Con la bendición de nuestro padre y Metropolita Antonio, y gracias al amoroso y paciente trabajo desarrollado por el Archimandrita Ignacio Samaán, aparece esta tercera entrega de canto bizantino en lengua española. Esta música esparce, como suave fragancia, los tesoros espirituales de la cristiandad de oriente a través de cantos de alabanza, contrición y amor a Dios; compuesta por hombres santos, nos permite —guardando la debida proporción— unirnos humildemente a los coros celestiales en una alabanza eterna al Señor.

Dentro de la himnografía bizantina, la correspondiente a la Semana Santa ocupa un lugar preponderante, pues las oraciones, los servicios y los cantos de este período nos recuerdan detalladamente los hechos sucedidos en ese momento crucial en la historia de la salvación. Muestra de ello son: el Tropario del Domingo de Ramos, el Tropario del los Maitines celebrados ese mismo día en la noche (conocido como Tropario del Novio, cuyo texto está basado en la parábola de las Diez Vírgenes), y el del Jueves Santo —Tropario es un himno que, en forma concisa, describe las virtudes de un santo o una festividad importante dentro de la Iglesia—. En el Tropario del Novio, Cristo es el prometido del alma: el «Varón de los dolores» quien, según la profecía de Isaías, «no tenía apariencia ni presencia […], no tenía aspecto que pudiésemos estimar […], fue oprimido y se humilló y no abrió la boca», y quien «nuestras dolencias llevó y nuestros dolores soportó […], herido por nuestras rebeldías […], por sus llagas hemos sido curados» (Is 53); es el Novio del alma en cuya espera ella ha de vigilar «para no ser arrojada fuera de [su] Reino».

En el Tropario del Jueves Santo, la Iglesia plantea ante nuestra vista la comparación entre la iluminación de los apóstoles en la Divina Cena y la partida de Judas hacia la noche de la corrupción.
En Mi hijo primogénito y Entregué mis espaldas es Cristo mismo quien habla: se lamenta que su pueblo, Israel, no lo reconoció como Mesias, por un lado; por el otro, nos describe los sufrimientos que padeció por la salvación del mundo. Ambos cantos pertenecen también al oficio del jueves en la noche.

Mención aparte merece Hoy fue colgado en la cruz, canto muy estimado en el Medio Oriente cristiano; interpretado con gran belleza en árabe por el P. Ignacio, percibimos la profundidad y el sentido del texto y la melodía.

El Viernes Santo en la noche se entonan las Lamentaciones —extenso poema dividido en tres secciones o Estasis—, donde la Madre de Dios y la Iglesia lloran por la muerte del hijo. Sin embargo, como también se puede constatar en El Gran Moisés, una nota de esperanza se manifiesta por la Resurrección y la Redención del género humano: Cristo que duerme en el sepulcro, la Vida que desciende hacia la muerte, la luz que penetra en la oscuridad. El silencio del Sábado Santo nos traslada del triunfo oculto en la Cruz hacia el grito de la Resurrección: «Cristo ha resucitado».

Por ello, el sábado en la mañana se canta, antes del Evangelio, Levántate, oh Dios, juzga la tierra mientras el sacerdote esparce en la iglesia hojas de laurel, anticipando la victoria de Cristo sobre la muerte.

La Pasión salvífica, tercera producción de nuestro coro, será el preámbulo de la cuarta: La Gloriosa Resurrección.

Como es ya tradicional, en esta ocasión también pedimos de antemano disculpas por los errores que pudiesen aparecer en la presente grabación: Dios es el único Infalible. Quiera Dios que estas humildes oraciones sean agradables ante su Presencia, para su mayor gloria, honor y adoración. Amén.

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