La música bizantina se basa en ocho tonos: cuatro principales y cuatro

plagales (derivados), el Tono 5 es el plagal del Tono 1, el Tono 6 es el plagal del tono 2 y así sucesivamente. La himnografía pascual utiliza especialmente los Tonos 1 y 5, por el carácter jubiloso, solemne y dulce que los domina.

Venid, tomad luz: canto en Tono 5, que acompaña a un gesto litúrgico –tomado originalmente del surgimiento de la luz del Santo Sepulcro en Jerusalén, que milagrosamente se lleva a cabo cada año el Sábado de la Gloria– en el que, en medio de la noche absoluta, la feligresía enciende sus velas del candil que el obispo lleva (o el sacerdote), y sale a las afueras de la Iglesia donde se lee el Evangelio de la Resurrección y luego se anuncia con majestad:

Cristo resucitó de entre los muertos pisoteando la muerte con su muerte y otorgando la vida a los que yacían en los sepulcros. Es el Himno Pascual por excelencia; se entona más de sesenta veces durante la vigilia de la Resurrección, como si no se quisiera dejar de anunciar esta realidad nueva bajo el sol; es el respiro automático de los ortodoxos durante la temporada correspondiente, que los alimenta con el oxígeno de la esperanza verdadera. En el disco presente, «Cristo resucitó» es cantado en tres idiomas: español, idioma de nuestro culto; árabe, lengua de nuestro patriarcado; y griego, texto original de este cántico divino.

Toda la feligresía sigue a su obispo en la entrada triunfal al templo (símbolo del Reino de los cielos) cantando «el himno de la victoria», como dice la primera Catabasía. Las Catabasías forman una serie de cantos en los Maitines de las Fiestas Principales; deben su nombre a una acción histórico-litúrgica, conforme a la cual, los cantores bajaban de su asiento cuando las entonaban (la palabra es derivada del verbo que significa «bajar») mientras el obispo subía al trono episcopal. Generalmente las expresiones y plegarias de las Catabasías tienen que ver con figuras del Antiguo Testamento que encontraron su plenitud en Jesucristo: «Venid, tomemos una bebida nueva, no la extraída milagrosamente de una roca muda […] sino la emanada del Sepulcro del Señor» (3ª. Catabasía). «Al tercer día, surgiste del Sepulcro, como Jonás de la ballena» (6ª. Catabasía).

La Oda Nona es cantada mientras el diácono inciensa el templo y la asamblea; un gozo radiante llena las frases de sus estrofas: «Resplandece, oh Nueva Jerusalén, pues la gloria del Señor ha brillado sobre ti.» «¡Qué divina, qué amada, qué dulcísima, oh Cristo, es tu palabra con la cual has prometido estar con nosotros hasta el fin del mundo!» «¡Concédenos participar plenamente de Ti en el día sin ocaso de tu Reino!»

La primera estrofa de la misma oda forma el Megalinario, una melodía elaborada más con frases musicales largas y delicadamente ornamentadas, que se canta durante la Liturgia pascual. El reverendo archimandrita Ignacio Samaán interpreta el himno, dirigido a la Madre del Resucitado, en español y en árabe.

Los Estiquerios de Pascua –un modo moderado del canto bizantino– plantean dos temas: una alabanza a la Pascua «nueva y santísima», «augusta y mística», y una contemplación de la imagen bíblica de la Resurrección: el Ángel que dice a las Mirróforas ante el Sepulcro vacío: «¿Por qué buscáis al Vivo entre los muertos? ¿Por qué lloráis al Inmortal en medio de la corrupción?»

¡Día de la Resurrección!: «Digamos aun al que nos odie: Perdonémonos en todo». El acceso hacia la alegría salvífica no se consigue sin antes reconciliarnos con los hermanos; es entonces cuando podremos corresponder al «¡Cristo ha resucitado!» de la Homilía de san Juan Crisóstomo con nuestro: ¡En verdad ha resucitado!

Con la Gracia del Altísimo, he aquí, un fruto más del Coro de la Catedral de san Jorge que, bajo el cuidado divino, la bendición de su Eminencia Arzobispo Antonio (México), y las oraciones de todos los que se han interesado por su labor, seguirá en el empeño duplicando los dones, brindando lo mejor que alcance y ofreciendo disculpas por cualquier error que pueda aparecer: ¡Dios es el único Infalible!

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