Los Tres Jerarcas

30/01

los_tres_jerarcasLa historia de esta fiesta se remonta a los tiempos del Emperador Alexio I Comnino (1081-1118) en Constantinopla. En aquel tiempo se manifestó en los medios eclesiásticos una disputa entre los teólogos de la ciudad sobre los santos Padres Basilio Magno, Gregorio el Teólogo y Juan Crisóstomo, respecto a quién de lso tres santos  era el más sobresaliente.

El primer grupo optó por san Basilio ya que, para ellos, él era el mejor entre los oradores, superior en palabra y obra, un hombre que por poco alcanzaba a los ángeles, moderado, no perdonaba la negligencia, y ajeno a todo lo terreno; supo cómo sondear los misterios de la naturaleza como ningúno; organizador del monaquismo y columna de la Iglesia en su lucha ante la herejía de Arrio; pastor ideal y asceta diligente.

El segundo grupo elevó la posición de San Crisóstomo considerando que él era el mas cariñoso, por su comprensión de la debilidad de la naturaleza humana; con sus homilías inspiradas por Dios dirigió a la grey hacia el arrepentimiento; explicó la palabra divina aplicándola hábilmente a la vida cotidiana como ninguno de los otros dos Santos; además su nombre da testimonio de su habilidad retórica y teológica “boca de oro”.

El tercer grupo engrandeció a San Gregorio el Teólogo por la profundidad y la pureza de sus palabras; él obtuvo la sabiduría y la retórica de los griegos bautizándolas y dirigiéndolas a la contemplación de Dios; así ninguno expresó el dogma de la Santísima Trinidad tal como él lo hizo.

Esta diferencia no se detuvo entre los maestros e intelectuales sino que se divulgó entre el pueblo: éste era basilista, aquél juanista y el otro gregorianista, y día tras día la discusión se agrandaba.

Pero los Santos no permitirían esta discordia. En un sueño, los tres santos se le aparecieron al obispo Juan Morobo y le dijeron: “Como ves: somos iguales ante Dios; ni división ni contradicción. Cada uno de nosotros aprendió, en su tiempo, del Espíritu Santo, y escribió y habló lo que convenía por la salvación de los hombres. Entre nosotros no hay ni primero ni segundo; si citas a uno, los otros estarán de acuerdo con él. Así que ordena a los que están exagerando en la discusión detener las deferencias entre sí; como estábamos en la vida terranal así seguimos después de la muerte, interesados en realizar la paz y la armonía en toda la Iglesia. Por eso celébrennos en un día común… y enseña a los fieles que nsotros somos iguales ante Dios.” Al decirlo, los tres padres se pusieron a subir al cielo brillando con una luz inefable y llamándose el uno al otro por su propio nombre.

Inmediatamente, el obispo Juan reunió a los que discutían para detener la deferencia, y fijó a los tres Santos, como se lo habían pedido, el  30 de enero como día del recuerdo común, día antes del cual habremos celebrado a los tres individualmente (1enero, a San Basilio; 25 enero, a San Gregorio; y 27, a San Crisóstomo).

Dios no permitió que la santidad de los tres Jerarcas formara causa de división en la Iglesia. Pidamos que las intercesiones de los tres santos Jerarcas y Maestros del universo sean con nosotros. Amén.

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San Gregorio el Teólogo

25/01

gregorio_e_teologoNació en el pueblo de Nazianzo, cerca de Cesarea de Capadocia, hoy dentro del territorio de Turquía. Su padre, San Gregorio el Anciano, era pagano pero, por la fe de su esposa y su cristiana moral, se convirtió, fue bautizado y anduvo en los caminos de la virtud a tal grado que fue elegido para la sede episcopal de Nazianzo.

En este ambiente creció el hijo Gregorio. La condición desahogada de su familia le permitió realizar bastantes estudios en Cesarea y Atenas: literatura, poesía y retórica. En esta etapa de su vida conoció a su amigo más íntimo, san Basilio “cuando nos conocimos –escribe san Gregorio- y se aclaró el deseo común de estudiar la verdadera filosofía, cada uno se volvió todo para el otro. Tuvimos la misma casa, la misma mesa donde estudiar, y las mismas emociones; nuestros ojos miraban hacia el mismo objeto; y día con día el cariño se incrementaba y se afirmaba.” En una carta el estudiante Gregorio escribió a Basilio: “te respiro más que el aire. Yo, estés presente o ausente, no vivo más que el tiempo en el que estás conmigo.”

Gregorio se ofreció a sí mismo como ofrenda ante Dios; su generosidad con los pobres lo dejó libre de cualquier riqueza mundana, y su anhelo más grande era ir hacia el retiro y el silencio. Se puso de acuerdo con su amigo Basilio para construir una ermita donde vivieron juntos en oración, ayuno, estudio de la Biblia y salmodia, y juntos pusieron las reglas de la vida monástica.

El Santo regresó a Nazianzo ya que su padre había alcanzado los 80 años y necesitaba quien le ayudara en los asuntos del rebaño. Los fieles, espontáneamente, agarraron a Gregorio y, en contra de su voluntad, lo llevaron hacia la iglesia a fin de que fuera ordenado sacerdote, él se sujetó a la realidad después de un conflicto interior que duró bastante tiempo: “uno tiene que purificarse a sí mismo antes de purificar a los demás, que hacerse sabio antes de llevar la sabiduría a los otros, volverse luz antes de dar la luz, ser santificado antes de santificar a los demás…” Gregorio trabajaba en Nazianzo en silencio escribiendo y predicando sin dejar de ejercer su ascetismo a su manera.

Durante el combate entre los ortodoxos y los arrianos (una herejía del siglo IV que negaba la divinidad de Cristo), San Gregorio fue elegido obispo de Constantinopla, -ciudad que en aquel entonces había pasado 40 años en el cautiverio arriano-, ni un templo se le ofreció a Gregorio donde pudiera reunirse con los fieles. Uno de sus parientes le brindó su casa, así, convirtió una de las salas en la iglesia “de la Resurrección”. Precisamente en este lugar, el Santo pronunció sus cinco homilías teológicas que le dieron el título de “Teólogo”, título que nadie hasta entonces había tomado excepto San Juan el Evangelista. Gregorio, aún pobre en el espíritu, sin belleza ni aspecto respetables, el Espíritu de Dios actuaba en él con gran efectividad, y su palabra atraía activamente. Así, sus homilías devolvieron los corazones de los constantinopolitanos hacia la recta fe.

En el año 381 se convocó el segundo Concilio Ecuménico en Constantinopla; el obispo Gregorio era el presidente de este asamblea de obispos, pero su pobre y humilde aspecto no les pareció para nada a algunos de los presentes así que empezaron a atacarlo. Frente a este dolorosa escena, el obispo caracterizado por su sensibilidad, pidió retirarse de su cargo episcopal y pronunció una palabra afectuosa defendiendo su labor pastoral en la ciudad de Constantinopla, y, otra vez regresó a su ciudad natal donde pasó el tiempo restante de su vida como siempre anhelaba: escribiendo poemas, aclarando la fe, con oración y ascetismo. Murió el año 389 con más de 60 años de edad.

Sus reliquias fueron trasladados, apenas después de su muerte, a Constantinopla donde quedaron hasta que los Cruzados las robaron y llevaron a Roma en 1204. Hoy se encuentran en el Vaticano, en la Iglesia de San Gregorio, diseñada por Miguel Ángel. Sus interseciones sean con nosotros. Amén.

La trompeta pastoral de tus discursos teológicos,
superó y venció a las trompetas de los elocuentes.
Pues, buscando la profundidad del Espíritu,
adquiriste la excelencia de la elocuencia.
Oh Padre Gregorio, intercede ante Cristo Dios,
por la salvación de nuestras almas.
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San Antonio el Grande

17/01

antonioA finales del siglo tercero comenzamos a saber de hombres que abandonaron las ciudades para vivir una vida de oración y soledad. El mejor conocido entre ellos es al que se le llama el fundador del monaquismo: San Antonio el Grande (252-356). Su contemporáneo, san Atanasio, nos cuenta su historia.

Un día, cuando Antonio tenía 18 años, entró a la iglesia de su pueblo para asistir al oficio. De repente escuchó las palabras del Evangelio: “si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme” (Mt.19:21). Había escuchado estas mismas palabras muchas veces antes , pero esta vez le pareció como si Cristo le estuviera hablando directamente y que las palabras fueran un mensaje personal. La impresión que recibió fue tan fuerte que, sin vacilar ni un momento, Antonio inmediatamente entregó todos los bienes que heredó de sus padres para ser distribuidos a los pobres del pueblo. Le quedaba sólo un problema que le preocupaba. Antonio tenía una hermana menor. Las dos eran huérfanos, y él se sentía responsable por ella. Nuevamente un verso del Evangelio, que a menudo había oído en la iglesia, de repente le pareció responder a sus problemas personales. “Así, que no os afanéis por el día de mañana; porque el día de mañana traerá su afán” (Mt.6:34). Antonio encontró a una buena mujer cristiana en su pueblo quien se encargó del cuidado de su hermana. Ahora él podría dedicarse a su nueva vida.

Antonio se fue a vivir a Egipto, donde el inmenso desierto quemado por el sol, nunca estaba muy lejos de pueblos y ciudades. Primero se fue a vivir junto a un ermitaño, quien vivía a poca distancia de su pueblo. Luego, visitó a varios otros ermitaños antes de cruzar el río Nilo. Después vivió solo en las ruinas de un antiguo fuerte en el desierto.

¿Puedes imaginar todas las tentaciones y luchas espirituales que hay en la vida de un ermitaño? Años más tarde, Antonio recordó sus primeros días en el desierto. Aseguró que la dificultades físicas de hambre, sed, calor y frío, eran mucho más fáciles de soportar que la soledad, la depresión y todos los pensamientos y deseos perturbantes que le afligían. A veces se sentía como si no tuviera la fuerza para seguir, pero visiones le inspiraban en su necesidad y le dieron valentía.

“¿Dónde estabas, Señor Jesús? ¿por qué no viniste a ayudarme antes?” exclamó Antonio un día después de una de aquellas visiones reconfortantes. “Yo estaba -escuchó en respuesta- yo estaba aquí esperando ver tu esfuerzo.” En otra ocasión, en medio de una terrible lucha con sus pensamientos, Antonio dirigió a Dios una oración: “quiero salvar mi alma, oh Señor, pero mis pensamientos no me lo permiten.” De pronto vio a alguien, parecido a él, sentado y trabajando en algo con sus manos; luego se levantó para rezar, y entonces volvió de nuevo a su trabajo. “Haz tú lo mismo y tendrás éxito”, le dijo el ángel a Antonio. Aquel mismo día, Antonio dedicó parte de él al trabajo manual.

Otras personas descubrieron donde estaba y fueron a vivir cerca de él. Lo encontraron sereno, tranquilo y amigable. Se habían terminado los años de lucha, y ya no se veía rastro de dificultad ni de cansancio, aunque Antonio seguía su vida de oración y ayuno.

Cientos de ermitaños fueron al desierto a vivir cerca de Antonio, y él les aconsejó e instruyó. No organizó una comunidad; tampoco dio a los ermitaños ninguna regla común de vida. Más tarde dejó ese poblado para vivir en otra parte del desierto, más lejana. Nuevamente otros ermitaños llegaron a su lado. Así Antonio rompió el silencio del desierto con las alabanzas de cientos de monjes. Alcanzó la edad de 106 años, y falleció en el año 365 d.C. Sus intercesiones sean con nosotros. Amén.

“Imitando con tu vida al celoso Elías
y siguiendo los rectos caminos del Bautista,
has poblado el desierto, oh Padre Antonio,
 y fortalecido al mundo con tu oración. 
Intercede ante Cristo nuestro Dios
para que salve nuestras almas.”
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San Vitalio

Vivió en un monasterio de Egipto hasta sus 60 años, después se trasladó a Alejandría donde practicó un trabajo que lo expuso a muchas acusaciones.

Su trabajo oficial era contar las prostitutas profesionales en la ciudad. Cobraba por ello 10 pesas al día, al atardecer comía con una pesa y distribuía las demás a unas de las prostitutas diciendo a cada una: “toma esto y guárdate a ti misma pura por esta noche”, y con juramento les prohibía informar a nadie.

Mientras las acusaciones crecían sobre él y las miradas lo menospreciaban por todos lados, pasaba las noches orando por sus acusadores sin preocuparse en complacer a los hombres sino a Dios. Muchas de las prostitutas con las cuales trataba, al ver su vigilia y escuchar sus permanentes oraciones por la salvación de ellas, se apartaron de sus malas costumbres, algunas se casaron y otras dedicaron su vida a la castidad.

Una vez, mientras Vitalio estaba saliendo de aquel lugar, se encontró con un joven que pretendía satisfacer sus placeres. Este joven, a pesar de su mala conducta, reaccionó violentamente ante la presencia del monje Vitalio que le pegó con rencor diciéndole: “¿Hasta cuándo seguirás practicando esta pésima acción, oh negociante de Cristo”, el anciano le contestó con benevolencia: “oh miserable, recibirás un golpe tan doloroso que reunirá a toda Alejandría alrededor tuyo.”

Pocos días después, Vitalio se durmió en el Señor en su celda. Nadie hubiera sabido de su muerte si no hubiera pasado lo siguiente:

Un día vino al encuentro del joven libertino ya mencionado, un esclavo negro y le dio un terrible bofetón diciéndole: “Esto te lo manda el monje Vitalio.” Los gritos dolorosos del joven reunieron a mucha gente; el joven adolorido empezó a gritar: “Oh siervo de Dios Vitalio, he pecado mucho ante Dios y ante ti.”

Toda la gente se dirigió hacia la celda del extraño monje, pero lo encontraron prosternado sin movimiento: murió en la oración. Cerca de él estaba escrito en la tierra: “oh Alejandrinos, no juzguen a nadie antes de tiempo, hasta la venida del Señor.”

Al difundirse la noticia, las mujeres ex-prostitutas salieron con velas y mirra hacia su celda para embalsamar su cuerpo, y anunciaron todo lo que el hombre de Dios hacía con ellas y alzaron su pureza, castidad y humildad.

Así pues la vida de este justo nos parece un martirio-testimonio propio de los santos de Dios quienes nunca piden gloria para sí mismos, sino para el Señor. Las oraciones de San Vitalio sean con nosotros. Amén.

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San Basilio el grande

san_basilioSan Basilio el Grande, arzobispo de Cesarea de Capadocia, recibió su educación primaria en una familia muy piadosa. Su abuela, su hermana, su madre y su hermano fueron canonizados. Su padre era profesor de oratoria y abogado. Al terminar sus estudios en Cesarea, Basilio estudió en famosas escuelas de Atenas. Al regresar a su patria fue bautizado y asignado al clero como lector. Después, durante mucho tiempo vive con los ermitaños en Siria, Mesopotamia, Palestina y Egipto. La vida en el desierto le agradaba a Basilio. Él encontró un lugar donde instaló su refugio. Con él estaba su amigo de la infancia San Gregorio (El Teólogo). El arzobispo de Cesarea, Eusebio, hizo regresar a San Basilio del desierto y lo ordenó presbítero. En el puesto del presbiterado, siendo el ayudante más cercano al arzobispo en los asuntos de la dirección de la Iglesia, San Basilio trabajaba mucho hasta el agotamiento. Él predicaba todos los días, a veces dos veces por día. En Cesarea y sus alrededores organizó hospitales, asilos y casas para los peregrinos

Tras la muerte de Eusebio (año 370), San Basilio fue ascendido a la cátedra de Cesarea. Casi todo el tiempo durante su servicio como arzobispo tuvo una tensa y dura lucha con los arrianos, los cuales tenían gran fuerza en los tiempos del emperador Constancio y más todavía en los tiempos del emperador Valente (los arrianos negaban la Divina naturaleza del Señor Jesús Cristo). En su lucha contra los arrianos San Basilio continuaba la labor de San Atanasio, e igual que él, era el irrompible pilar de la Ortodoxia. Le decían al emperador Valente que si Basilio se rendía al arrianismo triunfaría definitivamente. Entonces Valente envió a Cesarea al prefecto llamado Modesto, famoso por su crueldad en la persecución de los ortodoxos. Muy arrogante, Modesto llegó a Cesarea e hizo llamar a San Basilio. Al principio trataba de convencerlo, tentándolo con las promesas de diferentes favores del emperador si San Basilio se relaciona con los obispos inclinados al arrianismo. Luego, viendo su firmeza comenzó a amenazarlo con el secuestro de bienes, con destierro perpetuo y con la muerte. Con coraje, San Basilio le contestaba: “No tengo miedo al destierro porque toda la tierra es del Señor, es imposible quitar los bienes al quien no tiene nada, la muerte es para mi un bien porque me unirá con el Cristo para quien yo vivo y trabajo.” La grandeza de San Basilio sorprendió al prefecto. “Hasta este momento nadie se animó a hablar conmigo de esta forma” le dijo. “Tal vez tu nunca tuviste la oportunidad de hablar con obispo” le contestó modestamente San Basilio.

En este tiempo, el mismo emperador llegó a Cesarea. El emperador fue a la iglesia (en el día de Epifanía) donde oficiaba San Basilio. Su piadoso santo oficio y la gran multitud de la gente rezando enternecidamente sorprendieron al emperador. Sin embargo, tomó todas las medidas para que San Basilio acepte algún arreglo con los arrianos. Al encontrarse con la resuelta negativa, lo condenó al destierro. La inesperada enfermedad de su hijo hizo que suspendiera la sentencia y pidiera al Santo sus oraciones. Entonces los arrianos lograron que por lo menos fuese reducida la zona del arzobispo. (Anoimo — el obispo de la nueva zona de la ciudad de Tiana se convirtió en su rival y enemigo).

Para preservar a su diócesis de las intrigas de los arrianos, San Basilio organizó una diócesis especial en la ciudad de Sasima, ubicada justo en el limite de las zonas divididas. Para esta cátedra tan importante en la lucha con los arrianos él puso al frente a su amigo San Gregorio, al cual hace poco tiempo había ordenado como obispo. Pero San Gregorio no quiso ocupar este inquieto puesto porque no respondía a su estado espiritual.

Además de abnegada defensa de la Ortodoxia contra el arrianismo, el arzobispo Basilio había prestado otros grandes servicios a la Iglesia. Toda su vida y especialmente los nueve años de su servicio como arzobispo estaban llenos de una imparable labor. Sus numerosas cartas muestran su preocupación y el dolor de su alma relacionados con los desordenes en la Iglesia. También muestran como se preocupaba para que hubiese paz en el ambiente episcopal. Los refugios para los pobres, organizados por él que fueron pagados por una parte con el dinero que había heredado de sus padres y por otra parte con las donaciones. Estas obras eran tan grandes que parecía una ciudad. Durante las épocas de hambre en Cesarea, lo ciudadanos encontraron en él un generoso bienhechor. Fue fundador de alguno famosos conventos para los monjes y también creó las reglas de vida y de comportamiento de los monjes, las cuales siguen vigentes.

El piadoso santo oficio de San Basilio sorprendió mucho a Valente. Pero nosotros tenemos otro testimonio por parte del otro y más importante apreciador de la belleza espiritual :San Efrén de Siria. Guiado por inspiración divina, San Efrén llegó a la iglesia donde oficiaba San Basilio y quedó tan impresionado y motivado por todo lo visto y escuchado allí que expresó sus sentimientos en voz alta en su idioma sirio, llamando la atención de la gente. Esto sirvió para que entre San Basilio y San Efrén se estableciera una amistosa relación, lo que está demostrado en sus cartas. San Basilio se preocupaba por la uniformidad y el orden de los santos oficios, por eso explicó el orden de la Liturgia apostólica, la que se conoce como la Liturgia de San Basilio. Esta Liturgia se realiza todos lo domingos durante la Gran Cuaresma y en algunos otros días. También él compuso numerosas oraciones de uso en la iglesia. Las más conocidas son las que se leen de rodillas en el día de Pentecostés.

Para la Iglesia tienen mucha importancia los escritos de San Basilio, especialmente “El Hexamerón” (sobre los 6 días de la creación del Mundo) en los cuales se manifiesta no solo como un gran teólogo, sino también como el científico en el dominio de las ciencias naturales. También llegaron a nosotros: trece homilías sobre los Salmos, veinticinco homilías para distintas ocasiones, cinco libros contra los arrianos y “Los Ascéticos” sobre la Divinidad del Espíritu Santo.

La dura labor y dolores del alma agotaron sus fuerzas terminando su vida a los 50 años el 1 de enero del año 379.

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La Santa Eucaristía

                         El artíclulo es  tomado del libro “Guía pastoral para los Sacramentos“, Editado por nuestra Arquidiócesis

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Institución del Sacramento

Cristo, por si mismo, instituyó el sacramento del Eucaristía en la última cena, pues, “tomando el pan, lo bendijo, lo partió y dándoselo a sus discípulos, dijo: Tomad, comed, éste es mi cuerpo. Tomó luego una copa, dadas las gracias, se la dio diciendo: Bebed todos de ella, éste es mi sangre la del nuevo testamento, que derramada por muchos para la remisión de los pecados.” (Mt.26:26-28), (Cf. Mc.14:22-24, Lc.22:19-20, 1Cor.11:23-25). Y les encomendó que este sacramento se levantara seguido “haced esto en recuerdo mío” (Lc.22-19) “Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.” (1Cor.11:26).

Los sentidos de la Eucaristía

  1. La Eucaristía es la mesa del Señor donde Cristo se nos ofrece a si mismo como verdadera comida y bebida, en una ofrenda incruenta; es continuación de la misma ofrenda de la Cruz, donde el Sumo Sacerdote se ofreció a si mismo, por una vez, como un cordero por cuya sangre salvó al mundo y rompió el acta de sus pecados.
  2. La comunión es participación en el cuerpo y sangre del Señor, pues, el pan y el vino se vuelven, por la epíclesis (invocación) del Espíritu Santo, en el purísimo cuerpo y la preciosa sangre “la copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (1Cor.10:16).
  3. La reunión litúrgica- eucarística es la expresión más clara del misterio de la Iglesia, el cuerpo de Cristo. Pues mientras la Iglesia es la que establece al Eucaristía, ésta forma a la Iglesia y une a sus miembros alimentándolos con la vida. Así la Eucaristía es el misterio de la reunión de la comunidad “porque aún siendo muchos, un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1Cor.10:17), “Y a todos nosotros, que comulgamos de un mismo pan y un mismo cáliz, únenos los unos con los otros en la comunión de un sólo Espíritu Santo” (la liturgia de San Basilio).
  4. Por la comunión, se realizan la unión del hombre con Cristo y la permanencia en Él: “el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Jn.6:56). Esta unión y permanencia son las que otorgan al hombre la vida eterna “el que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitó el último día” (Jn.6:54).

La importancia de comulgar con frecuencia

Los fieles tienen que practicar, frecuentemente, la comunión acompañándola con una preparación adecuada, especialmente en los Domingos y fiestas.

Así, los fieles de la Iglesia, como se describes en los Hechos de los apóstoles: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del Pan y a las oraciones.” (Hech.2:42) puesto que el Señor Jesucristo es “el pan de vida” y quien “lo coma no muera” sino “tiene vida eterna.” Él dijo: “si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn.6:53).

No debe pensarse que la comunión es exclusiva de dos o tres veces al año. Antiguamente, se excomulgaba a quien se abstenía de la comunión tres domingos seguidos, o el domingo de la Pascua, sin pretexto.

La preparación para la Comunión

Es muy importante prepararse para la comunión: “Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo.” (1Cor.11:27-29).

  • Reconciliación y comunión

La reconciliación con los hermanos es una condición principal para la participación de la Eucaristía. No es permitido participar en el precioso Cuerpo y Sangre del Señor a quien está en disputa con otro: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano.” (Mt.5:23-24). Por eso en la Liturgia el diácono nos llama exclamando: “amémonos los unos a los otros, para que confesemos de unánime acuerdo.” (La Divina Liturgia).

  • Arrepentimiento y comunión

Comulga quien busca tener espíritu de humildad y arrepentimiento; así, hay que examinar la conciencia para que, quien ha resbalado o caído en un pecado grave, acuda al sacramento de la Confesión para que, con la disciplina y conducción paternal del sacerdote, y la divina Gracia que la otorga la Iglesia por este mismo, pueda seguir creciendo en el camino de la virtud alimentándose con el maná celestial.

  • Ayuno y oración

El hombre se prepara a si mismo, también, por el ayuno eucarístico, la oración y la lectura espiritual.

El ayuno eucarístico es una tradición eclesiástica muy antigua, y se hace absteniéndose de comer o beber desde la medianoche del día anterior. En caso de que la Divina Liturgia se haga por la noche, hay que abstenerse seis horas antes de la misma.

  • Modestia y conveniencia

Es muy importante que los fieles acudan a la Divina Liturgia desde su inicio.

Los fieles, mujeres y hombres, guardan la modestia en el vestido y apariencia; “que vuestro adorno no esté en el exterior, en peinados joyas y modas, sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de una alma dulce y serena: esto es precioso ante Dios.” (1Ped.3:3-4).

El verdadero alimento del fiel

Los preciosos Cuerpo y Sangre del Señor son el alimento de quien se ha bautizado en el nombre de la Santísima Trinidad y sellado por el Espíritu Santo.

La Eucaristía no termina con la salida de la iglesia, sino es una realidad continúa. Así pues tomando el fiel su alimento espiritual en la iglesia, rompe el muro de su egoísmo y se abre al amor de su hermano: “el sacramento de la Eucaristía es el misterio del hermano; nuestro juicio será según conectemos al misterio del Cristo presente en la santa Eucaristía con el misterio de su propia presencia en los hombres, los hermanos.” (San Crisóstomo, 50° homilía sobre el evangelio de san Mateo).

La Pasión de Cristo

pasion_de_cristoEl objeto de escribir esta nota no es hacer una crítica especializada sobre la película La Pasión de Cristo de Mel Gibson, ya que no soy especialista, sino que es la visión de un sacerdote ortodoxo expresando qué opina la Iglesia respecto a lo que la película expone. Si bien, se trata de una opinión personal, no obstante considero que está basada en la Biblia y en los Santos Padres.

Es muy claro que la película utiliza pasajes del Evangelio y palabras del Señor, algunas veces literalmente, tal como aparecen en los relatos de uno u otro de los cuatro evangelistas. Pero hay que recordar que los herejes también han utilizado pasajes evangélicos y han enfatizado palabras del mismo Cristo o de los Apóstoles. No se pretende aquí ofender ni a la película ni a su producción, sino lo que se quiere exponer es que las escenas, aún tratando de dar cuerpo a auténticas palabras citadas en la Sagrada Escritura, no tienen la infalibilidad de las mismas y no pasan de ser una mera lectura de éstas.

Viendo la película, me permito hacer estas observaciones con el propósito de enfocar nuestra fe en el camino recto:

1. Los Cuatro Evangelios, aunque mencionan los azotes, la corona de espinas y, por supuesto, la crucifixión, omiten los gritos y reacciones del mismo Cristo, porque lo que se anunció fue a un Cristo Dios Fuerte, que se dirige a su Pasión por su propia voluntad, que de antemano había dicho a los Apóstoles: “mirad que subimos a Jerusalén y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron para el Hijo del hombre…” (Lc. 18, 32). Quien lee los capítulos 18 y 19 del Evangelio según San Juan, comprende que Cristo es la Luz que vence a la oscuridad; corrupción, odio, indiferencia, traición y crueldad, han formado la noche, de la cual, Jesús salió victorioso. Pero como Él mismo dice: “la Luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron.” (Jn.1, 5). Entonces Cristo, entrando en toda esta “oscuridad”, la ilumina. En su oración al Padre, aquella noche, lo dijo: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo…” (Jn.17, 1), pues la Gloria que manifiesta en la Resurrección es la misma oculta en la Cruz.

2. La película muestra las torturas de la forma más violenta posible, con el propósito de enfatizar que la Pasión era algo que ninguna persona hubiera podido aguantar. Considero que sí ha habido torturas similares o más extremas, pues la cruz era una pena común, y el sadismo, a lo largo de la historia, ha inventado los medios más horrendos que se pueda imaginar. Pero, en realidad, lo más dramático de todo es la muerte por sí misma, mientras todo lo demás –dolores, provocaciones, enfermedades, etc.- surge en consecuencia. Quizás para nosotros, caídos, la muerte es un acontecimiento normal al que nos enfrentamos día tras día, así que sólo nos hace falta ver a Cristo, que tanto sufrió de dolor, para hacernos sentir la grandeza de su sacrificio; pero si tomamos en cuenta que Cristo es el Dios Inmortal, la Vida, comprenderemos que la Cruz fue puesta en el destino de Jesús de Nazaret desde la Concepción, desde el momento que Dios se “despojó a sí mismo, tomando condición de siervo” (Flp.2, 7), y se realizó su plenitud en el momento que Cristo clamó “todo está cumplido” (Jn.19, 30), es decir, en su muerte en la Cruz.

3. Una impresión unánime de los espectadores se expresa con un “¡pobrecito Dios!.. ¡cómo lo trataron los hombres!”, o -como si fuese una devoción penitencial- “¡cómo lo tratamos, los hombres!” En realidad, si comparamos este mensaje de la película con la predicación de los Apóstoles en los “Hechos de los Apóstoles”, encontramos muchas diferencias. En el capítulo 2 del libro antes mencionado, Pedro, al recibir el Espíritu Santo en Pentecostés, predica a los judíos de Jerusalén y les recuerda a Jesús, a quien “vosotros le matasteis, clavándole en la cruz por mano de los impíos”, y aunque fácilmente hubiera podido trasmitirles este sentimiento de culpabilidad, dado que ellos fueron testigos oculares y, más aún, ejecutores de la muerte, prefiere ir hacia la esencia de la fe: “a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio…” (Hch.2, 24). Pues la Resurrección no es una escena adicional que alivia la crueldad de las escenas anteriores, sino es el prisma por el cual los evangelistas contemplaron y narraron la vida del Señor, incluida la Pasión.

Como conclusión de esta nota, me gustaría poner lo que canta nuestra Iglesia Ortodoxa en el Viernes Santo, por boca del Señor que habla a su Madre: “Madre, la tierra me ocultó por mi voluntad; los guardianes del Hades temblaron al verme envuelto con la túnica de venganza. Pues, como Dios que he vencido a los enemigos por la Cruz, resucitaré y te engrandeceré.”

La Epístola de San Pablo a Felimón

paul_apostleOnésimo es el destinatario de la carta del Apóstol Pablo a Filemón (la carta más pequeña de San Pablo).

Filemón, a quien san Pablo envió su carta, era un hombre desahogado de Colosi, recibió la fe de mano de San Pablo, así que abrió su casa como una iglesia donde se reunía la asamblea de Colosi.

Onésimo era un siervo de Filemón, pero un día le robó y huyó de la ciudad. Por algúna razón, el siervo Onésimo se encontró en la cárcel junto con San Pablo quien le enseñó el Evangelio de la salvación, así que, aceptando la fe, se bautizó. “Te ruego a favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo” escribe San Pablo a Filemón.

San Pablo manda, con el mismo Onésimo, una carta dirigida al amo Filemón pidiéndole que acepte al ya “útil para ti y para mi” Onésimo pero “no como un esclavo, sino como algo mejor que un esclavo: como un hermano querido.”

La carta es pequeña y de carácter personal, mas nos enseña el amor pastoral que tiene san Pablo a ambos, sus hijos espirituales de diferentes niveles sociales:

Aunque San Pablo tenía una palabra tan respetable en todas las Iglesias, vemos que no está ordenando a Filemón, sino pidiéndole con mucho cariño “aunque tengo en Cristo bastante libertad para mandarte lo que conviene, prefiero más bien rogarte en nombre de la caridad, yo, este Pablo ya anciano, y además ahora preso de Cristo Jesús.”

También, aunque le manda al siervo Onésimo para que sea recibido de nuevo en la casa del amo, habla de él con mucho respeto, no recordando su pasado sino el cariño que le tiene “te lo devuelvo, a éste, mi propio corazón.”

Entre las líneas de esta carta, el mensaje del Cristianismo no determina ningún orden social del mundo cuyo construcción es efímera, alterable y corruptible, sino pretende liberar a los hombres y hacerlos que, encontrándose en cualquier estructura social y de cualquier época, sientan, vivan y reaccionen como libres, pero con la libertad que Cristo otorga.

Hechos de los Apóstoles

Hechos de los Apóstoles

Es el libro que describe la predicación de la Iglesia Primitiva sobre el Resucitado de entre los muertos y la acción del Espíritu Santo en los fieles.

Fue escrito por San Lucas, el escritor del tercer Evangelio. Eso lo sabemos por la persona llamada Teófilo, a quien ambos libros dirigieron su palabra. Mientras el primer tomo (Evangelio según San Lucas) fue dedicado a “todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el Día de su Ascenso” (Hech.1, 1-2), el segundo tomo (Los Hechos), a la predicación de la Primera Iglesia en el mundo de aquel entonces.

La construcción de Los hechos se basa en el aviso del Señor antes de su ascenso a los cielos: “recibirán poder, cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, y de este modo serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.” (Hech.1,8), así, el libro comienza en Jerusalén y acaba en Roma (las confines de la tierra).

El Espíritu Santo llena a los Apóstoles de fuerza, de bien decir y valor; ellos predican con alegría y confianza, y hacen milagros en el Nombre del Señor; día con día, miles de gentes se convertían al “camino”, se bautizaban y “se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech.2,42). Este es el dinámico clima que prevalecía en la Iglesia Primitiva descrita por San Lucas en los Hechos de los Apóstoles.

San Lucas, como discípulo y acompañante de San Pablo en sus giras evangelizadoras, dedicó la mayor parte de su libro a la predicación de su Maestro entre los gentiles, a los obstáculos que enfrentaban y cómo los resolvían con la Gracia del Señor y la inspiración del Espíritu Santo.

San Pablo se convierte a las puertas de Damasco (capítulo 9), y sale desde Antioquia a predicar en toda Asia Menor, Grecia, hacia Roma instituyendo iglesias en cada ciudad, y enfrentando a judíos y a cristianos de origen judío que se oponían a la predicación entre los gentiles, sin tener miedo de enfrentar ni a las autoridades romanas, ni a los obstáculos culturales.

San Lucas escribe Los Hechos de los Apóstoles no como un historiador que expone, sencillamente, la vida y la actividad de la Iglesia primitiva, sino como teólogo que atribuye esta vida y actividad a la dirección del Espíritu Santo; en esencia, podemos decir que se trata de “los Hechos de la Iglesia” o mejor dicho “los hechos del Espíritu Santo”.

Sacramento de la Santa Crismación según el dogma ortodoxo

crimacion

Por Archimandrita Ignacio Samaan

Prólogo

En este artículo se pretende exponer el Sacramento de la Crismación desde la perspectiva dogmático evitando entrar en un debate comparativo sobre su práctica actual en las diversas confesiones cristianas. El objetivo es exaltar la importancia del concepto teológico en la comprensión del Sacramento.

La sencillez de la Iglesia Primitiva y el esplendor de su santidad hicieron de la práctica litúrgica una expresión viva de la fe de la Iglesia, pero también su cofre seguro, ya que la celebración de los Sacramentos no es resultado de una refutación teológica sino que es lo entregado de nuestro Señor Jesucristo por el Espíritu Santo, Quien «os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.» (Jn 14:26).

Definición general

Crisma es una palabra de origen griego que significa «la unción»; indica el aceite aromático que se usa en el sacramento. El aceite, en general, ocupó un lugar significativo en la antigüedad: los romanos se ungieron con él, en preparación para sus fiestas, siendo un símbolo de la alegría. Con los hebreos, también tuvo su función importante por su propiedad penetrante en el cuerpo, se usaba en las fiestas (Am 6:6), y se derramaba a los visitantes en gesto de generosidad y de respeto (Sal 23:5), hay también que exaltar su importancia en la unción de reyes y sacerdotes, pues como el aceite penetra en el cuerpo y se adentra en los miembros, así el Espíritu de Dios penetra en las almas de los escogidos «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Noticia» (Isa 61:1).

La mezcla del Crisma contiene aceite de olivo, vino puro de uvas y treinta y cinco esencias y perfumes naturales, entre ellas bálsamo y almizcle. «Tal como Cristo asumió un cuerpo terrenal y es el Sacerdote para siempre ante el Padre, también nosotros recibimos nuestra función sacerdotal de la esencia de las perfumes de la tierra; a fin de que, habiendo recibido esta unción real, seamos dignos de participar con el Señor en su obra redentora de la creación entera», dice san Atanasio.

Antes de tratar el concepto teológico, es provechoso examinar la institución del Sacramento y su aplicación en la Iglesia primitiva.

Institución del Sacramento

San Juan Crisóstomo comenta sobre la Revelación divina en el Bautismo del Señor y dice que el Espíritu Santo vino sobre el Señor «no nada más para indicar a Juan y a los presentes al Hijo de Dios, sino para que aprendas que, a ti también viene el Espíritu Santo cuando te bautizas.» La venida del Espíritu Santo, que san Juan Crisóstomo menciona no se refiere sino a la Santa Crismación cuya institución se adjunta a la del Bautismo sin ser los dos envueltos en un solo Sacramento como lo vamos a ver. Y si la ausencia de una mención clara de la Santa Crismación en las palabras del Crisóstomo se convierte en un obstáculo para entender su intención, san Cirilo, obispo de Jerusalén, aclara cualquier confusión al decir: «Él (Jesús) una vez bautizado en el Jordán […] salió de estas y el Espíritu Santo descendió a Él en forma de visible posándose sobre Él como alguien que le era semejante. De modo también semejante, después de que subisteis de las sagradas aguas de la piscina, se os ha dado el Crisma, imagen realizada de aquel con el que fue ungido Cristo: en realidad es el Espíritu Santo» (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis, Desclée de Brouwer, Bilbao 1991, Pág. 512).

La práctica primitiva del Sacramenta

En tiempos de los Santos Apóstoles, la aplicación del Sacramento de la Crismación era confiada, exclusivamente, a los mismos apóstoles por la imposición de las manos sobre los bautizados. Eso lo vemos en (Hch 8:9-17): el Diácono Felipe bautizó a los samaritanos, pero dado que no tenía la autoridad de la imposición de manos (Crismación), uno de los apóstoles tuvo que venir para aplicar el Sacramento: «entonces les ponían (Pedro y Juan) las manos y recibían el Espíritu Santo.» (Hch 8:17). San Pablo también, después de bautizar a unos discípulos del Bautista en el nombre del Señor Jesús, les puso las manos «y habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo» (Hch 19:1-6).

No mucho después, se percibe una ausencia de dicha aplicación por imposición de los manos. Pues el Sacramento ya se aplicaba por la unción con el Crisma consagrado exclusivamente por los Apóstoles y, posteriormente, por sus sucesores, los obispos. A partir del Siglo II, muchos testimonios dan testimonio ya del uso del Santo Crisma. El más antiguo se atribuye a San Teófilo de Antioquía (180 d.C.): «Nos llamamos Cristianos, porque fuimos crismados (ungidos) con el óleo de Dios.» Tertuliano dice: «Al salir de la pila bautismal, fuimos ungidos con el Santo Óleo»; también la Tradición apostólica de Hipólito, obispo de Roma (215), incluye una clara referencia  sobre  la Crismación.

Aunque no sabemos el lapso exacto en el que se empezó a usar el óleo definitivamente en el Sacramento, no obstante, la extensa difusión de dicha aplicación, en Oriente y Occidente según los testimonios arriba mencionados, nos convence de que el origen de su uso se remota al Siglo I y, lo más probable, a la época de los apóstoles, ya que en ningún testimonio histórico se ha mencionado alguna pelea o discusión sobre la utilización del Santo Crisma, lo que confirma su autenticidad apostólica.

Sostiene esta teoría el hecho de que los mismos Apóstoles, aún realizando el Sacramento por imposición de manos,  tenían completamente axiomática la relación entre el descenso del Espíritu Santo y el verbo «ungir» (χρίζω); por ejemplo, Juan el Evangelista dice: «En cuanto a vosotros, estéis ungidos por el Santo (Espíritu) y sabéis todas las cosas.» (1Jn 2:20). Εl Apóstol San Pablo escribe a los tesalonicenses: «Es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones.» (2Cor 1:21-22).

San Nicolás Cabasilás, teólogo del siglo XIII, observa que la Iglesia trata ambos gestos litúrgicos, unción e imposición de manos, en concomitancia: «Los reyes y los sacerdotes, bajo las antiguas leyes, se ungían. La Iglesia, pues, usa la unción para entronizar a los reyes, mientras impone las manos en la ordenación de los sacerdotes, eso significa que mira hacia la imposición de manos y la unción con el mismo ojo […] En realidad los Padres de la Iglesia llaman a la ordenación una unción sacerdotal.» Son como las dos caras de una sola moneda.

La Crismación, realización del Sacramento del Bautismo

En el rito ortodoxo, la Crismación acompaña al Bautizo, pues no separa la unción de la inmersión más que el vestirse en blanco. Esa adhesión es una herencia eclesiástica, más aún, evangélica: «porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.» (1Cor 12:13). San Juan Crisóstomo, comentando este versículo, dice: «En el descenso del Espíritu Santo, que aceptamos durante el bautizo antes de participar en la Divina Eucaristía […], todos hemos recibido el mismo Espíritu»; tan obvia es la adhesión entre Bautismo y Crismación, que el segundo parece disolverse en el primero. En realidad, al decir «antes de participar en la Divina Eucaristía», el Santo obispo se refiere a la Crismación, pues esta relación legítima  entre los dos sacramentos no contradice a que sean dos, ya que el recién bautizado se reviste con la túnica blanca por haber sido bautizado y también para ser ungido.

Por el bautismo «se le devuelve al hombre su verdadera naturaleza en Cristo, pues se libera del aguijón del pecado y se reconcilia con Dios y con la creación» (Alexander Schmemann). Es la incorporación del bautizado en el cuerpo de Cristo por la participación en su Muerte y su Resurrección (la triple inmersión) es lo que expresa el canto con el cual los fieles reciben a los bautizados: «Vosotros que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os revestisteis.»

El Espíritu Santo otorga a cada persona re-creada según la imagen de Dios la posibilidad de realizar la semejanza; la realización de la semejanza era la vocación que el primer Adán perdió por su caída ya que la imagen divina se deformó en él; el Segundo Adán recuperó esta imagen con su Muerte y Resurrección. Nuestro Bautismo, como participación en la Muerte y Resurrección de Cristo, es participación en la imagen recuperada, es decir en el Cuerpo resucitado de Cristo, la Iglesia; y en ella, empieza la marcha hacia la santidad, meta que el Espíritu Santo con su descenso personal (Crismación) hace  factible.

Cabasilás aclara esta compresión cuando interpreta lo dicho por san Pablo: «Pues en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17:28) y afirma que el versículo mencionado indica los efectos de los tres sacramentos consagrantes en la vida cristiana: «Por la Eucaristía vivimos, por la Crismación nos movimos y actuamos, mientras nuestra existencia espiritual la tomamos en el Bautismo.»

 

Crismación, Pentecostés

  • Pentecostés, el descenso del Espíritu Santo

«Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos unidos (la Iglesia) […] quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (Hch 2:1-4). Pues el mismo Espíritu Santo era otorgado a los apóstoles como don, mientras los carismas —es decir, las fuerzas y capacidades que los apóstoles tuvieron enseguida— son consecuencias del misterio realizado; pues, mientras los apóstoles recibieron al Espíritu Santo, Él les concedió hablar en otras lenguas.

En los Maitines de la Fiesta de Pentecostés cantamos: «Oh Santísimo Espíritu, que procede del Padre, y viene, por el Hijo, sobre los Discípulos […]» (Exapostelario de Pentecostés). El icono de Pentecostés revela la reunión de la Iglesia, el Cuerpo del Señor, en la que el Espíritu Santo descendió a cada uno de los miembros: «Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos» (Hch 2:3).

  •  «El sello del don del Espíritu Santo»

La unicidad de este sacramento y su importancia se manifiestan en la frase recitada al ungir los miembros del bautizado: «el sello del don del Espíritu santo», lo que revela la Crismación como Pentecostés. Sería equivocación mezclar el uso de la palabra «don» en singular (κάρισμα) con el plural «dones» (καρίσματα), cuando se dice que la frase mencionada —como explican algunos teólogos de Oriente influenciados por una teología escolástica occidental— se refiere a la adquisición unos dones del Espíritu Santo. 

Es obvio que la práctica litúrgica ha insistido siempre en el uso singular de la palabra «don», a pesar de que el vocabulario eclesiástico la dispone también en plural; p.e. San Pablo dice: «Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo» (1Cor 12:4). Si la meta del Sacramento de la Crismación fuese conceder «dones» especiales u otorgar una «Gracia» necesaria para que el hombre conserve su vida cristiana, la palabra hubiera aparecido en plural. Si no aparece en plural, es debido a que la novedad de este Sacramento y su completa unicidad surgen de que otorga al hombre, no un don especial o dones del Espíritu Santo, sino que le otorga al mismo Espíritu Santo como don. (Alexander Schmemann).

  • Pentecostés de los Apóstoles: primera práctica de la Crismación

El Espíritu Santo que descendió sobre los Apóstoles en forma de «lenguas como de fuego», desciende sobre los bautizados invisiblemente por el sacramento de la Crismación: «Somos ungidos con el Crisma que es el símbolo del descenso del Espíritu Santo», dice San Cirilo de Alejandría.

En la oración que inicia cada servicio, rogamos al Espíritu Santo: «ven a habitar en nosotros», ya que la adquisición del Espíritu Santo es «el objetivo de toda vida cristiana» como dice san Serafín de Sarov. En otras palabras, según Vladimir Losky, un teólogo ortodoxo contemporáneo: «Pentecostés es el objeto y la meta de la Divina Providencia en la tierra», ya que el Reino del cielo, como lo define San Pablo, es «justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rom 14:17). Dado que el Espíritu Santo no se encarnó sino el Hijo, su presencia personal no tiene imagen sino que revela todo lo que pertenece a Cristo, pero «todo se vuelve icono o imagen suyo (del Espíritu Santo) cuando viene y hace su morada en nosotros» (Alexander Schmemann); Cristo mismo en su diálogo con Nicodemo habla de esta presencia dinámica del Espíritu Santo: «el viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a donde va. Así es todo el que nace del Espíritu» (Jn 3:8). Se trata, entonces, de una experiencia personal inexpresable por el vocabulario humano.

Obteniendo al Espíritu Santo por la Santa Crismación, la santidad es el nuevo contenido y objeto de nuestra vida: «Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu» (Gal 5:25).

Consagración a Dios

En este Sacramento se anuncia la consagración entera del bautizado a Dios. Por eso, el sacerdote unge con la señal de la cruz todos los miembros del cuerpo, pues esta consagración es un obsequio de Dios, que el hombre es incapaz de obtener salvo por la asistencia de Espíritu de Dios. San Cirilo de Jerusalén explica a los recién iluminados la importancia de la unción de las diferentes partes del cuerpo: « Fuisteis ungidos en primer lugar en la frente, para ser liberados de la vergüenza que el primer hombre que pecó exhibía por todas partes y para que, a cara descubierta contempléis la gloria del Señor como en un espejo. Después en los oídos, para que pudieseis oír los divinos misterios, de los que Isaías decía: “Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos” (Is 50: 4); […] Luego fuisteis ungidos en la nariz, para que, al recibir el divino ungüento, dijeseis: “Somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salven” (2Cor 2: 15). También fuisteis ungidos en el pecho, para que “revestidos de la justicia como coraza” pudieseis resistir a las asechanzas de Diablo” (Ef 6: 14, 11)» (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis, Desclée de Brouwer, Bilbao 1991, Pág. 514)

Epílogo

Si los Sacramentos Eclesiásticos son una verdadera Presencia Divina en la vida de la Iglesia y de los creyentes, la Santa Crismación es una presencia del Espíritu Santo, presencia que sella su vida para siempre. Pero el amor divino nunca elimina la libertad del hombre, el cual tiene que escoger entre «sí» o «no» para que el Sacramento actúe en él; si se encuentra «vaso de elección», su vida resplandece con una santidad del «Santo» que mora en él, y será un icono de Quien no tiene imagen.

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