El segundo domingo después de Pentecostés, cada Iglesia Ortodoxa local conmemora a todos los santos, conocidos y desconocidos, que brillaron en su territorio y jurisdicción. Por consiguiente, la Iglesia Ortodoxa de Antioquía recuerda en este día a todos los hombres y mujeres que como frutos de santidad han brotado de su seno y han iluminado a la Iglesia entera.
Ya el Libro de los Hechos de los Apóstoles, atestigua la presencia de la comunidad cristiana: “En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos” (Hch 11:26). Y desde aquella hora, la tierra e Iglesia Antioquena ha dado al mundo abundantes frutos de santidad: los santos Pedro y Pablo a quienes reconocemos como fundadores de esta Sede Apostólica, san Ananías quien bautizó en Damasco a san Pablo, san Lucas Evangelista, San Ignacio el Portador de Dios, san Juan Crisóstomo (arzobispo de Constantinopla), San Jorge el Gran Mártir, Santa Bárbara, Santa Tecla, San Juan Damasceno, san Andrés de Creta, san Simeón el Estilita, san Melecio, los santos Efrén e Isaac los Sirios, san Cosme el Himnógrafo, san Romano el Melodista, san José Damasceno, San Rafael de Brooklyn, entre muchos otros.
Son santos de todos los tiempos que son vistos como el cumplimiento de la promesa de Dios de redimir a la humanidad caída. Su ejemplo nos anima a «despojarnos de todo peso del pecado que nos asedia» y a «correr con paciencia la carrera que tenemos por delante» (Hebreos 12:1).
Además, por supuesto de los pocos santos mencionados, también honramos a aquellos santos que, aunque no han sido reconocidos oficialmente por la Iglesia, Dios sí conoce y a quienes rogamos se acuerden de nosotros ante el Señor.
Tropario, tono 4
Honremos, oh fieles, a todos los Santos Antioquenos: los Apóstoles, los Jerarcas, los Justos junto con los Mártires; siguiendo su ejemplo y contemplando su vida llena de milagros; y vivamos en paz, para alcanzar la morada en el Paraíso
Condaquio tono 8
Oh Sembrador de la creación, * el universo te ofrece, como primicias de la naturaleza, * a los mártires, portadores de Dios, * por cuyas súplicas y las de la Madre de Dios * conserva a tu Iglesia en profunda paz, * oh Señor todo misericordia.
Hieromártir Eusebio de Samosata.
No se sabe nada sobre el origen y la primera parte de la vida de san Eusebio. La historia le menciona por primera vez hacia el año 361, cuando ya era obispo de Samosata y como tal asistió al sínodo convocado en Antioquía para elegir al sucesor del obispo Eudoxio. Precisamente por los esfuerzos del obispo Eusebio, la elección recayó sobre san Melecio, antiguo obispo de Sebaste y un hombre muy venerado por su piedad y sabiduría. Gran parte de los electores eran arrianos y tenían la esperanza de que, si votaban en favor de Melecio, éste favorecería sus doctrinas, por lo menos tácitamente. Pero los arrianos quedaron decepcionados. En el primer discurso que pronunció el nuevo obispo de Antioquía, en presencia del emperador Constancio, que también era arriano, reafirmó la doctrina Ortodoxa de la Encarnación, tal como había sido expuesta en el Credo de Nicea. A raíz de aquel sermón, los arrianos, enfurecidos, buscaron la manera de deshacerse del obispo y el emperador Constancio envió a uno de sus funcionarios a entrevistar a san Eusebio para pedirle que entregase las actas sinodales de la elección que habían sido confiadas a su cuidado. San Eusebio respondió que no las entregaría sin el previo consentimiento y autorización de todos y cada uno de los signatarios. Se le amenazó con mandar que le cortaran la mano derecha si persistía en su actitud, y entonces el santo extendió sus dos manos y dijo que estaba dispuesto a perderlas, antes que faltar a la confianza que se había depositado en él. El emperador quedó muy impresionado por el valor del obispo y ya no insistió.
Durante algún tiempo más, después de aquel incidente, san Eusebio tomó parte en los concilios y conferencias de los arrianos y semi arrianos, a fin de sostener la verdad y con la esperanza de obtener la unidad; pero, a partir del Concilio de Antioquía, en 363, san Eusebio dejó de aparecer en las reuniones, porque comprendió que su actitud escandalizaba a los ortodoxos. Nueve años después, urgentemente solicitada su presencia por el anciano Gregorio de Nazianzo, fue a Capadocia para ejercer su influencia y su experiencia en favor de san Basilio, en la elección para ocupar la sede vacante de Cesárea. Tan notables fueron los servicios que prestó en aquella ocasión, que el joven Gregorio (el Teólogo), en una carta escrita por aquel entonces, se refiere a Eusebio como “columna de la verdad, luz del mundo, instrumento de los favores de Dios hacia su pueblo, apoyo y gloria de toda la ortodoxia.” Entre san Basilio y san Eusebio se estableció una sincera amistad que, más tarde, se mantuvo a través de las cartas.
Al estallar la persecución de Valente, san Eusebio, no contento con proteger a sus propios fieles de la herejía, hizo, de incógnito, varias expediciones a Siria y Palestina para fortalecer la fe de los fieles, para ordenar sacerdotes y para ayudar a los obispos ortodoxos a nombrar verdaderos y meritorios pastores que ocuparan las sedes que quedaban vacantes. Su celo extraordinario despertó la animosidad de los arrianos y, en 374, el emperador Valente promulgó la orden que lo condenaba al destierro en Tracia. Cuando el oficial encargado de hacer cumplir el decreto se presentó ante Eusebio, el obispo le rogó que procediera con discreción, porque si el pueblo veía que le arrestaban, se lanzaría sobre los captores para matarlos. Por consiguiente, aquella noche, después de rezar el oficio como de costumbre, salió tranquilamente de su casa cuando todos dormían y, en compañía de uno de sus servidores, partió hacia el Eufrates y se embarcó. A la mañana siguiente, cuando las gentes se dieron cuenta de que había partido, se emprendió su búsqueda; algunos de sus fieles le dieron alcance y le suplicaron, con lágrimas en los ojos, que no los abandonara. Él también lloró ante las muestras de afecto de aquellas gentes, pero les explicó que era necesario obedecer las órdenes del emperador y los exhortó a confiar en Dios para que todo llegara a arreglarse satisfactoriamente. La grey del obispo Eusebio demostró su fidelidad y, mientras duró el exilio, se negó a tener cualquier trato con los dos prelados arrianos que ocupaban la sede.
A la muerte de Valente, en 378, terminó la persecución, y san Eusebio regresó a su sede y a su rebaño. Su celo y su piedad no habían sufrido menoscabo por los sufrimientos del destierro. Gracias a sus esfuerzos, se restableció en toda su diócesis la unidad Ortodoxa, y las sedes vecinas fueron ocupadas con prelados ortodoxos. San Eusebio se hallaba de visita en la ciudad de Dolikha, para instalar ahí un obispo, cuando una mujer arriana, oculta en la azotea de una casa, le arrojó una pesada piedra sobre la cabeza. El golpe que recibió fue fatal, puesto que, a consecuencias del mismo murió algunos días más tarde, tras de obtener la promesa de sus amigos de que no perseguirían ni castigarían a su atacante.
Tropario tono 4, del común de Hieromártires
Al volverte sucesor de los apóstoles * y partícipe en sus modos de ser, * encontraste en la práctica * el ascenso a la contemplación, oh inspirado por Dios. * Por eso, seguiste la palabra de la verdad * y combatiste hasta la sangre por la fe. * Eusebio, obispo mártir, intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas.