fronteriza de Nisibis (en Mesopotamia), donde fue bautizado en uno de los monasterios y también recibió la tonsura monástica.

Huyendo de la mala voluntad de algunos de los monjes, san Domecio se trasladó al monasterio de los Santos Sergio y Baco en la ciudad de Teodosiópolis. El monasterio estaba bajo la dirección de un archimandrita llamado Urbelos, un estricto asceta, de quien se decía que durante sesenta años no había probado comida cocinada, ni se acostaba a dormir, sino que descansaba de pie, apoyándose sobre su bastón.

En este monasterio san Domecio fue ordenado diácono, pero cuando el archimandrita decidió hacerlo presbítero, el santo, considerándose indigno, se escondió en una montaña desolada de Siria, en la región de Ciro.

Las historias sobre él se difundieron entre los habitantes locales. Comenzaron a acudir a él en busca de curación y ayuda. Domecio llevó a muchos paganos a la fe en Cristo. Y una vez, en la localidad donde luchaba con sus discípulos, llegó el emperador Juliano el Apóstata (361-363), viajando en su campaña contra los persas. Por orden del emperador, los soldados habiendo encontrado a san Domecio orando con sus discípulos en una cueva  los tapiaron vivos en su interior.

Tropario, tono 4

Tu mártir, oh Señor, * ha obtenido de ti * corona de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * ha vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

Transfiguración de Nuestro Señor, Gran Dios y Salvador Jesucristo

La Transfiguración es la fiesta de la gloria divina de Cristo por excelencia. Como la Teofanía, es una fiesta de luz: «Oh Verbo, Luz intacta de la Luz del Padre no engendrado, hoy en el Tabor, con la manifestación de tu Luz, hemos visto al Padre como Luz y al Espíritu como Luz, guiando con Luz a toda la creación» (exapostilario). Pero no es este el único paralelo entre las dos fiestas. Tal como en la Teofanía, aunque menos explícitamente, la Transfiguración es una revelación de la Santa Trinidad. En el Tabor, como en bautismo en el Jordán, el Padre habla desde el cielo, dando testimonio de la filiación divina de Cristo; y el Espíritu también está presente, no con la apariencia de una paloma en esta ocasión, sino en forma de una Luz deslumbrante que rodea la persona de Cristo y que cubre como nube la montaña entera. Esta luz deslumbrante es la luz del Espíritu.

La Transfiguración, entonces, es una fiesta de la gloria divina –- más específicamente, de la gloria de la Resurrección. El ascenso al Monte Tabor vino en un punto crítico del ministerio de Nuestro Señor, justo cuando iba a emprender su último viaje a Jerusalén, el cual, Él sabía que habría de terminar en su humillación y muerte.

A fin de fortalecer a sus discípulos para las pruebas que tenían delante, Él escogió este momento particular para revelarles algo de su esplendor eterno, «según pudieran soportarlo» (tropario de la fiesta). Él los alentó – a ellos, y a todos nosotros – a que miraran más allá de los sufrimientos de la Cruz, hasta la gloria de la Resurrección.

La luz de la Transfiguración, presagia no sólo la Resurrección del propio Cristo al tercer día, sino igualmente la gloria de la Resurrección de los justos en su Segunda Venida. La gloria que resplandeció de Cristo en el Tabor es una gloria que toda la humanidad está llamada a compartir. En el Monte Tabor, vemos la humanidad de Cristo – la naturaleza que tomó de nosotros – llena de esplendor, «hecha como Dios» o «deificada». Lo que ocurrió a la naturaleza humana en Cristo puede ocurrir también a la humanidad de los seguidores de Cristo. La Transfiguración, entonces, nos revela el máximo potencial de nuestra naturaleza humana: nos muestra la gloria que nuestra humanidad poseyó alguna vez y la gloria que, por la gracia de Dios, recuperará de nuevo en el Último Día. Este es un aspecto cardinal de la presente fiesta, al que vuelven frecuentemente los textos litúrgicos. En su Transfiguración, dicen, el Señor «en su propia persona les mostró la naturaleza del hombre, adornada con la belleza original de la Imagen» (Vísperas Mayores, apostija). «Hoy Cristo en el Monte Tabor ha cambiado la naturaleza oscurecida de Adán, e iluminándola, la ha hecho divina» (Vísperas Menores, apostija). «Oh Salvador, fuiste transfigurado en el Monte Tabor, mostrando el intercambio de los mortales con tu gloria en tu segunda y terrible venida» (Maitines, himno del primer katisma ).

La fiesta de la Transfiguración, por lo tanto, no es simplemente la conmemoración de un evento pasado de la vida de Cristo. Al poseer también una dimensión «escatológica», está orientado hacia el futuro -– hacia el «esplendor de la Resurrección» en el Último Día, hacia la «belleza del Reino divino» que todos los cristianos esperan gozar un día.

Tropario, tono 7

Te transfiguraste en el Monte, oh Cristo Dios, * revelando a los discípulos tu Gloria * según pudieran soportarla. * Que tu eterna Luz resplandezca sobre nosotros, pecadores, * por la intercesión de la Madre de Dios, * oh Dador de Luz, ¡gloria a ti!

Condaquio, tono 7

Te transfiguraste en el monte, oh Cristo Dios, * y tus discípulos contemplaron tu Gloria * según pudieron soportarla; * para que, cuando te viesen crucificado, * percibieran que tu Pasión fue voluntaria * y proclamaran al mundo * que Tú eres verdaderamente el Resplandor del Padre.

Prefiesta de la Transfiguración del Señor; Mártir Eusignio de Antioquía

El Señor había comenzado a advertir a sus discípulos sobre los peligros que enfrentarían, y también sobre Su Pasión y muerte. También les dijo que serían perseguidos por paganos y enemigos del Evangelio. Explicó que estas cosas pertenecen a la vida presente, pero lo esencial es la vida eterna. Queriendo dar a sus discípulos un anticipo de la vida eterna, tomó a tres de ellos, Pedro, Santiago y Juan, y los llevó al monte Tabor.

Allí se transfiguró ante ellos y su rostro resplandeció como la luz. Moisés y Elías aparecieron y hablaron con Jesús. para corregir sus ideas erróneas de quién era Él, como si fuera san Juan Bautista o alguno de los profetas. Por eso les reveló su gloria ‘según pudieran soportarla’. Todo esto ocurrió durante la Transfiguración de nuestro Señor Jesucristo en el monte Tabor cuya fiesta celebraremos mañana.

Tropario, tono 4

Vamos, fieles, al encuentro de la transfiguración de Cristo * celebrando con alegría la vigilia de la fiesta, y exclamemos: * ¡Ha llegado el día de la complacencia divina!, * pues, el Señor sube al monte Tabor * para hacer brillar la hermosura de su divinidad.

 

San Eusignio de Antioquía (mártir)

 

El mártir Eusignio nació en Antioquía a mediados del siglo III. Durante sesenta años sirvió en los ejércitos romanos de los emperadores Diocleciano, Maximiano Hércules, Constancio Cloro, Constantino el Grande y sus hijos. Fue compañero de San Basilisco (3 de marzo y 22 de mayo), y relató su martirio. Al inicio del reinado de san Constantino el Grande, san Eusignio fue testigo de la aparición de la Cruz en el cielo, predicción de victoria.

San Eusignio se retiró en su vejez del servicio militar y regresó a su propio país. Allí pasó su tiempo en oración, ayuno y asistiendo a la iglesia de Dios. Así vivió hasta el reinado de Juliano el Apóstata (361-363), que anhelaba volver al paganismo.

A través de la denuncia de un ciudadano de Antioquía, san Eusignio fue juzgado como cristiano ante el emperador Juliano en el año 362.

Con valentía enfrentó al emperador, lo acusó de apostatatar de Cristo, y le reprochó el ejemplo de su pariente, Constantino el Grande, describiéndole detalladamente cómo él mismo había sido testigo ocular de la aparición de la señal de la Cruz en el cielo. Juliano,  no perdonó al anciano san Eusignio, que entonces tenía 110 años, sino que ordenó que lo decapitaran, coronando de esta forma su vida con el martirio.

Tropario, tono 4 del común de Mártires

Tu mártir, oh Señor, * ha obtenido de ti * corona de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * ha vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

Siete santos jóvenes (durmientes) de Éfeso

Los Siete Jóvenes de Éfeso: Maximiliano, Jamblico, Martín, Juan, Dionisio, Exacustodianos (Constantino) y Antonino, vivieron en el tercer siglo. San Maximiliano era el hijo del administrador de la ciudad de Éfeso y los otros seis jóvenes eran hijos de ciudadanos ilustres de la ciudad. Los jóvenes eran amigos desde la niñez, y todos estaban juntos al servicio del ejército.
Cuando el emperador Decio (249-251) llegó a Éfeso, ordenó a toda la ciudadanía ofrecer el sacrificio a los dioses paganos. La tortura y muerte esperaban al que se negase. Denunciados por aquéllos que buscaban el favor del emperador, fueron convocaron los siete jóvenes de Éfeso para contestar a los cargos. Estando de pie ante el emperador, los siete jóvenes confesaron su fe en Cristo. Se les quitaron sus condecoraciones militares y cinturones del ejército. Decio, sin embargo, los puso a libertad, esperando que ellos cambiaran sus mentes mientras él estaba lejos en una campaña militar. Los siete jóvenes huyeron de la ciudad y se escondieron en una cueva en la Montaña Ochlon dónde ellos pasaron el tiempo en oración, mientras se preparaban para la hazaña de martirio.
El más joven de ellos, San Jamblico, vistiéndose de mendigo, entraba en la ciudad a comprar pan, en una de estas jornadas en la ciudad, él oyó que el emperador había vuelto y los buscaba para juzgarlos. San Maximiliano exhortó a sus compañeros a salir de la cueva y valientemente comparecer al juicio.
Habiendo conocido donde estaban ocultos los jóvenes, el emperador dio órdenes para sellar la entrada de la cueva con piedras, para que los santos perecieran de hambre y sed. Dos de los dignatarios de la ciudad, que eran cristianos, viniendo antes de que sellara totalmente la entrada a la cueva, y queriendo conservar la memoria de los santos, pusieron un recipiente sellado entre las piedras, que contenía dos placas de metal. En ellas se inscribieron los nombres de los siete jóvenes y los detalles de su sufrimiento y muerte.
El Señor puso a los jóvenes en un sueño milagroso que duró casi dos siglos. Durante este tiempo las persecuciones contra los cristianos habían cesado. Durante el reino del santo emperador Teodosio el Joven (408-450) había herejes que rechazaron la creencia en la resurrección de los muertos en la Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo. Algunos de ellos dijeron: “¿Cómo puede haber una resurrección de los muertos cuándo no habrá ni alma ni cuerpo, ya que ellos se desintegran?” Otros afirmaron: “Las almas solo tendrán una restauración, ya que sería imposible para los cuerpos levantarse y vivir después de mil años, cuando incluso su polvo no permanecería.” Por consiguiente, el Señor reveló el misterio de la Resurrección de los Muertos y de la vida futura a través de sus Siete Jóvenes. El dueño de la tierra en que se situaba la Montaña de Ochlon, descubrió la construcción de piedra, y sus obreros abrieron la entrada a la cueva. El Señor había conservado a los jóvenes vivos, y ellos despertaron de su sueño, mientras no sospecharon que casi 200 años habían pasado. Sus cuerpos y vestiduras estaban completamente bien.
Preparados para aceptar la tortura, los jóvenes confiaron una vez más a Jamblico ir a comprar el pan para ellos a la ciudad para mantener su fuerza. Yendo hacia la ciudad, el joven fue asombrado al ver la santa cruz en las puertas. Oyendo el nombre de Jesucristo era hablado libremente, él empezó a dudar que estaba acercándose su propia ciudad.
Cuando él pagó por el pan, dio las monedas con la imagen del emperador Decio en ellas, y él fue detenido por ello, ya que era dinero antiguo. Ellos llevaron a san Jamblico al administrador de la ciudad que en este momento era el Obispo de Éfeso. Oyendo las respuestas desconcertantes del joven, el obispo percibió que Dios estaba revelando alguna clase de misterio a través de él, y fue con otras personas a la cueva.
A la entrada a la cueva el obispo sacó el recipiente sellado y lo abrió. Él leyó en las placas de metal los nombres de los siete jóvenes y los detalles del sellado de la cueva por las órdenes del emperador Decio. Entrando en la cueva y viendo a los jóvenes vivos, todos se regocijaron y percibieron que el Señor, a través de despertarlos del largo sueño, estaba descubriendo a la Iglesia el misterio de la Resurrección de los Muertos.
Pronto el emperador llegó a Éfeso y habló con los jóvenes en la cueva. Entonces los jóvenes santos a la vista de todos pusieron sus cabezas en la tierra y de nuevo se durmieron, esta vez hasta el tiempo de la Resurrección Universal. El emperador quiso poner cada uno de los jóvenes en un ataúd con rubíes, pero apareciendo a él en un sueño, los jóvenes santos dijeron, que sus cuerpos fueran dejados en la tierra de la cueva.
Una segunda conmemoración de los siete jóvenes es famosa el 22 de octubre. (Por una tradición que entró en el Prólogo ruso [de Vidas de los Santos], los jóvenes se durmieron por segunda vez en este día. Según las notas del Mineon griego de 1870, ellos se durmieron primero el 4 de agosto, y se despertaron el 22 de octubre. Los jóvenes santos también se mencionan en el servicio de la Iglesia del Nuevo Año, el 1 de septiembre).

Tropario, tono 4

Tus mártires, oh Señor, * han obtenido de ti * coronas de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * han vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

Santos Isaac, Dalmacio y Fausto del Monasterio Dalmatón en Constantinopla

San Dalmacio había servido en el ejército del santo emperador Teodosio el Grande (379-395) y consiguió su atención. Abandonó el mundo aproximadamente entre los años 381-383, y se fue con su hijo Fausto al monasterio de San Isaac, cerca de Constantinopla. San Isaac (30 de mayo) tonsuró al padre y al hijo como monjes, y ambos empezaron a llevar una vida ascética rigurosa. Una vez, durante la Gran Cuaresma, San Dalmacio no comió nada durante los cuarenta días. Más tarde recobró su fuerza y fue hallado digno de una visión divina.

Cuando San Isaac se acercaba al final de su vida terrena, él nombró a San Dalmacio como abad del monasterio, que más tarde llegó a ser conocido como el Monasterio Dalmaton.

San Dalmacio se mostró como un ferviente defensor de la Fe Ortodoxa en el Tercer Concilio Ecuménico de Efeso (431), que condenó la herejía de Nestorio. Después del Concilio, los Santos Padres eligieron a san Dalmacio como archimandrita del Monasterio Dalmaton, donde murió a la edad de noventa años (después de 446).

San Fausto, como su padre, fue un gran asceta y en particular se destacó en el ayuno. Después de la muerte de su padre, se convirtió en abad del monasterio.

Tropario, tono 4

Oh Dios de nuestros padres, * que siempre nos tratas de acuerdo con tu bondad: * no retires de nosotros tu misericordia, * sino que, por la intercesión de tus santos, * dirige nuestras vidas en paz.

Traslado de las reliquias del Protomártir y Archidiácono Esteban

Después que el Primer Mártir san Esteban fue asesinado a pedradas (27 de diciembre), Gamaliel su maestro, animó a varios cristianos a ir de noche y tomar el cuerpo del santo y sepultarlo en un campo de su propiedad situado a unas veinte millas de Jerusalén que fue llamado “Kaphar-Gamala” que significa el Campo de Gamala, donde posteriormente el mismo Gamaliel fue enterrado. Hacia el año 427, un hombre piadoso llamado Luciano sacerdote de una iglesia cercana a aquel campo, quien habiendo recibido en sueños una revelación de Dios indicándole el lugar donde el Primer Mártir estaba enterrado. Inmediatamente lo dio a conocer al Patriarca de Jerusalén, Juan. Juntos fueron al lugar indicado, cavaron en el lugar y encontraron una caja con la palabra Esteban en arameo. Abrieron la caja y tomaron las sagradas reliquias trasladándolas a Jerusalén con gran honor y acompañados de una gran multitud de fieles

Tropario, tono 4

Tu cabeza recibió una corona real, * al sufrir por Cristo Dios, con paciencia y amor, * primero entre mártires. * Tú, pues, amonestaste * la necedad de los judíos, * luego viste a tu Cristo, * a la diestra del Padre. * A él suplícale siempre que salve nuestras almas.

Los siete santos jóvenes Macabeos / Procesión de la Preciosa y vivificadora Cruz del Señor

Los siete Santos Mártires Macabeos Abimo, Antonio, Gurias, Eleazar, Eusebono, Alimo y Marcelo, su madre Salomonia y su maestro Eleazar sufrieron en el año 166 antes de Cristo bajo el impío rey sirio Antíoco IV Epífanes. Este gobernante necio amaba las costumbres paganas helenísticas, y despreciaba las costumbres judías. Él hizo todo lo posible por alejar a la gente de la Ley de Moisés y de su pacto con Dios. Profanó el templo del Señor, colocó una estatua del dios pagano Zeus allí, y obligó a los judíos a adorarlo. Muchas personas abandonaron al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, pero también hubo gente que siguió creyendo que vendría el Salvador.

Un anciano de noventa años de edad, el escriba y maestro Eleazar, fue llevado a juicio por su fidelidad a la ley mosaica. Sufrió torturas y murió en Jerusalén.

Los discípulos de san Eleazar, los siete hermanos macabeos y su madre Salomone, también mostraron gran valor. Ellos fueron llevados a juicio en Antioquía por el mismo rey Antíoco Epífanes. Ellos se reconocieron a sí mismos sin miedo como seguidores del Dios Verdadero, y se negaron a comer carne de cerdo, que estaba prohibida por la Ley. El hermano mayor actúo como portavoz de los demás, diciendo que preferían morir antes que desobedecer la Ley. Fue sometido a torturas feroces ante la vista de sus hermanos y su madre. Su lengua fue cortada, fue escalpado y se le cortaron las manos y los pies. A continuación, una caldera y un sartén grande fueron calentadas, y el primer hermano fue tirado en el sartén, y murió.

Los próximos cinco hermanos fueron torturados, uno tras otro. El séptimo hermano, el más joven, fue el último que quedó vivo. Antíoco sugirió a santa Salomone que convenciera al muchacho que lo obedeciera, para que su último hijo al menos se salvara. En cambio, la valiente madre le dijo que imitara la valentía de sus hermanos. El joven rechazó el ofrecimiento del rey y fue torturado aún más cruelmente que sus hermanos hasta morir. Después que todos sus hijos murieron, santa Salomonia, se detuvo sobre sus cuerpos, levantó sus manos en oración a Dios y murió.

La muerte martirial de los hermanos Macabeos inspiro a Judas Macabeo, y el lideró una rebelión contra Antíoco Epífanes. Con la ayuda de Dios, obtuvo la victoria, y luego purificó el templo de Jerusalén. También derribó los altares que los paganos habían instalado en las calles. Todos estos acontecimientos están relatados en el Libro Segundo de los Macabeos (cap. 7-10).

Varios Padres de la Iglesia predicaron sermones sobre los siete Macabeos, incluyendo San Cipriano de Cartago, San Ambrosio de Milán, san Gregorio el Teólogo y San Juan Crisóstomo.

Tropario, tono 1 del común de varios Mártires

Oh Señor, por los sufrimientos de los santos * que han padecido por ti, * ten compasión de nosotros * y sana las dolencias de los que te suplicamos, * oh Tú que amas a la humanidad.

Procesión de la Preciosa y Vivificadora Cruz

A causa de muchos desastres ocurridos durante el mes de agosto, se estableció en la antigua Constantinopla la costumbre de llevar en procesión precioso Madero de la Cruz, por la ciudad para su santificación y para ser liberados de las enfermedades.

Era traída del tesoro imperial en el último día de julio y colocado sobre el Santo Altar de la gran iglesia de Santa Sofía, y comenzando desde hoy hasta la fiesta de la Dormición de la Madre de Dios, era llevada por toda la ciudad, y presentada para la veneración de todo el pueblo.

Tropario, tono 1

Salva, oh Señor, a tu pueblo* y bendice tu heredad; * concede a los fieles * la victoria sobre el enemigo * y a los tuyos guarda por el poder de tu santa Cruz.

 

Colocación del venerable cinturón de la Madre de Dios; Hieromártir Cipriano de Cartago

La colocación del venerable cinturón de la Santísima Theotokos en una iglesia del distrito Chalcoprateia de Constantinopla tuvo lugar durante el reinado del emperador Teodosio el Joven. Antes de esto, la santa reliquia, confiada al apóstol Tomás por la misma Madre de Dios, fue guardada por cristianos piadosos en Jerusalén después de Su Dormición. Durante el reinado del emperador León el Sabio (886-911), su esposa Zoe fue afligida por un espíritu inmundo y él oró para que Dios la sanara.

La emperatriz tuvo una visión de que sería curada de su enfermedad si le colocaban el cinturón de la Madre de Dios. Luego, el emperador pidió al Patriarca que abriera el cofre. El Patriarca quitó el sello y abrió el cofre en el que se guardaba la reliquia, y el Cinturón de la Madre de Dios apareció completamente íntegro y sin daños por el tiempo. El Patriarca colocó el Cinturón a la emperatriz enferma, e inmediatamente ésta fue liberada de su enfermedad. Cantaron himnos de acción de gracias a la Santísima Theotokos, luego volvieron a colocar el venerable Cinturón en el cofre y lo volvieron a cerrar.

En conmemoración del milagroso acontecimiento y de la doble Colocación del Venerable Cinturón, se estableció esta Fiesta de la Colocación del Venerable Cinturón de la Santísima Theotokos.

Tropario, tono 8

Madre de Dios, Siempre Virgen y refugio de la humanidad, * has otorgado a tu ciudad el vestido y el cinturón de tu cuerpo inmaculado como abrigo seguro, * que, por tu parto sin simiente, permanecieron incorruptibles, * porque en ti la naturaleza y el tiempo se renuevan. * Te suplicamos que otorgues la paz al mundo * y, a nuestras almas, la gran misericordia.

 

Hieromártir Cipriano de Cartago

 

El Hieromártir Cipriano, obispo de Cartago, nació hacia el año 200 en la ciudad de Cartago (Norte de África), donde desarrolló toda su vida y obra. Tascio Cipriano era hijo de un rico senador pagano y recibió una excelente educación secular convirtiéndose en un espléndido orador y profesor de retórica y filosofía en la escuela de Cartago. A menudo comparecía ante los tribunales para defender a sus conciudadanos.

Conoció los escritos del apologista Tertuliano y se convenció de la verdad del cristianismo. Fue ayudado por su amigo y guía, el presbítero Cecilio, quien le aseguró el poder de la gracia de Dios. A los 46 años, el pagano estudioso fue recibido en la comunidad cristiana como catecúmeno. Antes de aceptar el bautismo, distribuyó sus bienes entre los pobres y se instaló en la casa del presbítero Cecilio.

Dos años después de su bautismo, el santo fue ordenado sacerdote. Cuando murió el obispo Donato de Cartago, san Cipriano fue elegido obispo por unanimidad. Dio su consentimiento, habiendo cumplido la petición de su guía, y fue consagrado obispo de Cartago en el año 248.

El santo se preocupó ante todo por el bienestar de la Iglesia y la erradicación de los vicios entre el clero y el rebaño. La vida santa de este gran pastor, suscitó en todos, el deseo de imitar su piedad, humildad y sabiduría; y su fructífera actividad se conoció más allá de los límites de su diócesis. Los obispos de otras sedes acudían a menudo a él en busca de consejo sobre cómo abordar diversos asuntos.

Una persecución del emperador Decio (249-251), revelada al santo en una visión, le obligó a esconderse. Su vida era necesaria para su rebaño para el fortalecimiento de la fe y el coraje entre los perseguidos. Antes de abandonar su diócesis, el santo distribuyó los fondos de la iglesia entre todo el clero para ayudar a los necesitados y además envió otros fondos. Se mantuvo en constante contacto con los cristianos cartagineses a través de sus epístolas y escribió cartas a presbíteros, confesores y mártires.

Tiempo después volvió a Cartago, pero pronto se extendió una nueva persecución contra los cristianos bajo el emperador Valeriano (253-259), el procónsul cartaginés Paterno ordenó al santo ofrecer sacrificios a los ídolos. Él se negó rotundamente a hacer esto. También se negó a dar los nombres y direcciones de los presbíteros de la iglesia de Cartago. Enviaron al santo a la ciudad de Curubis, y el diácono Ponto siguió voluntariamente a su obispo al exilio.

En el juicio, san Cipriano se negó con calma y firmeza a ofrecer sacrificios a los ídolos y fue condenado a ser decapitado con una espada. Al escuchar la sentencia, san Cipriano dijo: “¡Gracias a Dios!” Todo el pueblo gritó a una voz: “¡Seamos decapitados también nosotros con él!”.

San Cipriano fue ejecutado en el año 258. El cuerpo del santo fue llevado por la noche y enterrado en una cripta privada del procurador Macrobio Candidiano.

San Cipriano de Cartago dejó a la Iglesia un legado precioso: sus escritos y 80 cartas. Las obras de San Cipriano fueron aceptadas por la Iglesia como modelo de confesión ortodoxa y leídas en dos Concilios Ecuménicos (Éfeso y Calcedonia).

Tropario, tono 4

Al volverte sucesor de los apóstoles * y partícipe en sus modos de ser, * encontraste en la práctica * el ascenso a la contemplación, oh inspirado por Dios. * Por eso, seguiste la palabra de la verdad * y combatiste hasta la sangre por la fe. * Cipriano, obispo mártir, intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas.

Santos Alejandro, Juan y Pablo el Nuevo, Patriarcas de Constantinopla

Los santos Alejandro, Juan y Pablo, patriarcas de Constantinopla, vivieron en diferentes épocas, pero cada uno de ellos chocó con las actividades de los herejes que buscaban distorsionar las enseñanzas de la Iglesia.

San Alejandro (325-340) fue obispo vicario durante la época de San Metrófanes (4 de junio), primer Patriarca de Constantinopla.

Debido a la extrema edad del patriarca, Alejandro lo sustituyó en el Primer Concilio Ecuménico en Nicea (325). A su muerte, San Metrófanes dejó instrucciones en su testamento para elegir a su vicario al trono de Constantinopla. Durante estos tiempos, el Patriarca Alejandro tuvo que enfrentarse a los arrianos y a los paganos. Una vez, en una disputa con un filósofo pagano, el santo le dijo: “¡En el nombre de nuestro Señor Jesucristo te ordeno que calles!” y el pagano de repente quedó mudo. Cuando hacía gestos para reconocer sus errores y afirmar la corrección de la enseñanza cristiana, entonces recuperaba el habla y creyó en Cristo junto con muchos otros filósofos paganos. Los fieles se regocijaron por esto, glorificando a Dios que había dado tal poder a su santo.

San Alejandro, después de haber trabajado mucho, murió en el año 340 a la edad de 98 años. San Gregorio el Teólogo (25 de enero) lo mencionó posteriormente en un elogio al pueblo de Constantinopla.

San Juan IV “el Ayunador”, Patriarca de Constantinopla (582-595), es famoso en la Iglesia Ortodoxa como el compilador de un Nomokanon penitencial (es decir, regla para las penitencias), que ha llegado hasta nosotros en varias versiones distintas, pero su fundamento es una y las mismas. Estas son instrucciones para los sacerdotes sobre cómo escuchar la confesión de los pecados en secreto, ya sea que estos pecados hayan sido cometidos o sean simplemente pecados de intención.

Las reglas de la Iglesia antigua abordan la forma y duración de las penitencias públicas que se establecían para los pecadores obvios y manifiestos. Pero era necesario adaptar estas reglas a la confesión secreta de cosas que no eran evidentes. San Juan Ayunador promulgó su Nomokanon penitencial (o “Canonaria”), para que la confesión de los pecados secretos, desconocidos para el mundo, dieran testimonio de la buena disposición del pecador y de su conciencia al reconciliarse con Dios, y así el Santo redujo las penitencias de los antiguos Padres a la mitad o más.

Por otra parte, fijó más exactamente el carácter de las penitencias: ayuno severo, realización diaria de un número determinado de postraciones en el suelo, distribución de limosnas, etc. La duración de la penitencia la determina el sacerdote. El objetivo principal del Nomocanon compilado por el santo Patriarca consiste en asignar las penitencias, no simplemente según la gravedad de los pecados, sino según el grado de arrepentimiento y el estado espiritual de la persona que los confiesa.

San Juan también se conmemora el 2 de septiembre.

San Pablo “el Nuevo, chipriota de nacimiento, se convirtió en Patriarca de Constantinopla (780-784) durante el reinado del emperador iconoclasta León IV el Jázaro (775-780), y era un hombre virtuoso y piadoso, pero tímido. Al ver el martirio que sufrieron los ortodoxos por los santos iconos, el santo ocultó su ortodoxia y se asoció con los iconoclastas.

Después de la muerte del emperador León, quiso restaurar la veneración de los iconos, pero no pudo lograrlo, ya que los iconoclastas todavía eran bastante poderosos. El santo se dio cuenta de que no estaba en su poder guiar al rebaño, por lo que abandonó el trono patriarcal y se dirigió en secreto al monasterio de San Floro, de donde tomó el esquema.

Se arrepintió de su silencio y asociación con los iconoclastas y habló de la necesidad de convocar el Séptimo Concilio Ecuménico para condenar la herejía iconoclasta. Siguiendo su consejo, san Tarasio (25 de febrero) fue elegido para el trono patriarcal. En aquella época era un destacado consejero imperial. El santo murió como monje esquemático en el año 804.

Tropario, tono 1

Oh Dios de nuestros padres, * que siempre nos tratas de acuerdo con tu bondad: * no retires de nosotros tu misericordia, * sino que, por la intercesión de tus santos, * dirige nuestras vidas en paz.

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