San Siluan del Monte Athos sobre la oración

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El que ama al Señor se acuerda siempre de Él, y el recuerdo de Dios hace brotar la oración. Si no te acuerdas del Señor, tampoco orarás. Sin la oración, el alma deja el amor de Dios, pues es a través del canal de oración como llega la gracia del Espíritu Santo.
El que pretende llevar una vida de oración sin tener un guía y piensa, en su orgullo, poder instruirse solamente mediante los libros sin dirigirse a un Padre Espiritual, ya ha sucumbido a medias a la ilusión. En cuanto al hombre humilde, el Señor le ayudará.
Dios da la oración al que ora; pero la oración que realizamos únicamente por rutina, sin tener el corazón arrepentido por los propios pecados, no es aceptada por el Señor.
La oración protege al hombre del pecado, porque el que reza piensa en Dios y humildemente está ante Dios, a quien conoce el alma del que reza.
Muchos rezan oralmente y les gusta rezar de acuerdo a los libros y el Señor recibe la oración y los perdona. Pero si alguien reza y piensa en otra cosa, tal oración el Señor no la escucha. Quien reza por costumbre no tiene cambios en el modo de rezar, pero el que reza con devoción tiene muchas variedades de rezo: puede ser la lucha con el enemigo, la lucha consigo mismo, la lucha con las pasiones, la lucha con la gente y en todo hay que ser valiente. A muchos les gusta leer libros buenos, esto está bien. Pero mejor de todo es rezar.

San Siluán del Monte Athos sobre la voluntad de Dios y la libertad:

¿Cómo saber si vives según la voluntad de Dios? — La señal es: Si estás afligido por alguna cosa eso demuestra que no sigues totalmente la voluntad Divina. Quien vive en la voluntad de Dios no se preocupa por nada. Y si necesita algo se entrega a Su voluntad. Si recibe lo necesario o no lo recibe, igualmente se queda tranquilo. El alma entregada a Dios no teme a nada: ni a la tormenta, ni a los ladrones, a nada.
Para todo lo que pasa — ella dice: “es la voluntad de Dios.” Si está enfermo, piensa: “Es señal de que esta enfermedad me es necesaria, de lo contrario Dios no me la hubiese enviado.” Y así se conocerá la paz en el alma y en el cuerpo.
La obra más excelsa es abandonarse a la voluntad de Dios y soportar las pruebas con esperanza. El Señor, viendo nuestras penas, no nos cargará nunca más allá de nuestras fuerzas. Si nuestros sufrimientos nos parecen excesivos, es señal de que no nos hemos abandonado a la voluntad de Dios.
Si hablas o escribes acerca de Dios, reza pidiendo ayuda y sabiduría y Dios te ayudará e iluminará, Y si tienes dudas, haz tres inclinaciones y dí: “Señor Benevolente, mi alma está confusa y tengo miedo de pecar, aclara mi alma Señor.” Y el Señor te ayudará sin duda porque está siempre cerca de nosotros. Pero si dudas no recibirás lo pedido. Así, el Señor le dijo a Pedro: “¡hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (Mat. 14:31), cuando Pedro empezó a hundirse en el agua. Así pasa con el alma, las dudas la hacen ahogarse en los malos pensamientos.
En cuando a nosotros, debemos rezar a Dios que nos de Su comprensión, y también consultar al padre espiritual, para no cometer errores.

R.P. Jesús Ruíz Munilla Catedral de San Jorge México D.F.

El Metodo de Oracion Hesicasta según la enseñanza del padre Serafín del Monte Athos

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Cuando un joven filósofo, llegó al Monte Athos, había leído ya un cierto número de libros sobre la espiritualidad ortodoxa, particularmente la pequeña filocalia de la oración del corazón en los relatos del peregrino ruso. Estaba seducido sin estar verdaderamente convencido. Una liturgia vivida en su ciudad le había inspirado el deseo de pasar algunos días en el Monte Athos, con ocasión de sus vacaciones en Grecia, para saber un poco más sobre el método de la oración de los hesicastas, esos silenciosos a la búsqueda de “hesychia”, es decir, de paz interior.

Contar con detalle cómo llegó al padre Serafín, que vivía en un eremitorio próximo a San Pantaleón, sería demasiado largo. Digamos únicamente que el joven filósofo estaba un poco cansado. No encontraba a los monjes a la altura de sus libros. Digamos también que, si bien había leído varios libros sobre la meditación y la oración, no había rezado verdaderamente ni practicado una forma particular de meditación y lo que pedía en el fondo no era un discurso más sobre la oración o la meditación sino una “iniciación” que le permitiera vivirlas y conocerlas desde dentro por experiencia y no sólo de “oídas”.

El padre Serafín tenía una reputación ambigua entre los monjes de su entorno. Algunos le acusaban de levitar, otros de que gritaba y gemía, algunos le consideraban como un campesino ignorante, otros como un venerable staretz inspirado por el Espíritu Santo y capaz de dar profundos consejos así como de leer en los corazones.

Cuando se llegaba a la puerta de su eremitorio, el padre Serafín tenía la costumbre de observar al recién llegado de la manera más impertinente: de la cabeza a los pies, durante cinco largos minutos, sin dirigirle ni una palabra. Aquéllos a quienes ese examen no hacía huir, podían escuchar el áspero diagnóstico del monje:

En usted no ha descendido más abajo del mentón.

De usted, no hablemos. Ni siquiera ha entrado.

Usted… no es posible… que maravilla. Ha bajado hasta sus rodillas…

Hablaba del Espíritu Santo y de su descenso más o menos profundo en el hombre. Algunas veces a la cabeza, pero no siempre al corazón ni a las entrañas… Así es como juzgaba la santidad de alguien, según su grado de encarnación del espíritu. El hombre perfecto, el hombre transfigurado era para él, el habitado todo entero por la presencia del Espíritu Santo de la cabeza a los pies. “Esto no lo he visto sino una vez en el staretz Silvano, decía, era verdaderamente un hombre de Dios, lleno de humildad y de majestad”.

El joven filósofo no estaba aún ahí. El Espíritu Santo sólo había encontrado paso en él “hasta el mentón”. Cuando pidió al padre Serafín que le hablase de la oración del corazón y de la oración pura según Evagiro Póntico, el padre Serafín comenzó a gemir. Esto no desanimó al joven, que insistió. Entonces el padre Serafín le dijo: “Antes de hablar de la oración del corazón, aprende primero a meditar como la montaña…”. Y le mostró una enorme roca: “Pregúntale cómo hace para rezar. Después vuelve a verme”.

MEDITAR COMO UNA MONTAÑA

Así comenzó para el joven una verdadera iniciación al método de oración hesicasta. La primera meditación que le habían propuesto se refería a la estabilidad, al enraizamiento de un buen cimiento.

En efecto, el primer consejo que se puede dar al que quiere meditar no es de orden espiritual sino físico: siéntate. Sentarse como una montaña quiere decir tomar peso, estar grávido de presencia. Los primeros días al joven le costaba mucho quedarse inmóvil, con las piernas cruzadas, con la pelvis ligeramente más alta que las rodillas. Una mañana sintió realmente lo que quería decir meditar como una montaña. Estaba allí con todo su peso, inmóvil. Formaba una sola cosa con ella, silencioso bajo el sol. Su noción del tiempo había cambiado ligeramente. Las montañas tienen un tiempo distinto, otro ritmo. Estar sentado como una montaña es tener la eternidad delante, es la actitud justa para el que quiere entrar en la meditación: saber que está la eternidad detrás, adentro y delante de sí.

Antes de construir una iglesia es necesario ser piedra y sobre esta piedra (esta solidez imperturbable de la roca) Dios podría construir su Iglesia y hacer del cuerpo del hombre su templo. Así comprendía el sentido de la palabra evangélica: “Tú eres piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

Se quedó así varias semanas. Lo más duro era pasar varias horas “sin hacer nada”. Era menester volver a aprender a estar, simplemente estar, sin objeto ni motivo. Meditar como una montaña era la meditación misma del Ser, “del simple hecho de Ser”, antes de cualquier pensamiento, cualquier placer o dolor.

El padre Serafín le visitaba cada día, compartía con él sus tomates y algunas aceitunas. A pesar de esta régimen tan frugal, el joven parecía haber ganado peso. Su paso era más tranquilo. La montaña parecía haberle entrado en la piel. Sabía acoger su tiempo, acoger las estaciones, estar silencioso y tranquilo, a veces como la tierra árida y dura, otras veces como el flanco de una colina que espera la cosecha.

Meditar como una montaña había modificado igualmente el ritmo de sus pensamientos. Había aprendido a “ver” sin juzgar, como si diese a todo lo que crece en la montaña “el derecho de existir”.

Un día, unos peregrinos, impresionados por la calidad de su presencia, le tomaron por un monje y le pidieron la bendición. Al enterarse de esto, el padre Serafín comenzó a molerle a golpes… El joven empezó a gemir.

“Menos mal, creía que te habías hecho tan estúpido como los guijarros del camino… La meditación hesicasta tiene el enraizamiento, la estabilidad de las montañas, pero su objetivo no es hacer de ti un tocho muerto sino un hombre vivo”.

Tomó al joven del brazo y le condujo hasta el fondo del jardín donde, entre las hierbas salvajes, se podían ver algunas flores.

“Ahora ya no se trata de meditar como una montaña estéril. Aprende a meditar como una amapola, aunque no olvides por eso la montaña”.

MEDITAR COMO UNA AMAPOLA

Así fue como el joven aprendió a florecer.

La meditación es ante todo un cimiento y eso es lo que le había enseñado la montaña. Pero la meditación es también una “orientación” y es lo que ahora le enseñaba la amapola: volverse hacia el sol, volverse desde lo más profundo de sí mismo hacia la luz. Hacer de ello la aspiración de toda su sangre, de toda su savia.

Esta orientación hacia lo bello, hacia la luz, le hacía a veces enrojecer como una amapola. Aprendió también que para permanecer bien orientada, la flor debía tener el tallo erguido. Comenzó, pues, a enderezar su columna vertebral.

Esto le planteaba algunas dificultades porque había leído en ciertos textos de la filocalia que el monje debía estar ligeramente curvado, con la mirada vuelta al corazón y las entrañas.

Cuando pidió una explicación al padre Serafín, los ojos del staretz le miraron con malicia. “Eso era para los forzudos de otros tiempos. Estaban llenos de energía y había que recordarles la humildad de la condición humana. Doblarse un poco el tiempo de la meditación no les hacía ningún daño… pero tú más bien tienes necesidad de energía y por tanto, en el tiempo de la meditación, enderézate, estáte vigilante, ponte derecho vuelto hacia la luz, pero sin orgullo… por otro lado, si observas bien la amapola, te enseñará no sólo el enderezamiento del tallo sino además una cierta flexibilidad bajo las inspiraciones del viento y también una gran humildad”.

En efecto la enseñanza de la amapola consistía también en su fugacidad, en su fragilidad. Había que aprender a florecer pero también a marchitarse. El joven comprendía mejor las palabras del profeta: “Toda carne es como la hierba y su delicadeza es la de la flor de los campos. La hierba se seca, la flor se marchita… Las naciones son como una gota de agua de rocío en el borde de un cubo… Los jueces de la tierra apenas plantados, apenas arraigados…, se secan y la tempestad se los lleva como paja” (Is 40).

La montaña le había enseñado el sentido de la eternidad, la amapola le enseñaba la fragilidad del tiempo: meditar es conocer lo Eterno en la fragilidad del instante, un instante recto, bien orientado. Es florecer el tiempo en que se nos ha dado florecer, amar en el tiempo en que se nos ha dado amar, gratuitamente, sin por qué; puesto que ¿por qué florecen las amapolas?

Aprendía así a meditar “sin objeto ni beneficio”, por el placer de ser y de amar la luz. “El amor tiene en sí mismo su propia recompensa”, decía San Bernardo. “La rosa florece porque florece, sin por qué”, decía también Angelus Silesius. La montaña florece en la amapola, pensaba el joven, todo el universo medita en mí. Ojal pueda enrojecer de alegría todo el tiempo que dure mi vida”. Este pensamiento era sin duda excesivo. El padre Serafín comenzó a sacudir a nuestro filósofo y de nuevo le cogió por el brazo.

Lo llevó por un camino abrupto hasta el borde del mar, a una pequeña cala desierta. “Deja ya de rumiar como una vaca el sentido de las amapolas. Adquiere también el corazón marino. Aprende a meditar como el océano”.

MEDITAR COMO EL OCÉANO

El joven se acercó al mar. Había adquirido un buen cimiento y una orientación recta; estaba en buena postura. ¿Qué le faltaba? ¿Qué podía enseñarle el chapoteo de las olas?. El viento se levantó. El flujo y reflujo del mar se hizo más profundo y eso despertó en él el recuerdo del océano. En efecto, el viejo monje le había aconsejado meditar “como el océano” y no como el mar. Cómo había adivinado que el joven había pasado largas horas al borde del Atlántico, sobre todo de noche, y que conocía ya el arte de poner de acuerdo su respiración con la gran respiración de las olas. Inspiro, expiro… y luego soy inspirado, soy expirado. Me dejo llevar por el soplo como alguien que se deja llevar por las olas. Hacía el muerto, llevado por el ritmo de las respiraciones del océano. Eso le había conducido a veces al borde de extraños desvanecimientos. Pero la gota de agua, que en otro tiempo “se desvanecía en el mar” guardaba hoy su forma, su consciencia. ¿Era efecto de su postura?, ¿de su enraizamiento en la tierra?. Ya no era el ritmo profundizado de su respiración quién le llevaba. La gota de agua conservaba su identidad y sin embargo sabía “ser una” con el océano. De este modo el joven aprendió que meditar es respirar profundamente, dejar ir el flujo y reflujo del aliento.

Aprendió igualmente que aunque hubiese olas en la superficie, el fondo del océano seguía estando tranquilo. Los pensamientos van y vienen, nos llenan de espuma, pero el fondo del ser permanece inmóvil. Meditar a partir de las olas que somos para perder pie y echar raíces en el fondo del océano. Todo esto se hacía cada día un poco más vivo en él y se acordaba de las palabras de un poeta que le habían impresionado en su adolescencia: “La existencia es un mar lleno de olas que no cesan. De este mar la gente normal sólo percibe las olas. Mira cómo de las profundidades del mar aparecen en la superficie innumerables olas mientras que el mar queda oculto en ellas”.

Hoy el mar le parecía menos “oculto en la olas”, la unidad de las cosas parecía más evidente sin que esto aboliera la multiplicidad. Tenía menos necesidad de oponer el fondo y la forma, lo visible y lo invisible. Todo constituía el océano único de su vida.

En el fondo de su alma, ¿no estaba el ruah, el pneuma, el gran soplo de Dios?

“El que escucha atentamente su respiración, le dijo entonces el monje Serafín, no está lejos de Dios. Escucha quién est ahí, al final de tu expiración, quién está en el origen de tu inspiración”. En efecto, había momentos de silencio más profundos entre el flujo y reflujo de las olas, había allí algo que parecía llevar en sí el océano.

MEDITAR COMO UN PÁJARO

Estar sobre un buen cimiento, estar orientado hacia la luz, respirar como un océano no es todavía la meditación hesicasta, le dijo el padre Serafín; ahora debes aprender a meditar como un pájaro. Y le llevó a una pequeña celda cercana a su eremitorio donde vivían dos tórtolas. El arrullo de los dos animalitos le pareció de momento encantador pero no tardó en ponerle nervioso. Parece que escogían el momento en que caía dormido para arrullarse con las palabras más tiernas. Preguntó al viejo monje que significaba todo aquello y si esa comedia iba a durar mucho. La montaña, la amapola, el océano, podían pasar (aunque uno pueda preguntarse qué hay de cristiano en todo ello), pero proponerle ahora este pájaro lánguido como maestro de meditación era demasiado.

El padre Serafín le explico que en el Antiguo Testamento la meditación se expresa con la raíz traducida en general al griego por m‚l‚t‚ -meletan- y en latín por meditari-meditatio. En su forma primitiva la raíz significa “murmurar a media voz”. Igualmente se emplea para designar gritos de animales, por ejemplo el rugido del león (Is 31,4), el piar de la golondrina y el canto de la paloma (Is 38,14), pero también el gruñido del oso.

“En el monte Athos no hay osos. Por eso te he traído junto a una tórtola, pero la enseñanza es la misma. Hay que meditar con la garganta, no sólo para acoger el aliento, sino para murmurar el nombre de Dios día y noche… Cuando eres feliz, casi sin darte cuenta canturreas, murmuras a veces palabras sin significado y ese murmullo hace vibrar todo tu cuerpo con una alegría sencilla y serena. Meditar es murmurar como una tórtola, dejar subir ese canto que viene del corazón, como tú has aprendido a dejar que suba a ti el perfume de la flor… Meditar es respirar cantando. Sin quedarnos mucho en su significado, te propongo que repitas, murmures, canturrees lo que está en el corazón de todos los monjes del monte Athos: “Kyrie eleison, Kyrie eleison… “

Esto no le gustaba mucho al joven filósofo. En algunas bodas o entierros lo había oído traducido por: “Señor, ten piedad”.

El monje se puso a sonreir: “Sí, es uno de los significados de esta invocación, pero hay otros muchos. Quiere decir también “Señor, envía tu Espíritu”, que tu ternura esté sobre mi y sobre todos”, “que tu nombre sea bendito”, etc, pero no busques demasiado el sentido de la invocación. Ella se te revelar por sí misma. De momento sé sensible y estáte atento a la vibración que despierta en tu cuerpo y en tu corazón. Procura armonizarla apaciblemente con el ritmo de tu respiración. Cuando te atormenten tus pensamientos recurre suavemente a esta invocación, respira más profundamente, manténte erguido y conocerás el comienzo de la hesiquia, la paz que da Dios sin engaño a los que le aman”.

Al cabo de algunos días el “Kyrie eleison” se le hizo más familiar. Le acompañaba como el zumbido acompaña a la abeja cuando hace la miel. No lo repetía siempre con los labios. El zumbido se hacía entonces más interior y su vibración más profunda.

El “Kyrie eleison” cuyo sentido había renunciado a “pensar” le conducía a veces al silencio desconocido y se encontraba en la actitud del apóstol Tomás cuando descubrió a Cristo resucitado: “Kyrie eleison”, mi Señor es mi Dios.

La invocación le llevaba poco a poco a un clima de intenso respeto por todo lo que existe. Pero también de adoración por lo que está oculto en la raíz de toda existencia.

El padre Serafín le dijo entonces: “Ya no estás lejos de meditar como un hombre. Tengo que enseñarte la meditación de Abraham”.

MEDITAR COMO ABRAHAM

Hasta aquí la enseñanza del staretz era de orden natural y terapéutico. Según el testimonio de Filón de Alejandría, los antiguos monjes eran “terapeutas”. Más que conducir a la iluminación, su papel consistía en curar la naturaleza; ponerla en las mejores condiciones para que pudiera recibir la gracia, que no contradecía la naturaleza sino que la restauraba y cumplía. Es lo que hacía el monje con el joven filósofo enseñándole un método de meditación que algunos podrían llamar “puramente natural”. La montaña, la amapola, el océano, el pájaro, eran otros tantos elementos de la naturaleza que recuerdan al hombre que debe ir más lejos, recapitular, los diferentes niveles del ser o incluso los diferentes reinos que componen el macrocosmos: el reino mineral, el reino vegetal, el reino animal… A menudo el hombre ha perdido el contacto con el cosmos, con la roca, con los animales y esto ha provocado en él desazones, enfermedades, inseguridades, ansiedad. La persona humana se siente “de más”, extranjera en el mundo. Meditar era comenzar a entrar en la meditación y la alabanza del universo porque, como dicen los Padres, “todas las cosas saben rezar entes que nosotros”. El hombre es el lugar en que la oración del mundo toma consciencia de ella misma; está para nombrar lo que balbucean las criaturas. Con la meditación de Abraham entramos en una consciencia nueva y más alta que se llama fe, es decir, la adhesión de la inteligencia y del corazón en ese “tú” que se transparenta en el tuteo múltiple de todos los seres.

Esa es la experiencia de Abraham: detrás del titilar de las estrellas hay algo más que estrellas, una presencia difícil de nombrar, que nada puede nombrar y que sin embargo posee todos los nombres.

Es algo más que el universo y que sin embargo no puede ser aprehendido fuera del universo. La diferencia que hay entre el azul del cielo y el azul de una mirada, más allá de todos los azules. Abraham iba a la búsqueda de esa mirada.

Después de haber aprendido el cimiento, el enraizamiento, la orientación positiva hacia la luz, la respiración apacible de los océanos, el canto interior, el joven estaba invitado a despertar el corazón. “He aquí que de repente tú eres alguien”. Lo propio del corazón es, en efecto, personalizarlo todo y en este caso, personalizar al Absoluto, la fuente de todo lo que es y respira, nombrarlo, llamarle “mi Dios, mi Creador” e ir en su Presencia. Para Abraham meditar es mantener bajo las apariencias más variadas el contacto con esta Presencia. Esta forma de meditación entra en los detalles concretos de la vida cotidiana. El episodio de la encina de Mambr nos muestra a Abraham “sentado a la entrada de la tienda, en lo más cálido del día”; allí acoger a tres extranjeros que van a revelarse como enviados de Dios. Meditar como Abraham, decía el padre Serafín, es “practicar la hospitalidad: el vaso de agua que das al que tiene sed, no te aleja del silencio son que te acerca a la fuente. Meditar como Abraham, ya lo entiendes, no sólo despierta en ti paz y luz sino también el amor por todos los hombres”. El padre Serafín leyó al joven el famoso pasaje del libro del Génesis en que se trata de la intercesión de Abraham.

“Abraham estaba delante de Yahvé… se acercó y le dijo: ¿Vas a suprimir al justo con el pecador? ¿Acaso hay cincuenta justos en la ciudad y no perdonarás a la ciudad por los cincuenta justos que hay en su seno…?” Poco a poco Abraham fue reduciendo el número de los justos para que Gomorra no fuera destruida. “Que mi Señor no se irrite y hablaré una vez más: ¿Acaso se encontrarán Diez?” (Gen 18,16)

Meditar como Abraham es interceder por la vida de los hombres, no ignorar su corrupción pero sin embargo no desesperar jamás de la misericordia de Dios.

Este estilo de meditación libera el corazón de cualquier juicio y condena, en todo tiempo y lugar. Aunque sean muchos los horrores que pueda contemplar, llama al perdón y a la bendición.

Meditar como Abraham lleva aún más lejos. Las palabras pugnaban por salir de la garganta del padre Serafín, como si quisiera ahorrar al joven una experiencia por la que él mismo había debido pasar y que despertaba en su memoria un temblor casi sutil… esto puede llevar hasta el sacrificio… y le citó el pasaje del Génesis en que Abraham se muestra dispuesto a sacrificar a su propio hijo Isaac: “Todo es de Dios, murmuró el padre Serafín, Todo es de El, por El y para El. Meditar como Abraham te lleva a una total desposesión de ti mismo y de lo que te es más querido… Busca lo que valoras más, lo que identifica tu yo… para Abraham era su hijo único. Si eres capaz de esta donación, de ese abandono moral, de esa confianza infinita en lo que trasciende toda razón y todo sentido común, todo te será devuelto centuplicado. “Dios proveerá”. Meditar como Abraham es adherirse por la fe a lo que trasciende el universo, es practicar la hospitalidad, interceder por la salvación de todos los hombres. Es olvidarse de uno mismo y romper los lazos más legítimos para descubrirnos a nosotros mismos, a nuestros prójimos y al universo habitado por la infinita presencia del “Unico que es”.

MEDITAR COMO JESÚS

El padre Serafín se mostraba cada vez más discreto. Notaba los progresos que hacía el joven en su meditación y oración. Varias veces le había sorprendido con el rostro bañado en lágrimas, meditando como Abraham e intercediendo por los hombres: “Dios mío, misericordia. ¿Que será de los pecadores?”. Un Día, el joven fue hacia él y le preguntó: padre ¿por qué no me hablas nunca de Jesús? ¿Cómo era su oración, su forma de meditar?. En la liturgia y en los sermones sólo se habla de él. En la oración del corazón, tal como se describe en la filocalia, hay que invocar su nombre. ¿Por qué no me dices nada de eso?”.

El padre Serafín pareció turbarse; como si el joven le preguntara algo indecente, como si tuviera que revelar su propio secreto. Cuanto más grande es la revelación recibida, más grande debe ser nuestra humildad para transmitirla. Sin duda no se sentía tan humilde: “Eso sólo el Espíritu Santo te lo puede enseñar. “Quién es el Hijo lo sabe sólo el Padre; quién es el Padre, lo sabe sólo el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc 10, 22). Tienes que hacerte hijo para rezar como el Hijo y tener con quién él llama su Padre, las mismas relaciones de intimidad que él y esto es obra del Espíritu Santo. El te recordar todo lo que Jesús ha dicho. El evangelio se hará vivo en ti y te enseñará a rezar como hay que hacerlo”.

El joven insistió: “Pero dime algo más”. El viejo sonrió: “Ahora, lo que mejor podría hacer sería gemir, pero tú lo tomarías como un signo de santidad; por lo tanto mejor ser decirte las cosas con sencillez. Meditar como Jesús recapitula todas las formas de meditación que te he transmitido hasta ahora. Jesús es el hombre cósmico… sabía meditar como la montaña, como la amapola, como el océano, como la paloma. Sabía meditar como Abraham. Su corazón no tenía límites, amando hasta a sus enemigos, sus verdugos: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Practicando la hospitalidad con los que se llamaban enfermos y pecadores, los paralíticos, las prostitutas, los colaboracionistas… Por la noche se retiraba a orar en secreto y allí murmuraba como un niño “abba”, que quiere decir “papá”… Esto puede parecer insignificante, llamar “papá” al Dios transcendente, infinito, innombrable, más allá de todo. El cielo y la tierra se acercan terriblemente. Dios y el hombre se hacen una sola cosa… quizás hace falta que alguien te haya llamado “papá” en la oscuridad para comprenderlo… Pero tal vez hoy estas relaciones íntimas de un padre y una madre con su hijo ya no signifiquen nada. Quizás sea una mala imagen. Por eso yo prefería no decirte nada, no usar imágenes y esperar a que el Espíritu Santo pusiera en ti los sentimientos y el conocimiento de Jesucristo para que ese “abba” no saliera de la punta de los labios sino del fondo de tu corazón. Ese día empezar s a comprender lo que es la oración, la meditación de los hesicastas”.

AHORA VETE

El joven se quedó algunos días más en el monte Athos. La oración de Jesús le llevaba a los abismos, a veces al borde de una cierta “locura”. “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”, podía decir con san Pablo. Delirio de humildad, de intercesión, de deseo de que “todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad”. Se hacía amor, se hacía fuego. La zarza ardiente ya no era para él una metéfora sino una realidad: “Ardía pero sin consumirse”. Fenómenos extraños de luz visitaban su cuerpo. Algunos decía que le había visto andar sobre el agua o estar inmóvil a treinta centímetros del suelo…

Esta vez el padre Serafín se puso a gemir: “­Ya está bien! Ahora vete”. Y le pidió que dejara Athos, que volviera a su casa y que viese allí lo que quedaba de esas bellas meditaciones hesicastas.

El joven se fué. Volvió a su país. Lo encontraron más delgado y no vieron nada espiritual en su barba más bien sucia ni en su aspecto más bien descuidado… Pero la vista de su ciudad no le hizo olvidar la enseñanza de su staretz.

Cuando estaba muy agobiado, sin nada de tiempo, se sentaba como una montaña en la terraza del café.

Cuando sentía en él orgullo o vanidad, se acordaba de la amapola (“toda flor se marchita”) y de nuevo su corazón se volvía hacia la luz que no pasa nunca.

Cuando la tristeza, la cólera, el disgusto, invadía su alma, respiraba profundamente, como un océano, volvía a tomar aliento en el soplo de Dios, invocaba su nombre y murmuraba: “Kyrie Eleison”.

Cuando veía el sufrimiento de los seres humanos, su maldad y su impotencia para cambiar nada, se acordaba de la meditación de Abraham.

Cuando le calumniaban, cuando decían de él todo tipo de infamias, era feliz meditando con Cristo…

Exteriormente era un hombre como los demás. No intentaba tener “aire de santo”…

Había olvidado incluso que practicaba el método de oración hesicasta; simplemente intentaba amar a Dios cada momento y caminar en su presencia.

FUENTE:

JEAN-YVES LELOUP. Questions de: “Meditation” nº 67. Ed. Albin Michel

Artículo Publicado por el Padre Elías Carrillo

La Creación de la Iglesia

PENTECOSTES

 

         El día de Pentecostés fue una gran fiesta en Israel: siete semanas, es decir, 49 días ( 7 x 7 = 49 ), en hebreo ” Chavouth ” significa “semanas” – separados de la Pascua – el día en que los Judíos sacrifican el cordero de la Pascua para conmemorar su éxodo de Egipto guiados por Moisés.  En griego la palabra” Pentecostés ” significa el 50 º día, entonces 50 días después de la Pascua, los Judíos celebran para recuadrar cuando Dios, en Sinaí, dio a Moisés las Tablas de la Ley, estas losas de piedra donde había tallado sus 10 mandamientos.

         En el mismo día (según la cronología del Evangelio de San Juan) cuando los Judíos sacrificaban el cordero pascual, en preparación para la Pascua (“preparación”  en griego “Paraskeví” significa Viernes), el Cordero de Dios, Jesucristo, fue inmolado sobre la cruz para resucitar al  tercer día  para nosotros.

         El mismo día los Judíos celebran la recepción de la Ley (o Torá), los cristianos celebran la recepción de la gracia, el don del Espíritu Santo. También, podemos decir que el Antiguo Testamento prefigura y prepara el Nuevo, que la Pascua y Pentecostés judía anuncian la Pascua y Pentecostés cristiano. Esto es lo que resume San Juan Evangelista, cuando dijo: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.” (Juan 1:17).

         La Creación de la iglesia:

Así que en el día de Pentecostés judía, los Apóstoles, los discípulos de Jesucristo y la Virgen María, estaban unidos con un solo corazón por la fe en Jesucristo, la fe “Pascual”. Fue entonces que “Así que, Jesús exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. ” (Hch 2, 31-32) El Espíritu Santo, el Consolador , el Espíritu de la Verdad “que procede del Padre” (Juan 15 , 26 ), el Hijo le envió ” el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre  “(Juan 15 , 26 ) y le da ” a  los que creen en su nombre” (Juan 1 : 12 ) . Él ha enviándolo “en forma de lenguas de fuego ” (Hch 2, 3) Nosotros hablamos con la lengua, y con una lengua de fuego decimos las Palabra de Dios, las palabras divinas del Hijo unigénito de Dios Padre, el verbo divino. Él se encarna en ella, ella se convierte Cuerpo de  Cristo: Iglesia… Eso es la creación de la Iglesia.

         La Iglesia: Pentecostés actualizado

         La Iglesia no es principalmente una institución, es decir, una organización con los estatutos y los leyes de funcionamiento pero es la presencia misteriosa del Hijo de Dios que encarnó por el poder del Espíritu Santo en una asamblea de pecadores que creen en la resurrección de su Señor y maestro y que proclaman esta realidad a todo el mundo. Tomando cuerpo, el cuerpo de la Palabra, el cuerpo del Hijo, y el de Dios, es para nosotros.” Él es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia ” (Col 1, 18 – Edit… 1,22). ” El templo de Dios es santo , y ese templo son ustedes ” ( 1 Cor 3, 17) .

         Estamos ese cuerpo cuando hacemos ” un solo corazón ” para comer ” el pan del cielo ” (Juan 6: 51) y beber la “sangre de la nueva alianza ” (1 Cor 11, 25 ) , decimos a Dios el Padre “te suplicamos oh Dios , envíe sobre nosotros y sobre estos dones  tu Espíritu Santo” ( lit. San Juan Crisóstomo ) ” y hacer este pan el cuerpo de nuestro Señor y Salvador Jesucristo y lo que es en esta cáliz la misma sangre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, para que todos … estamos unidos por nuestro Espíritu Santo único ” ( lit. San Basilio).

         Fue allí, durante la Asamblea Eucarística, el Espíritu Santo une en un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo, aquellos que comparten este pan como una confirmación de la Palabra del Hijo para cambiarnosa miembros del mismo Cuerpo. La Asamblea eucarística, o más bien el Espíritu Santo en el misterio eucarístico, hace la Iglesia: aquí es donde se construye la Iglesia, se identifica como cuerpo de Cristo resucitado; como cuerpo pascual, es decir que, la iglesia a causa de la fuerza del Espíritu Santo se convierte en la realidad actual.

         Nosotros, como Cristianos ortodoxos, creemos que la iglesia es realmente la obra del Espíritu Santo, del Cuerpo Resucitado, creemos “en” la Iglesia como “Una Iglesia Santa, Católica y Apostólica”… Creemos en la Iglesia como creemos en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

         El objeto de nuestra fe no son los patriarcas, ni el cuerpo sacerdotal en general … pero la acción del Espíritu Santo, la acción de Cristo en una asamblea de los pecadores, los creyentes que unen en su cuerpo y en su Sangre. Los fieles están esperando, con la gracia y el don del Santo Espíritu, Jerusalén celestial que va a llegar el fin del mundo, para ruñirse, eternamente, con el Rey de Jerusalén, el Rey de la gloria.

         La Iglesia es una creación continua, “purificada por el agua (el bautismo) y la palabra”. Dios ha comenzado en el día de Pentecostés y continúa durante cada Divina Liturgia con la colaboración y por la vida de sus apóstoles, sus mártires, sus santos y de todos sus siervos…La obra divina no tienefinalización, nuestro Dios da sentido a la historia de la humanidad y traer la venida del Reino “preparado para ellos antes de la fundación del mundo” (Mt 25, 34).

Amén

    Diácono Rafael BARSEKH ONJI

Ignorar las escrituras es ignorar a Cristo, San Jerónimo

Es urgente la llamada jeronimiana  que encontramos en el comentario al prólogo del Profeta Isaías (nos. 1 y 2): los destinatarios somos todas y todos nosotros: cristianas y cristianos  ortodoxos que aspiramos a tener a Nuestro Dios y Señor Jesucristo como paradigma, como modelo y patrón de nuestra vida diaria, como guía y motivo permanente en nuestras relaciones interpersonales con nuestras hermanas y hermanos de fe y con todas las mujeres y hombres de buena voluntad, aquellas y aquellos que, inexorablemente, encontramos y encontraremos en nuestro diario devenir: en nuestro pensar, decir y hacer en relación con el otro nos jugamos permanentemente, inevitablemente, la salvación o condenación eternas.

Es obvio que para estar de acuerdo con el párrafo anterior hace falta una profunda y real  aspiración cristiana de trascendencia: la postura meramente  inmanentista ,materialista-hedonista (identificada con la línea de los saduceos, denunciada y condenada por Nuestro Señor Jesucristo) no va ni mira más allá de “vivir el momento”; en este escenario superficial y vano la aspiración a lo eterno, a “los bienes más altos” no tiene cabida ni espacio posibles: todo se reduciría a dar cumplimiento a los caprichos instintivos y vegetativos que conviven con nuestro ser espiritual, cuando no combaten contra él.

De esto se ha percatado atinadamente San Jerónimo: la convivencia diaria con la Sagrada Escritura y la consecuente oración que se eleva “como incienso agradable a Dios” le ha abierto los ojos del corazón y del alma y le es imposible mantenerse callado y pasivo ante la veta de sublime riqueza que ha encontrado por pura misericordia de la Santísima Trinidad: le apremia que nosotros, sus hermanos y hermanas, entremos en contacto permanente con la Sagrada Escritura para que seamos iluminados por Ella, para que nuestros actos diarios no sean ya meramente humanos, sino, ante todo cristianos: permeados constantemente por la respuesta a las preguntas: ¿qué hubiera hecho Nuestro Señor Jesucristo en esta situación en específico?,¿cómo habría actuado Nuestro Señor Jesucristo con esta o aquella persona?,¿cuál es la Voluntad de Dios en este momento y cual mi mezquina y torpe voluntad?.

Quienes no escuchan las Sagradas Escrituras y no entran asiduamente, diariamente en contacto con Nuestro Señor Jesucristo (Logos Eterno) se dejarán fácilmente confundir por criterios meramente mundanos que extravían y despeñan a quienes los siguen ingenuamente por precipicios de desgracia: se dañan y dañan a los que viven a su alrededor o tienen la desgracia de ser encontrados por ellos en el caminar diario.

¿Leemos las Sagradas Escrituras los cristianos ortodoxos?, ¿estamos los cristianos ortodoxos en contacto con Nuestro Señor Jesucristo? Si asistimos a la Divina Liturgia y nuestra actitud es de atenta escucha durante la proclamación de la Divina Palabra y durante las homilías presbiterales que comentan Lo leído la respuesta es y debe ser afirmativa. En caso contrario… es urgente, al estilo de San Jerónimo, proclamarlo en todo momento, “a tiempo y a destiempo”: IGNORAR LAS ESCRITURAS ES IGNORAR A CRISTO” y esta situación es delicadísima, sobre todo si se trata de salvarse uno mismo y ayudarle a los demás a salvarse. El asunto sube de tono porque nos apremia la solidaridad cristiana con los otros: somos responsables de nosotros mismos pero somos corresponsables ante Dios de los demás: “¿dónde está tu hermano?” no es solamente la pregunta intencionada del Creador al fratricida Caín, es la interrogante actualísima de Nuestro Señor Jesucristo a cada uno de nosotros que, por pura Misericordia Divina, hemos descubierto cómo la Sagrada Escritura es guía y norte para llevar a buen puerto nuestra almas y cómo nuestras actitudes se han modificado para que Nuestro Señor Jesucristo sea por siempre Alabado y Reverenciado por nuestro pequeño testimonio.

Quiera la Providencia Divina suscitar pastorales iniciativas que permitan y alienten el estudio asiduo y sistemático de la Sagrada Escritura en nuestras amadas comunidades ortodoxas.

Quiera el Espíritu Santo quitarnos la venda de los ojos ,venda que nos ciega y nos ha hecho afirmar, erróneamente, que el contacto diario con la Sagrada Escritura es solamente cosa de los “hermanos”, término usado peyorativamente hacia las personas de fe protestante.

Quiera ,en fin, la solicitud paterna de nuestro Amado Metropolita Antonio, permitirnos la iniciativa de la Evangelización basada en la Sagrada Escritura.

 

Diácono Sergio Víctor Ramírez.

Catedral de San Pedro y San Pablo ,Huixquilucan

Sobre la interpretación de los Salmos 2a parte

CARTA DE NUESTRO SANTO PADRE ATANASIO, ARZOBISPO DE ALEJANDRÍA, A MARCELINO

SOBRE LA INTERPRETACIÓN DE LOS SALMO

En forma de narración tenemos los siguientes: Sal  18 Sal  43 Sal  48 Sal  49 Sal  72 Sal  76 Sal  88 Sal  89 Sal  106 Sal  113 Sal  126 y Sal  136.

En forma de oración tenemos: Sal  16 Sal  67 Sal  89 Sal  101 Sal  131 y Sal  141.  Los proferidos como suplica, y petición instante son: Sal  5 Sal  6 Sal  7 Sal  11 Sal  12 Sal  15 Sal  24 Sal  27 Sal  30 Sal  34 Sal  37 Sal  42 Sal  53 Sal  54 Sal  55 Sal  56 Sal  58 Sal  59 Sal  60 Sal  63 Sal  82 Sal  85 Sal  87 Sal  137 Sal  139 y Sal  142.

En forma de suplica junto con acción de gracias tenemos el Sal  138.

Entre los que solo suplican tenemos: Sal  3 Sal  25 Sal  68 Sal  69 Sal  70 Sal  73 Sal  78 Sal  79 Sal  108 Sal  122 Sal  129 y Sal  130.

Los Sal  9 Sal  74 Sal  91 Sal  104 Sal  105 Sal  106 Sal  107 Sal  110 Sal  117 Sal  135 y Sal  137 tienen forma de confesión.

Aquellos que entretejen narración con confesión son: Sal  9 Sal  74 Sal  105 Sal  106 Sal  117 Sal  135 y Sal  137.

Un salmo que combina confesión con narración y acción de gracias es el Sal  110.

El Sal  36 tiene forma de admonición.

Los que contienen profecía son: Sal  20 Sal  21 Sal  44 Sal  46 y Sal  75.

En el Sal  109 tenemos anuncio junto con profecía.

Los salmos que exhortan y prescriben y como que ordenan son: el Sal  28 Sal  32 Sal  80 Sal  94 Sal  95 Sal  96 Sal  97 Sal  102 Sal  103 y Sal  113.

El Sal  149 combina la exhortación con la alabanza.

Describen la vida hornada por la virtud los: Sal  104 Sal  114 Sal  118 Sal  124 y Sal  132. Aquellos que expresan alabanza son: Sal  90 Sal  112 Sal  116 Sal  134 Sal  144 Sal  145 Sal  146 Sal  148 y Sal  150.

Son acción de gracias: Sal  8 Sal  9 Sal  17 Sal  33 Sal  45 Sal  62 Sal  76 Sal  84 Sal  114 Sal  115 Sal  120 Sal  121 Sal  123 Sal  125 Sal  128 y Sal  143.

Aquellos que anuncian una promesa de bienaventuranza son: Sal  1 Sal  31 Sal  40 Sal  118 y Sal  127.

Demostrativo de alegre prontitud con (ribetes) de cantico el Sal  107.

Otro hay que exhorta a la fortaleza, el Sal  80.

Tenemos los que reprochan a impíos e inicuos, como el Sal  2 Sal  13 Sal  35 Sal  51 y Sal  52.

El Sal  4 es una invocación.

Están aquellos salmos que hablan (del cumplimiento) de votos, como el Sal  19 y el Sal  63.

Tienen palabras de glorificación al Señor: Sal  22 Sal  26 Sal  38 Sal  39 Sal  41 Sal  61 Sal  75 Sal  83 Sal  96 Sal  98 y Sal  151.

Acusaciones escritas para provocar vergüenza son: Sal  57 y Sal  81.

Se encuentran acentos hímnicos en Sal  47 y Sal  64.

El Sal  65 es un canto de júbilo y se refiere a la resurrección.

Otro, el Sal  99, es únicamente canto de júbilo.

5. Estando, entonces, los salmos dispuestos y ordenados de esta manera, les es posible a los lectores, – como ya lo dije antes -, descubrir en cada uno de ellos los movimientos y la constitución de su alma, del mismo modo que descubren el género y la enseñanza que cada uno les transmiten. Igualmente se puede aprender de ellos las palabras a decir para agradar al Señor, o con cuales palabras expresar el deseo de corregirse y arrepentirse o de darle gracias. Todo esto impide, al que recita literalmente estas expresiones, caer en la impiedad. Ya que no solo tendremos que dar razón de nuestras obras al Juez supremo, sino hasta de toda palabra inútil (Mt 12,36). Si quieres bendecir a alguno, aprendes como hacerlo y en nombre de quién, en los Salmos  1, 3, Sal  40 Sal  115 Sal  118 y Sal  127. Si deseas censurar las conjuras de los judíos contra el Salvador, ahí tienes al segundo de nuestros poemas. Si los tuyos te persiguen, y muchos se levantan contra ti, recita el tercero. Si estando afligido invocaste al Señor, y porque te escucho quieres darle gracias, entona el cuarto, o el Sal  74, o el Sal  114. Si atisbas que los malhechores te preparan trampas y quieres que muy de mañana tu oración llegue a sus oídos, recita el quinto. Si la amenaza de castigo del Señor te intranquiliza, puedes recitar el Sal  6 o el Sal  37. Si algunos se reúnen para tramar algo contra ti, como lo hizo Ajitofel contra David, y llega a tus oídos, canta el salmo 7 y confía en el Señor, él te defenderá.

6. Si, observando la extensión universal de la gracia del Salvador y la salvación del género humano, quieres conversar con Dios, canta el Sal  8. ¿Quieres entonar el cantico de la vendimia, para dar gracias al Señor? Tienes nuevamente a tu disposición el 8 y también el Sal  83. En honor a la victoria sobre los enemigos y la liberación de la criatura, sin gloriarte tu, sino reconociendo que estos hechos magníficos son obra del Hijo de Dios, recita el ya mencionado Sal  9. Si alguien quiere confundirte o asustarte, ten confianza en el Señor y repite el salmo 10. Al observar la soberbia de tantos y como el mal crece, al punto que ya no hay acciones santas entre los hombres, busca refugio en el Señor y di el Sal  11. ¿Prolongan los enemigos sus ataques? No desesperes como si Dios te olvidará, sino invócalo cantando el salmo 12. No te asocies en modo alguno con los que blasfeman impíamente contra la Providencia, más bien suplica al Señor recitando los Sal  13 y Sal  52. El que quiera aprender quién es el ciudadano del reino de los cielos debe decir el Sal  14.

7. Necesitas orar porque tus adversarios asedian tu alma, canta los Sal  16 Sal  85 Sal  87 y Sal  140. Si quieres saber como rezaba Moisés, ahí tienes el Sal  89. ¿Fuiste liberado de tus enemigos y perseguidores? Canta el Sal  17. ¿Te maravillan el orden de la creación y la providente gracia que en ella resplandece, como también los preceptos santos de la Ley? Canta entonces el Sal  18 y el Sal  23. Viendo sufrir a los atribulados, consuélalos orando y recitándoles las palabras del salmo 19. Ves que el Señor te conduce y pastorea, guiándote por el camino recto, ¡alégrate de ello y salmodia el Sal  22! ¿Te sumergen los enemigos? Eleva tu alma hasta Dios salmodiando el Sal  24 y veras que los inicuos quedan malogrados. ¿Te asechan los enemigos, teniendo sus manos totalmente manchadas de sangre, y no buscan más que perderte y confundirte? Entonces, no confíes tu justicia a un hombre, -¡toda justicia humana es sospechosa! -, pídele al Señor que te haga justicia, ya que él es el único Juez, recitando el Sal  25 Sal  34 o Sal  42. Cuando te asaltan violentamente los enemigos y se congregan como un ejército y te desprecian como si aun no estuvieras ungido, y por eso te hacen la guerra, no tiembles, canta más bien el Sal  26. La naturaleza humana es débil, y si (a pesar de ello) los perseguidores se hacen tan desvergonzados e insisten, no les hagas caso, suplica en cambio al Señor con el Sal  27. Si quieres aprender como ofrecer sacrificios al Señor con acción de gracias, recita entonces con inteligencia Espiritual el Sal  28. Si dedicas y consagras tu casa, esto es, tu alma que hospeda al Señor, como también la casa corpórea en la que moras físicamente, recita con acción de gracias el Sal  29 y entre los salmos graduales el Sal  126.

8. Si ves que eres despreciado y perseguido por amigos y conocidos a causa de la verdad, no pierdas el ánimo por eso, ni temas a los que se te oponen, sino apártate de ellos y contemplando el futuro, salmodia el trigésimo. Si al ver a los bautizados y rescatados de su vida corruptible, ponderas y admiras la misericordia de Dios, canta en favor suyo tus alabanzas con el Sal  31. Si deseas salmodiar en compañía de muchos, reúne a los hombres justos y probos, y recita el Sal  32. Si caíste víctima de tus enemigos y sagazmente pudiste evitar sus asechanzas, reúne a los hombres mansos y recita en su presencia el Sal  33. Si ves el celo para cometer el mal que impera entre los transgresores a la Ley, no pienses que la maldad es algo natural en ellos, como lo afirman los herejes, sino recita el Sal  35 y te convencerás de que a ellos les corresponde la responsabilidad por el pecado. Si ves a los malvados cometer muchas iniquidades, y envalentonarse contra los humildes, y quieres exhortar a alguien que ni se junte con los inicuos ni les tenga envidia, pues su porvenir quedará truncado, entonces di para ti mismo y para los otros el Sal  36.

9. Si, por otra parte, queriendo prestar atención a tu propia persona, y viendo que el enemigo se dispone a atacarte, – pues le agrada provocar a este tipo de personas -, quisieras fortalecerte contra él, canta el Sal  38. Si teniendo que soportar ataques de los perseguidores quieres aprender las ventajas de la paciencia, recita entonces el Sal  39. Cuando viendo multitud de pobres y mendigos, quieres mostrarte misericordioso con ellos, serás capaz de serlo gracias a la recitación del Sal  40, ya que con él alabaras a los que ya actuaron compasivamente, y exhortaras a los demás a que obren de igual manera. Si ansiando buscar a Dios, escuchas las burlas de los adversarios, no te turbes, sino que considerando la recompensa eterna de tal nostalgia, consuela tu alma con la esperanza en Dios, y, superados los pesares que te acongojan en esta vida, entona el salmo 41. Si no quieres dejar de recordar los innumerables beneficios que el Señor otorgo a tus padres, como el éxodo de Egipto y la estancia en el desierto, y qué bueno es Dios y cuan ingratos los hombres, tienes al Sal  43 Sal  77 Sal  88 Sal  104 Sal  105 Sal  106 y Sal  113. Si habiéndote refugiado en Dios, poderoso defensor en el peligro, quieres darle gracias y narrar sus misericordias para contigo, tienes el 45.

10. ¡Pecaste, sientes vergüenza, buscas hacer penitencia y alcanzar misericordia! Encontraras palabras de arrepentimiento y confesión en el Sal  50. Aun si debes soportar calumnias por parte de un rey inicuo, y ves como se envalentona el calumniador, aléjate de allí y usa las expresiones que encuentras en el Sal  51. Si te atacan, te acosan y quieren traicionarte, entregándote a la justicia, como lo hicieron zifeos y filisteos con David, no pierdas el valor, ten ánimo, confía en el Señor y alábalo con las palabras de los Sal  53 y Sal  55. La persecución te sobreviene, cae sobre ti y sin saberlo penetra inesperadamente en la cueva en la que te escondías, ni entonces temas, pues aun en ese aprieto encontraras palabras de consuelo y de memorial indeleble en los Sal  56 y Sal  141. Si quien te persigue da la orden de vigilar tu casa, y tú, a pesar de todo, logras escapar, da gracias a Dios, e inscribe el agradecimiento en tu corazón, como sobre una estela indeleble, en memorial de que no pereciste y entona el Sal  58. Si los enemigos que te afligen profieren insultos, y los que aparentaban ser amigos lanzan acusaciones en contra tuya, y esto perturba tu oración por un breve tiempo, reconfórtate alabando a Dios y recitando las palabras del Sal  54. Contra los hipócritas y los que se glorían desfachatadamente, recita, – para vergüenza suya -, el Sal  57. Contra los que arremeten salvajemente contra ti y quieren arrebatarte el alma, contrapón tu confianza y adhesión al Señor; cuanto más se envalentonen ellos, tanto más descansa en él, recitando el Sal  61. Si perseguido, huyes al desierto, nada temas por estar allí solo, pues tienes a Dios junto a ti, a quien, muy de madrugada, puedes cantarle el Sal  62. Si te aterran los enemigos y no cesan en su conjura contra ti, buscándote sin descanso, aunque sean muchos no te aflijas, ya que sus ataques serán como heridas causadas por flechas arrojadas por niños, entona, entonces (confiado), los Sal  63 Sal  64 Sal  69 y Sal  70.

11. Si deseas alabar a Dios recita el Sal  64, y cuando quieras catequizar a alguno acerca de la resurrección, entona el 65. ¡Imploras la misericordia del Señor!, alábalo salmodiando el Sal  66. Si ves que los malvados prosperan gozando de paz y los justos, en cambio, viven en aflicción, para no tropezar ni escandalizarte recita también tú el Sal  72. Cuando la ira de Dios se inflama contra el pueblo, tienes palabras sabias para su consuelo en el 73. Si andas necesitado de confesión, salmodia el Sal  9 Sal  74 Sal  91 Sal  104 Sal  105 Sal  106 Sal  107 Sal  110 Sal  117 Sal  125 y Sal  137. Quieres confundir y avergonzar a paganos y herejes, demostrando que ni uno solo de ellos posee el conocimiento de Dios, sino únicamente la Iglesia católica, puedes, si así lo piensas, cantar y recitar inteligentemente las palabras del Sal  75. Si tus enemigos te persiguen y te cortan toda posibilidad de huida, aunque estés muy afligido y grandemente confundido, no desesperes, sino clama, y si tu grito es escuchado, da gracias a Dios recitando el Sal  76. Pero si los enemigos persisten e invaden y profanan el templo de Dios, matando a los santos y arrojando sus cadáveres a las aves del cielo, no te dejes intimidar ni temas su crueldad, sino compadece con los que padecen y ora a Dios con el Sal  78.

12. Si deseas alabar al Señor en día de fiesta, convoca los siervos de Dios y recita los Sal  80 y Sal  94. Y si nuevamente los enemigos todos, se reúnen, asaltándote por todas partes, profiriendo amenazas hacia la casa de Dios y aliándose contra la piedad, no te amilane su multitud o su poder, ya que tienes un ancla de esperanza en las palabras del salmo 82. Si viendo la casa del Señor y sus tabernáculos eternos, sientes nostalgia por ellos como la tenía el Apóstol, recita el Sal  83. Cuando habiendo cesado la ira y terminada la cautividad, quisieras dar gracias a Dios, tienes al Sal  84 y al Sal  125. Si quieres saber la diferencia que media entre la Iglesia católica y los cismáticos, y avergonzar a estos últimos, puedes pronunciar las palabras del Sal  86. Si quieres exhortarte a ti y a otros, a rendir culto verdadero a Dios, demostrando que la esperanza en Dios no queda confundida, sino que, todo lo contrario, el alma queda fortalecida, alaba a Dios recitando el Sal  90. ¿Deseas salmodiar el Sábado? Tienes el Sal  91.

13. ¿Quieres dar gracias en el día del Señor? Tienes el Sal  23; o, ¿deseas hacerlo en el segundo día de la semana?: recita el Sal  47. ¿Quieres glorificar a Dios en el día de preparación?: tienes la alabanza del Sal  92. Porque entonces, cuando ocurrió la crucifixión, fue edificada la casa aunque los enemigos trataron de rodearla, es conveniente cantar como cantico triunfal lo que se enuncia en el Sal  92. Si te sobrevino la cautividad, y la casa fue derribada y vuelta a edificar, canta lo que se contiene en el Sal  95. La tierra se ha librado de los guerreros y ha aparecido la paz: reina el Señor y t quieres hacerlo objeto de tus alabanzas, ahí tienes el Sal  96. ¿Quieres salmodiar el cuarto día de la semana?. Hazlo con el Sal  93; pues en un día como ese fue el Señor entregado y comenzó a asumir y ejecutar el juicio contrario a la muerte, triunfando confiadamente sobre ella. Si lees el Evangelio, veras que en el cuarto día de la semana los judíos se reunieron en Consejo contra el Señor, y también veras que con todo valor comenzó a procurarnos justicia contra el diablo: salmodia, respecto a todo esto, con las palabras del Sal  93. Si, además, observas la providencia y el poder universal del Señor, y quieres instruir a algunos en la obediencia y en la fe, exhórtalos ante todo a confesar laudativamente: salmodia el Sal  99. Si has reconocido el poder de su juicio, es decir que Dios juzga atemperando la justicia con su misericordia, y quieres acercártele, tienes para este propósito las palabras del centésimo entre los salmos.

14. Nuestra naturaleza es débil, si las angustias de la vida te han asimilado a un mendigo, y sintiéndote exhausto buscas consuelo, entona el 101. Es conveniente que siempre y en todo lugar demos gracias a Dios; si deseas bendecirlo, espuela tu alma recitando el Sal  102 y el Sal  103. ¿Quieres alabar a Dios y saber, como, por qué motivos, y con qué palabras hacerlo? Tienes el Sal  104 Sal  106 Sal  134 Sal  145 Sal  146 Sal  147 Sal  148 y Sal  150. ¿Prestas fe a lo que ha dicho el Señor y tienes fe en las palabras que tú mismo dices cuando rezas? Profiere el Sal  115. ¿Sientes que vas progresando gradualmente en tus obras, de modo que puedes hacer tuyas las palabras: olvidando lo que queda detrás mío, me lanzo hacia lo que está delante (Ph 3,13)?: puedes entonces entonar para cada uno de los peldaños de tu adelanto uno de los quince salmos graduales.

15. ¿Has sido conducido al cautiverio por pensamientos extraños y te hallas nostálgicamente tironeado por ellos? ¿Te embarga el arrepentimiento, deseas no caer en el futuro y, sin embargo, sigues cautivo de ellos? ¡Siéntate, llora, y, como lo hizo antaño el pueblo, pronuncia las palabras del Sal  136! ¿Eres tentado y así sondeado y probado? Si superada la tentación quieres dar gracias, utiliza el salmo Sal  138. ¿Te hallas nuevamente acosado por los enemigos y quieres ser liberado? Pronuncia las palabras del 139. ¿Deseas suplicar y orar? Salmodia el Sal  5 y el Sal  142. Si se ha alzado el tiránico enemigo contra el pueblo y contra ti, al modo de Goliat contra David, no tiembles, ten fe, y como David, salmodia el Sal  143. Si maravillado por los beneficios que Dios otorgo a todos y también a ti, quieres bendecirlo, repite las palabras que David dijo en el Sal  144. ¿Quieres cantar y alabar al Señor? Lo que debas entonar está en los Sal  92 y Sal  97. ¿Aun siendo pequeño, has sido preferido a tus hermanos y colocado sobre ellos? No te gloríes ni te envalentones contra ellos, sino que atribuyendo la gloria a Dios que te eligió, salmodia el 151, que es un poema genuinamente davídico. Supongamos que deseas entonar los salmos en los que resuena la alabanza a Dios, es decir que van encabezados por el Aleluya, puedes usar: el Sal  104 Sal  105 Sal  106 Sal  111 Sal  112 Sal  113 Sal  114 Sal  115 Sal  116 Sal  117 Sal  118 Sal  134 Sal  135 Sal  145 Sal  146 Sal  147 Sal  148 Sal  149 y el Sal  150.

16. Si al salmodiar quieres destacar lo que se refiere al Salvador, encontraras referencias prácticamente en cada salmo: así, por ejemplo, tienes el Sal  44 y el Sal  100, que proclaman tanto su generación eterna del Padre como su venida en la carne; el Sal  21 y el Sal  68 que preanuncian la cruz divina, como también todos los padecimientos y persecuciones que soporto por nosotros; el Sal  2 y el Sal  108 que pregonan la maldad y las persecuciones de los judíos y la traición de Judas Iscariote; el Sal  20 Sal  49 y Sal  71 proclaman su reinado y su potestad de juzgar, como también su manifestación a nosotros en la carne y la vocación de los paganos. El Sal  15 anuncia su resurrección de entre los muertos; el Sal  23 y Sal  46 anuncian su ascensión a los cielos. Al leer el Sal  92 Sal  95 Sal  97 o Sal  98, caes en la cuenta y contemplas los beneficios que el Salvador nos otorgo gracias a sus padecimientos.

17. Esta es la característica que posee el libro de los salmos, para utilidad de los hombres: una parte de los salmos han sido escritos para purificación de los movimientos del alma; otra parte para anunciarnos proféticamente la venida en la carne de nuestro Señor Jesucristo, como arriba dijimos. Pero en modo alguno debemos pasar por alto la razón por la que los salmos se modulan armoniosamente y con canto. Algunos simplotes entre nosotros, si bien creen en la inspiración divina de las palabras, sostienen que los salmos se cantan por lo agradable de los sonidos y para placer del oído. Esto no es exacto. La Escritura para nada busco el encanto o la seducción, sino la utilidad del alma; esta forma fue elegida sobre todo por dos razones. En primer lugar, convenía que la Escritura no alabara a Dios únicamente en una secuencia de palabras rápida y continua, sino también con voz lenta y pausada. En secuencia ininterrumpida se leen la Ley, los Profetas, los libros históricos y el Nuevo Testamento; la voz pausada es empleada para los Salmos, odas y canticos. Así se obtiene que los hombres expresen su amor a Dios con todas sus fuerzas y con todas sus posibilidades. La segunda razón estriba en que, al igual que una buena flauta unifica y armoniza perfectamente todos los sonidos, del mismo modo requiere la razón que los diversos movimientos del alma, como pensamiento, deseo, cólera, sean el origen de los distintas actividades del cuerpo, de modo que el obrar del hombre no sea desarmónico, conflictuado consigo mismo, pensando muy bien y obrando muy mal. Por ejemplo, Pilato que dijo: ningún delito encuentro yo en él para condenarlo a muerte (Jn 18,38), pero obro según el querer de los judíos; o, que deseando obrar mal, estén imposibilitados de realizarlo, como los ancianos con Susana; o que aun absteniéndose de adulterar sea ladrón, o, sin ser ladrón sea homicida, o, sin ser asesino sea blasfemo.

18. Para impedir que surja esa desarmonía interior, la razón requiere que el alma, que posee el pensamiento de Cristo (1Co 2,16), como dice el Apóstol, haga que éste le sirva de director, que domine en él sus pasiones, ordenando los miembros del cuerpo para que obedezcan la razón. Como plectro para la armonía, en ese salterio que es el hombre, el Espíritu debe ser fielmente obedecido, los miembros y sus movimientos deben ser dóciles obedeciendo la voluntad de Dios. Esta tranquilidad perfecta, esta calma interior, tienen su imagen y modelo en la lectura modulada de los Salmos. Nosotros damos a conocer los movimientos del alma a través de nuestras palabras; por eso el Señor, deseando que la melodía de las palabras fuera el símbolo de la armonía Espiritual en el alma, ha hecho cantar los Salmos melodiosa, modulada y musicalmente. Precisamente este es el anhelo del alma, vibrar en armonía, como está escrito: alguno de ustedes es feliz, ¡que cante! (Jc 5,13). Así, salmodiando, se aplaca lo que en ella haya de confuso, áspero o desordenado y el canto cura hasta la tristeza: ¿por qué estas triste alma mía, por qué te me turbas? (Sal  41,6 y Sal  42,5); reconocer su error confesando: casi resbalaron mis pisadas (Sal  72,2); y en el temor fortalecer la esperanza: el Señor está conmigo: no temo; ¿qué podrá hacerme el hombre? (Sal  117,6).

19. Los que no leen de esta manera los canticos divinos, no salmodian sabiamente, sino que buscando su deleite, merecen reproche, ya que la alabanza no es hermosa en boca del pecador (Si 15,9). Pero cuando se cantan de la manera que arriba mencionamos, de modo que las palabras se vayan profiriendo al ritmo del alma y en armonía con el Espíritu, entonces cantan al unísono la boca y la mente; al cantar así son útiles a sí mismos y a los oyentes bien dispuestos. El bienaventurado David, por ejemplo, cantando para Saúl, complacía a Dios y alejaba de Saúl la turbación y la locura, devolviéndole tranquilidad a su alma. De idéntica manera los sacerdotes al salmodiar, aportaban la calma al alma de las multitudes, induciéndolas a cantar unánimes con los coros celestiales. El hecho de que los Salmos se reciten melodiosamente, no es en absoluto indicio de buscar sonidos placenteros, sino reflejo de la armoniosa composición del alma. La lectura mesurada es símbolo de la índole ordenada y tranquila del Espíritu. Alabar a Dios con platillos sonoros, con la citara y el salterio de diez cuerdas, es, a su vez, símbolo e indicación de que los miembros del cuerpo están armoniosamente unidos al modo que lo están las cuerdas; de que los pensamientos del alma actúan cual címbalos, recibiendo todo el conjunto movimiento y vida a impulsos del Espíritu, ya que vivirán, como está escrito, si con el Espíritu hacen morir las obras del cuerpo (Rm 8,13). Quien salmodia de esta manera armoniza su alma llevándola del desacuerdo al acorde, de modo que hallándose en natural acuerdo nada la turbe, al contrario con la imaginación pacificada desea ardientemente los bienes futuros. Bien dispuesta por la armonía de las palabras, olvida sus pasiones, para centrada gozosa y armoniosamente en Cristo concebir los mejores pensamientos.

20. Es por tanto necesario, hijo mío, que todo el que lee este libro lo haga con pureza de corazón, aceptando que se debe a la divina inspiración, y, beneficiándose por eso mismo de él, como de los frutos del jardín del paraíso, empleándolos según las circunstancias y la utilidad de cada uno de ellos. Estimo, en efecto, que en las palabras de este libro se contienen y describen todas las disposiciones, todos los afectos y todos los pensamientos de la vida humana y que fuera de estos no hay otros. ¿Hay necesidad de arrepentimiento o confesión; les han sorprendido la aflicción o la tentación; se es perseguido o se ha escapado a emboscadas; está uno triste, en dificultades o tiene alguno de los sentimientos arriba mencionados; o vive prósperamente, habiendo triunfado sobre tus enemigos, deseando alabar, dar gracias o bendecir al Señor? Para cualquiera de estas circunstancias hallara la enseñanza adecuada en los Salmos divinos. Que elija aquellos relacionados con cada uno de esos argumentos, recitándolos como si él los profiriera, y adecuando los propios sentimientos a los en ellos expresados.

21. En modo alguno se busque adornarlos con palabras seductoras, modificar sus expresiones o cambiarlas totalmente; lea y cántese lo que está escrito, sin artificios, para que los santos varones que nos los legaron, reconozcan el tesoro de su propiedad, recen con nosotros, o más bien, lo haga el Espíritu Santo que hablo a través de ellos, y al constatar que nuestros discursos son eco perfecto del suyo, venga en nuestra ayuda. Pues en tanto en cuanto la vida de los santos es mejor que la del resto, por tanto mejores y más poderosas se tendrán, con toda verdad, sus palabras que las que agreguemos nosotros. Pues con esas palabras agradaron a Dios y al proferirlas ellos lograron, como lo dice el Apóstol, conquistar reinos, hicieron justicia, alcanzaron las promesas, cerraron la boca a los leones; apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, curaron de sus enfermedades, fueron valientes en la guerra, rechazaron ejércitos extranjeros, las mujeres recobraron resucitados a sus muertos (He 11,33-35).

22. Todo el que ahora lee esas mismas palabras (de los Salmos), tenga confianza, que por ellas Dios vendrá instantáneamente en nuestra ayuda. Si está afligido, su lectura procurara un gran consuelo; si es tentado o perseguido, al cantarlas saldrá fortalecido y como más protegido por el Señor, que ya había protegido antes al autor, y hará que huyan el diablo y sus demonios. Si ha pecado volverá en sí y dejara de hacerlo; si no ha pecado, se estimara dichoso al saber que corre en procura de los verdaderos bienes; en la lucha, los Salmos darán las fuerzas para no apartarse jamás de la verdad; al contrario, convencerá a los impostores que trataban de inducirle al error. No es un mero hombre la garantía de todo esto, sino la misma Escritura divina. Dios ordeno a Moisés escribir el gran Cantico ensenándoselo al pueblo; al que él constituyera como jefe le ordeno transcribir el Deuteronomio, guardándolo entre sus manos y meditando continuamente sus palabras, pues sus discursos son suficientes para traer a la memoria el recuerdo de la virtud y aportar ayuda a los que los meditan sinceramente. Cuando Josué, hijo de Nuna penetro en la tierra prometida, viendo los campamentos enemigos y a los reyes amorreos reunidos todos en son de guerra, en lugar de armas o espadas, empuño el libro del Deuteronomio, lo leyó ante todo el pueblo, recordando las palabras de la Ley, y habiendo armado al pueblo salió vencedor sobre los enemigos. El rey Josías, después del descubrimiento del libro y su lectura pública, no albergaba ya temor alguno de sus enemigos. Cuando el pueblo salía a la guerra, el arca con las tablas de la Ley iba delante del ejército, siendo protección más que suficiente, siempre que entre los portadores o en el seno del pueblo no prevaleciera el pecado o la hipocresía. Pues se necesita que la fe vaya acompañada por la sinceridad para que la Ley dé respuesta a la oración.

23. Al menos yo, dijo el anciano, escuché de boca de hombres sabios, que antiguamente, en tiempos de Israel, bastaba con la lectura de la Escritura para poner en fuga los demonios y destruir las trampas tendidas por ellos a los hombres. Por eso, decía, son del todo condenables aquellos que abandonando estos libros componen otros con expresiones elegantes, haciéndose llamar exorcistas, ¡como les ocurrió a los hijos del judío Esceva, cuando intentaron exorcizar de esa manera! Los demonios se divierten y burlan cuando los escuchan; por el contrario tiemblan ante las palabras de los santos y ni oírlas pueden. Pues en las palabras de la Escritura está el Señor y al no poder soportarlo gritan: ¡Te ruego que no me atormentes antes de tiempo! (Lc 8,28). Con sola la presencia del Señor se consumían. Del mismo modo Pablo daba órdenes a los Espíritus impuros y los demonios se sometían a los discípulos. Y la mano del Señor cayó sobre Eliseo el profeta, de modo que profetizo a los tres reyes acerca del agua, cuando por orden suya el salmista cantaba al son del salterio. Incluso ahora, si uno está preocupado por los que sufren, lea los Salmos y les ayudará muchísimo, demostrando igualmente que su fe es firme y veraz; al verla Dios concede la completa salud a los necesitados. Sabiéndolo el santo dijo en el salmo 118: meditaré sobre tus decretos, no olvidaré tus palabras; y también: tus decretos eran mis cantos, en el lugar de mi peregrinación. En ellas encontraron salvación al decir: si tu ley no fuese mi meditación, ya habría perecido en mi humillación. También Pablo buscaba confirmar a su discípulo, al decir: medita estas cosas; vive entregado a ellas para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos (1Tm 4,15). Practícalo igualmente tú, lee con sabiduría los Salmos y podrás, bajo la guía del Espíritu, comprender el significado de cada uno. Imitarás la vida que llevaron los santos varones, quienes dijeron esto entusiasmados por el Espíritu de Dios.

San Atanasio de Alejandría

R. P. Emiliano Díaz, Catedral de San Pedro y San Pablo México

Sobre la interpretación de los Salmos 1a parte

CARTA DE NUESTRO SANTO PADRE ATANASIO, ARZOBISPO DE ALEJANDRÍA, A MARCELINO

SOBRE LA INTERPRETACIÓN DE LOS SALMOS

Querido Marcelino, admiro tu fervor cristiano. Sobrellevas perfectamente tu actual situación, y, aunque mucho te haga sufrir, no descuidas en absoluto la ascesis. Pregunté al portador de tu carta por el género de vida que llevas ahora que estás enfermo; me ha informado que si bien dedicas tu tiempo a toda la Escritura santa, tienes, sin embargo, con mayor frecuencia el libro de los Salmos entre las manos, tratando de comprender el sentido que cada uno esconde. Te felicito, pues tengo idéntica pasión por los Salmos, como la tengo por la Escritura entera. Hallándome en una ocasión invadido por semejantes sentimientos, tuve un encuentro con un anciano estudioso y quiero transcribirte la conversación que sobre los Salmos, – ¡Salterio en mano! – sostuvo conmigo. Lo que aquel viejo maestro me transmitió es agradable y, al mismo tiempo instructivo. He aquí lo que me dijo:
Toda nuestra Escritura hijo mío, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, está, tal como está escrito, inspirada por Dios y es útil para enseñar (2Tm 3,16). Pero el libro de los Salmos, si se reflexiona atentamente, posee algo que merece una especial atención.
Cada uno de los libros, en efecto, nos ofrece y nos entrega su propia enseñanza: El Pentateuco, por ejemplo, relata el comienzo del mundo y la vida de los Patriarcas, la salida de Israel de Egipto como también la entrega de la legislación. El Triteuco relata la distribución de la tierra, las hazañas de los jueces, como también la genealogía de David. Los libros de los Reyes y de las Crónicas relatan los hechos de los reyes. Esdras describe la liberación del cautiverio, el retorno del pueblo, la reconstrucción del templo y de la ciudad. Los libros de los profetas predicen la venida del Salvador, recuerdan los mandamientos, advierten y exhortan a los pecadores, como también profetizan acerca de las naciones. El libro de los Salmos, es como un jardín en el que no solo crecen todas estas plantas, -¡y además melodiosamente cantadas!-, sino que nos muestra lo que le es privativo, ya que el cantar de los salmos añade lo suyo propio.
Canta los acontecimientos del Génesis en el salmo 18: Los cielos pregonan la gloria de Dios, y el firmamento proclama la obra de sus manos (Sal 18,1), y en el salmo 23: La tierra y todo lo que contiene es del Señor; el mundo y todo lo que lo habita Él lo fundo sobre los mares (Sal 23,1-2). Los temas del Éxodo, Números y Deuteronomio los canta hermosamente en los salmos 77 y 113: Cuando Israel salió de Egipto, la casa de Jacob, de un pueblo bárbaro, Judá fue su santuario e Israel su dominio (Sal 113,1-2). Similares temas canta en el salmo 104: Envió a Moisés su siervo, y a Aarón, su elegido. Les confió sus palabras y sus maravillas en la tierra de Cam. Envió la oscuridad y oscureció; pero se rebelaron contra sus palabras. Transformo sus aguas en sangre, y dio muerte a sus peces. Su tierra produjo ranas, hasta en las habitaciones del rey. Habló y se llenó de tábanos y de mosquitos todo su territorio (Sal 104,26-31). Es fácil descubrir que todo este salmo como también el 105 fue escrito en referencia a todos estos acontecimientos. Las cosas que se refieren al sacerdocio y al tabernáculo las proclama en aquello del salmo 28: al salir del tabernáculo, diciendo: Ofrezcan al Señor, hijos de Dios, ofrézcanle gloria y honor (Sal 28,1).
Los hechos concernientes a Josué y a los jueces los refiere brevemente el salmo 106 con las palabras: Fundaron ciudades para habitar en ellas, sembraron campos y plantaron vinas (Sal 106,36-37). Pues fue bajo Josué que se les entrego la tierra prometida. Al repetir reiteradamente en el mismo salmo, Entonces gritaron al Señor en su tribulación, y él los libro de todas sus angustias (Sal 106,6), se está indicando el libro de los Jueces. Ya que cuando ellos gritaban les suscitaba jueces a su debido tiempo para librar a su pueblo de aquellos que lo afligían. Lo referente a los reyes se canta en el salmo 19 al decir: Algunos se glorían en carros, otros en caballos, pero nosotros en el nombre del Señor nuestro Dios. Ellos fueron detenidos y cayeron; pero nosotros nos levantamos y mantenemos en pie. ¡Señor, salva al Rey y escúchanos cuando te invocamos! (Sal 19,8-10). Y lo que se refiere a Esdras lo canta en el salmo 125 (uno de los salmos graduales): Cuando el Señor cambio la cautividad de Sion, quedamos consolados (Sal 125,1); y nuevamente en el 121: Me alegré cuando me dijeron, vayamos a la casa del Señor. Nuestros pies recorrieron tus palacios, Jerusalén; Jerusalén está edificada cual ciudad completamente poblada. Pues allí suben las tribus, las tribus del Señor, como testimonio para Israel (Sal 121,1-4).
Prácticamente cada salmo remite a los profetas. Sobre la venida del Salvador, y de que aquel que debía venir, seria Dios, así se expresa el salmo 49: El Señor nuestro Dios vendrá manifiestamente, y no se callara (Sal 49,2-3); y el salmo 117: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Nosotros los hemos bendecido desde la casa del Señor; el Señor (es) Dios y él se nos manifestó (Sal 117,26-27). Él es el Verbo del Padre, como lo canta el 106: Él envió su Verbo y los curo, los salvo de sus corrupciones (Sal 106,20). El Dios que viene es él mismo el Verbo enviado. Sabiendo que este Verbo es el Hijo de Dios, hace decir al Padre en el salmo 44: Mi corazón ha proferido un Verbo bueno (Sal 44,1), y también en el salmo 109: De mi seno antes de la aurora yo te he engendrado (Sal 109,3). ¿Quién puede decirse engendrado por el Padre, sino su Verbo y su Sabiduría?. Sabiendo que es a él al que el Padre decía: Que sea la luz, y el firmamento y todas las cosas, el libro de los Salmos también contiene palabras similares: El Verbo del Señor afianzo los cielos y por el Espíritu de su boca toda su potencia (Sal 32,6).
El salmista no ignoraba que el que debía venir fuese también el Ungido, ya que propiamente de él habla como sujeto principal el salmo 44: Tu trono, oh Dios, permanece por los siglos de los siglos; es cetro de rectitud el cetro de tu Reino. Has amado la justicia y odiado la iniquidad: por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con el oleo de la alegría en preferencia a tus compañeros (Sal 44,7-8). Para que nadie se imagine que él viene solo en apariencia, aclara que es este mismo el que se hará hombre y que es por él por quien todo fue creado, y por ello afirma en el salmo 86: La madre Sion dirá : un hombre, un hombre fue engendrado en ella, el Altísimo en persona la ha fundado (Sal 86,5). Lo que equivale a afirmar: El Verbo era Dios, todo fue hecho por él, y, El Verbo se hizo carne. Conociendo, igualmente, el nacimiento virginal, el Salmista no se calló, sino que lo expreso claramente en el salmo 44, al decir: Escucha, hija mía, y mira, inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, porque el rey está prendado de tu belleza (Sal 44,11-12). Nuevamente, esto equivale a lo dicho por Gabriel, ¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo! (Lc 1,28). Después de haber afirmado que él es el Ungido, muestra a renglón seguido su nacimiento humano de la Virgen, al decir: Escucha, hija mía. Gabriel la llama por su nombre, María, porque es un extraño, – en cuanto a parentesco se refiere -; pero David, el salmista, ya que ella es de su familia, la llama con toda razón su hija.
Habiendo afirmado que se haría hombre, los salmos muestran lógicamente que él es pasible según la carne. El salmo 2 prevé la conjura de los judíos: ¿Por qué se rebelaron los paganos? ¿Por qué concibieron vanos proyectos? Los reyes de la tierra se prepararon, los jefes se conjuraron contra el Señor y contra su Ungido (Sal 2,1-2). En el salmo 21 el Salvador mismo da a conocer su género de muerte: …me aprisionas en el polvo de la muerte, me rodea un tropel de mastines; la asamblea de los perversos me circunda. Taladraron mis manos y mis pies. Han contado todos mis huesos. Ellos me miraron vigilantes, se dividieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica (Sal 21,17-19). Taladrar sus manos y sus pies, ¿qué otra cosa es, sino indicar su crucifixión? Después de enseñar todo esto, añade que el Señor padeció por causa nuestra, y no, por la suya. Y, con sus propios labios, afirma nuevamente en el salmo 87: Pesadamente reposa sobre mí tu ira (Sal 87,17), y en el salmo 68: He devuelto lo que no había arrebatado (Sal 68,5). Pues si bien no debía pagar las cuentas de crimen alguno, él murió, – pero sufriendo por causa nuestra, tomando sobre si la cólera que nos estaba destinada, por nuestros pecados, como lo dice en Isaías, Él cargo nuestras flaquezas; lo que se hace evidente cuando afirmamos en el salmo 137: El Señor los recompensara por mi causa, y el Espíritu dice en el salmo 71, que él salvara a los hijos del pobre, y quebrantara a los que acusan en falso… pues él rescatara al pobre del opresor, y redimirá al indigente que no tiene protector (Sal 71,4).
Por eso predice también su ascensión a los cielos, diciendo en el salmo 23: Príncipes, levanten sus portones y abran sus puertas eternas y entrara el rey de la gloria (Sal 23,7). En el 46: Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al sonido de trompetas (Sal 46,6). También su sentarse a la derecha de Dios lo anuncia en el salmo 109: Dijo el Señor a mi Señor, siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como tarima para tus pies (Sal 109,1). Hasta la destrucción del diablo se anuncia a voces en el salmo 9: Te sientas en tu trono cual juez que juzga justamente. Reprendiste a los pueblos y pereció el impío (Sal 9,5-6). Tampoco callo que recibiría plena potestad de juzgar, de parte del Padre, y que vendría con autoridad sobre todo, al afirmar en el 71: ¡Oh Dios, concede tu juicio al rey, y tu justicia al hijo del rey, para que juzgue a tu pueblo con justicia, y a tus pobres con rectitud (Sal 71,1-2). Y en el salmo 49 dice: Convocara al cielo en lo alto, y a la tierra, para juzgar a su pueblo…Y los cielos proclamaran su justicia, pues Dios es juez (Sal 49,4). Y en el 81 leemos: Dios está en pie en la asamblea de los dioses, y rodeado de dioses, los juzga (Sal 81,1). Sobre la vocación de los paganos mucho se habla en nuestro libro, pero sobre todo en el salmo 46: Pueblos todos, aplaudan, aclamen a Dios con voces jubilosas (Sal 46,2). De manera similar en el 71: Delante Él se postran los etíopes, y sus enemigos lamerán el polvo; los reyes de Tarsis, y las islas, ofrecen sus dones. Los reyes de Arabia y de Saba le ofrecerán regalos. Y lo adoraran todos los reyes de la tierra; todos los pueblos le servirán (Sal 71,9-11). Todo esto lo cantan los Salmos y se anuncia en cada uno de los otros Libros.
No siendo un ignorante, el anciano agregaba: en cada libro de la Escritura se significan realidades idénticas, sobre todo en relación con el Salvador, pues todos están íntimamente relacionados y sinfónicamente concordes en el Espíritu. Por eso, del mismo modo que es posible descubrir en el Salterio el contenido de los otros Libros, también se encuentra con frecuencia el contenido del primero en los restantes. Así, por ejemplo, Moisés compuso un himno e Isaías canta y Habacuc suplica con un cantico. Más aun, en todos los libros es posible hallar profecías, leyes y relatos. El mismo Espíritu lo abarca todo, y de acuerdo al don asignado a cada cual, proclama la gracia peculiar, repartiéndola en plenitud, sea como capacidad de profetizar, o de legislar, o de relatar lo sucedido, o el don de los Salmos. Si bien el Espíritu es uno e indivisible, de él provienen todos los dones particulares y en cada don está totalmente presente, aunque cada uno lo percibe según las revelaciones y dones recibidos y en la medida y forma de las necesidades, de modo que en la medida en que cada uno se deja guiar por el Espíritu se hace servidor del Verbo. Es por eso, como lo dije más arriba, que cuando Moisés está legislando, algunas veces también profetiza y otras canta; y los Profetas al profetizar algunas veces proclaman mandatos, como aquel: Lávense, purifíquense. Limpia tu corazón de toda inmundicia, Oh Jerusalén (Is 1,16 Jr 4,14), y otras veces relatan historias como lo hace Daniel con los acontecimientos concernientes a Susana, o Isaías cuando relata lo de Rabsaces y Senaquerib. El rasgo característico del libro de los Salmos, como ya dijimos, es el del canto, y por ello modula melodiosamente lo que en otros libros se narra con detalle. Pero algunas veces hasta legisla: Abandona la ira y deja la cólera (Sal 36,8), y Apártate del mal, obra el bien; anhela la paz y corre tras ella (Sal 33,15). Y otras veces relata el camino de Israel y profetiza acerca del Salvador, como lo dijimos más arriba.
La gracia del Espíritu es común a todos los libros, estando la misma acorde a la tarea encomendada y según el Espíritu la concede. Los más y los menos no provocan distinción alguna siempre que cada cual efectúe y lleve a cabo su propia misión. Pero aun siendo así, el libro de los Salmos tiene, en este mismo terreno, un don y gracia peculiares, una propiedad de particular relieve. Pues junto a las cualidades, que le son comunes y similares con los restantes Libros, tiene además una maravillosa peculiaridad: contiene exactamente descritos y representados todos los movimientos del alma, sus cambios y mudanzas. De modo que una persona sin experiencia, al irlos estudiando y ponderando puede irse modelando a su imagen. Pues los otros libros solo exponen la ley y como ella estipula lo que se deba, o no, cumplir. Escuchando las profecías solo se sabe de la venida del Salvador. Prestando atención a las descripciones históricas solo se llega a averiguar los hechos de los reyes y de los santos. El libro de los Salmos, además de dichas enseñanzas, permite reconocer al lector las mociones de su propia alma y se las enseña, por el modo como algo lo afecta o lo turba; de acuerdo a este libro puede uno tener una idea aproximada de lo que debe decir. Por eso no se contenta con escuchar simplemente, sino que sabe cómo hablar y como actuar para curar su mal. Es cierto que también los otros libros tienen palabras que prohíben el mal, pero este también describe como apartarse de él. Por ejemplo, hacer penitencia es un precepto, hacer penitencia significa dejar de pecar; aquí se indica no solo como hacer penitencia y lo que es necesario decir para arrepentirse. Así mismo Pablo dijo: La tribulación produce en el alma la constancia, la constancia la virtud probada, la virtud probada la esperanza, y la esperanza no queda defraudada (Rm 5,3-5). Los Salmos describen y muestran, además, como soportar las tribulaciones, lo que debe hacer el afligido, lo que debe decir una vez pasada la tribulación, como cada uno es puesto a prueba, cuales son los pensamientos del que espera en el Señor. Lo de dar gracias en toda circunstancia es también un precepto. Los Salmos indican lo que debe decir aquel que da gracias. Sabiendo, por otra parte, que los que pretenden vivir piadosamente serán perseguidos, aprendemos de los Salmos como clamar cuando huimos en medio de la persecución, y qué palabras dirigir a Dios una vez escapados de ella. Somos invitados a bendecir al Señor, encontramos las expresiones adecuadas para manifestarle nuestra confesión. Los Salmos expresan como debemos alabar al Señor, qué palabras le rinden homenaje de modo adecuado. Para toda ocasión y sobre todo argumento encontraremos entonces poemas divinos adecuados a nuestras emociones y sensibilidad.
1. Todavía esto de asombroso y maravilloso tienen los Salmos: al leer los demás libros, aquello que dicen los santos y el objeto de sus discursos, los lectores lo relacionan con el argumento del libro, los oyentes se sienten extraños al relato, de modo que las acciones recordadas suscitan mera admiración o el simple deseo de emularlas. El que en cambio abre el libro de los Salmos recorre, con la admiración y el asombro acostumbrados, las profecías sobre el Salvador contenidas ya en los restantes libros, pero lee los salmos como si fueran personales. El auditor, igual que el autor, entran en clima de compunción, apropiándose las palabras de los canticos como si fueran suyas. Para ser más claro, no vacilaría, al igual que el bienaventurado Apóstol, en retomar lo dicho. Los discursos pronunciados en nombre de los patriarcas, son numerosos; Moisés hablaba y Dios respondía; Elías y Eliseo, establecidos sobre la montana del Carmelo, invocaban sin cesar al Señor, diciendo: ¡Vive el Señor, en cuya presencia estoy hoy! (1R 17,1 2R 3,4). Las palabras de los restantes santos profetas tienen por objeto al Salvador, y un cierto número se refieren a los paganos y a Israel. Sin embargo, ninguna persona pronunciaría las palabras de los patriarcas como si fueran suyas, ni osaría imitar y pronunciar las mismas palabras que Moisés, ni las de Abrahán acerca de su esclava e Ismael o las referentes al gran Isaac; por necesario o útil que fuera, nadie se animaría a decirlas como propias. Aunque uno se compadeciera de los que sufren y deseara lo mejor, jamás diría con Moisés: ¡Muéstrate a mí! (Ex 33,13), o tampoco: Si les perdonas su pecado, perdónaselo; si no se lo perdonas, bórrame del libro que tú has escrito (Ex 33,12). Aun en el caso de los profetas, nadie emplearía personalmente sus oráculos para alabar o reprender a aquellos que se asemejan por sus acciones a los que ellos reprendían o alababan; nadie diría: ¡Vive el Señor, en cuya presencia estoy hoy! Quien toma en sus manos esos libros, ve claramente que dichas palabras deben leerse no como personales, sino como pertenecientes a los santos y a los objetos de los cuales hablan. Los Salmos, ¡cosa extraña!, salvo lo que concierne al Salvador y las profecías sobre los paganos, son para el lector palabras personales, cada uno las canta como escritas para él y no las toma ni las recorre como escritas por otro ni tampoco referentes a otro. Sus disposiciones de ánimo son las de alguien que habla de sí mismo. Lo que dicen, el orante lo eleva hacia Dios como si fuera él quien hablara y actuara. No experimenta temor alguno ante estas palabras, como ante las de los patriarcas, de Moisés o de los otros profetas, sino que más bien, considerándolas como personales y escritas referidas a él, encuentra el coraje para proferirlas y cantarlas. Sea que uno cumpla o quebrante los mandamientos, los Salmos se aplican a ambos. Es necesario, en cualquier caso, sea como transgresor, sea como cumplidor, verse como obligado a pronunciar las palabras escritas sobre cada cual.
2.Me parece que las palabras de los Salmos son para quien las canta como un espejo en el que se reflejan las emociones de su alma para que así, bajo su efecto, pueda recitarlos. Hasta quien solo los escucha, percibe el canto como referido a él: o bien, convencido por su conciencia y compungido se arrepiente; o bien, oyendo hablar de la esperanza en Dios y del auxilio concedido a los creyentes, se alegra de que le haya sido otorgado y prorrumpir en acciones de gracias a Dios. Así, por ejemplo, ¿canta alguno el salmo tercero? Reflexionando sobre sus propias tribulaciones, se apropiara de las palabras del salmo. Así mismo, leerá al Sal 11 y al Sal 16 de acuerdo a su confianza y oración; el recitado del será expresión de su propia penitencia; el Sal 50 Sal 53 Sal 55 Sal 100 y el Sal 41 expresan sus sentimientos sobre la persecución de la que él es objeto; son sus palabras las que le cantan al Señor. Así pues, cada salmo sin entrar en mayores detalles, podemos decir que está compuesto y es proferido por el Espíritu, de modo que en esas mismas palabras, como ya lo dije antes, podamos captar los movimientos de nuestra alma y nos las hace decir como provenientes de nosotros, como palabras nuestras, para que trayendo a la memoria nuestras emociones pasadas, reformemos nuestra vida Espiritual. Lo que los salmos dicen puede servirnos de ejemplo y de patrón de medida.
3. Esto también es don del Salvador: hecho hombre por nosotros, ofreció por nosotros su cuerpo a la muerte, para librarnos a todos de la muerte. Queriendo mostrarnos su manera celestial y perfecta de vivir la plasmo en sí mismo para que no seamos ya fácilmente engañados por el enemigo, ya que tenemos una prenda segura en la victoria que en favor nuestro obtuvo sobre el diablo. Es por esta razón que no solo enseno, sino que practico su enseñanza, de modo que cada uno lo escuche cuando habla y mirándolo, como se observa un modelo, acepte de él el ejemplo, como cuando dice: Aprendan de mi, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29). No podrá hallarse enseñanza más perfecta de la virtud que la realizada por el Salvador en su propia persona: paciencia, amor a la humanidad, bondad, fortaleza, misericordia, justicia, todo lo encontraremos en él y nada tienes ya que esperar, en cuanto a virtudes, al mirar detenidamente su vida. Pablo lo decía claramente: Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo (1Co 11,1). Los legisladores, entre los griegos, tienen gracia únicamente para legislar; el Señor, cual verdadero Señor del universo, preocupado por su obra, no solamente legisla, sino que se da como modelo para que aquellos que lo desean, sepan cómo actuar. Aun antes de su venida entre nosotros, lo puso de manifiesto en los Salmos, de manera que al igual que nos proveyó de la imagen acabada del hombre terrenal y del celestial en su propia persona, también en los Salmos, aquel que lo desea, puede aprender y conocer las disposiciones del alma, encontrando como curarlas y rectificarlas.
4. Hablando con mayor precisión, puntualicemos entonces que si bien toda la Escritura divina es maestra de virtud y de fe auténtica, el libro de los Salmos ofrece, además un perfecto modelo de vida Espiritual. Al igual que quien se presenta ante un rey asume las correctas actitudes corporales y verbales, no sea que apenas abra la boca, sea arrojado fuera por su falta de compostura, también a aquel que corre hacia la meta de las virtudes y desea conocer la conducta del Salvador durante su vida mortal, el sagrado Libro lo conduce primero, a través de la lectura, a la consideración de los movimientos del alma, y a partir de allí va representando sucesivamente el resto, enseñando a los lectores gracias a dichas expresiones. En este libro llama la atención que algunos salmos contengan narraciones históricas, otros admoniciones morales, otros profecías, otros suplicas y otros, todavía, confesión.

R. P. Emiliano Díaz, Catedral de San Pedro y San Pablo México

El Instituto de Formación Ortodoxa en Línea

IFOL es un instituto de aprendizaje electrónico (E-learning) en español de la Arquidiócesis Ortodoxa Antioquena de México,  Venezuela, Centroamérica y el Caribe  que tiene el objetivo de  proveer formación cristiana ortodoxa para laicos al servicio de la iglesia.  La misión académica de los cursos es preparar  laicos comprometidos con su fe y dar a conocer la Ortodoxia a todos aquellos que se interesan en ella y no les es posible asistir a una Iglesia o comunidad Ortodoxa.  Nuestro programa fomenta el trabajo de equipo, el pensamiento creativo, y el espíritu de servicio a la comunidad. IFOL  es un curso  único en su tipo que hace accesible la formación cristiano ortodoxa en español desde cualquier lugar y sin costo de arancel.

Ven a aprender, te esperamos!!!

 

Biblia y Biblias

Muchos de nosotros tienen miedo, o sea, desatienden lo que está ligado al Antiguo Testamento, aunque muchos textos del Antiguo Testamento están integrados en nuestra Liturgia.

Desde hace  mucho tiempo, el Antiguo Testamento me ha llamado la atención, porque para mí  es la preparación necesaria al pueblo escogido a través de los siglos, para que pudiera aceptar por su propia experiencia, el misterio de la Encarnación y de la Resurrección del Verbo.

Es decir, que la misma persona de Cristo es el centro de la Santa Escritura.  Se trata, entonces, de una persona oculta en el Antiguo Testamento, pero revelada obviamente en el Nuevo Testamento.

Dos puntos me parecen necesarios para entender el tema: En primer lugar, explicaré lo que es la Biblia Septuaginta o de los setenta (LXX)  (§1),  y en segundo lugar, me referiré sobre el Canon Ortodoxo de la Biblia (§2).

§1: La Biblia Septuaginta como herencia Cristiana

Nuestra Iglesia ha recibido en herencia lo que se llama  la Biblia Septuaginta (o de los LXX). Se trata de la Biblia traducida al griego de los libros hebreos, ciertamente proto-masorética, que fue realizada por 70 a 72 traductores judíos en Alejandría en la isla de Pharos, a principios del tercer siglo, antes de Cristo.

Según Filón[1] de Alejandría, esta Biblia fue “inspirada por Dios“, como lo citó el gran teólogo Eusebio, Obispo de Cesarea[2].

Al inicio de la era cristiana otros textos judíos, directamente escritos en griego, fueron añadidos a esta Biblia Septuaginta, la cual fue adoptada por los primeros cristianos, especialmente por los Padres Apostólicos; sin embargo, fue rechazada por el judaísmo palestino que procedió a fijar el canon de su propia Biblia, o Tanaj, probablemente en el tercer siglo d.C. Este canon, conocido por Tanaj, consiste en la retención de los libros existentes exclusivamente en hebreo. En esto radica la controversia entre la Sinagoga y la Iglesia.

Sin embargo, los rollos de Qumran (descubiertos en 1947) muestran que la Septuaginta fue aceptada como texto bíblico junto a los textos hebreos y apoyan la teoría de los textos proto-masoréticos.

Para el cristiano, la Septuaginta parece de suma importancia, ya que de ella deriva todo el léxico teológico y litúrgico de la Iglesia, en donde los salmos se rezan tal cual.

En el Nuevo Testamento, se encuentran implícita o explícitamente alrededor de 350 menciones del Antiguo Testamento. Entre ellas, 300 se refieren a la Septuaginta, y  el resto se refiere a los textos hebreos. Por tanto, la versión de los LXX, es esencial para entender el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo Testamento.

Hoy en día podemos distinguir entre cuatro códices de la Septuaginta que son diferentes:

También llegamos a muchas otras versiones parciales. Pero lo cierto es que, parece muy  difícil reconstruir el texto original de la Septuaginta.

§2: El Canon ortodoxo de la Biblia

La Biblia Septuaginta es cuatripartita[3], ya que incluye los libros del Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), los libros históricos, los libros de poesía y sabiduría y finalmente, los libros proféticos.

En Occidente los libros de la Septuaginta, excepto el salterio, fueron sustituidos en el siglo octavo por la versión latina de Jerónimo quién la había traducido del hebreo (siglos IV- V), la cual es conocida hoy en día como la Vulgata.

En lo que se refiere al Canon, ortodoxos, católicos y protestantes se pusieron de acuerdo sobre una lista de 39 libros, los cuales, para el Antiguo Testamento, corresponden a todos los libros del Tanaj.

Pero los ortodoxos y los católicos han añadidos varios escritos, llamados libros deuterocanónicos, que fueron transmitidos en griego, a la Septuaginta. Seis de estos textos presentes sólo en las Biblias ortodoxas se han añadido en la traducción de la TOB: 2010: 3Esdras, 3Maccabées, Salmo 151, Oración Manasés, 4Maccabées, 4Esdras.

La Iglesia Católica se ha pronunciado definitivamente sobre el canon del Antiguo Testamento (desde el Concilio de Trento 1545-1563), mientras la Iglesia Ortodoxa no ha determinado firmemente el Canon de su Biblia, pero sigue fiel a la enseñanza de los Padres de la Iglesia y a las decisiones de los siete primeros concilios ecuménicos al respecto.

Sin embargo, las listas hechas por los Padres y las de los siete concilios ecuménicos, tienen diversificaciones que se reflejan en las Biblias en uso dentro de las diferentes Iglesias ortodoxas.

Por ejemplo, la Iglesia de Grecia ha tomado in extenso todos los libros deuterocanónicos contenidos en la Septuaginta.

Los libros deuterocanónicos que pueden estar presentes, incluidos entre los libros canónicos, o agrupados al final del Antiguo Testamento, en las diferentes Biblias ortodoxas son:

  • Tobías;
  • Judith;
  • Salmo 151;
  • Salmos 152-155;
  • Salmos de Salomón;
  • Libro de Baruch;
  • Carta de Jeremías;
  • 3 Esdras (Correspondiente a 2 Esdras en las Biblias rusas);
  • La Sabiduría de Salomón;
  • Eclesiástico (Sabiduría de Jesús ben Sirá);
  • Las adiciones griegas de Esther;
  • Susana, según Teodoción (o Daniel 13);
  • Bel y el Dragón, según Teodoción (o Daniel 14);
  • 1, 2 y 3 Macabeos;
  • Oración de Manasés;
  • 4 Macabeos;
  • 4 Esdras (Correspondiente a 3 Esdras en las Biblias rusas).

Es de notar que el libro de Enoc y Jubileos, que no están en la Septuaginta, son específicas del Canon de Etiopía.

Para concluir, la Biblia protestante es diferente de la católica. Mirando el índice de libros que contiene la Biblia contamos 66 libros, mientras que la Biblia católica y la Biblia ortodoxa contienen siete libros más.

En su canon del Antiguo Testamento, tanto las Biblias protestantes como las ortodoxas difieren de las católicas. Las protestantes tienen menos libros, y las ortodoxas más libros, que las católicas.

Además de los libros del Antiguo Testamento que se encuentran en la Biblia Protestante, la Biblia católica incluye:

Adiciones a Daniel;
Adiciones a Esther;
Baruc;
Carta de Jeremías;
Eclesiástico (Sabiduría de Jesús ben Sirá);
Sabiduría;
Judit;
Tobías;
1 Macabeos;
2 Macabeos.

Las Biblias ortodoxas griega y eslava incluyen, además del canon católico del Antiguo Testamento, los siguientes libros:

1 Esdras (= 2 Esdras en eslavo = 3 Esdras en el apéndice a laVulgata);
Oración de Manasés (en el Apéndice a la Vulgata);
El Salmo 151, que sigue al 150 en la Biblia griega;
3 Macabeos;
En la Biblia eslava (y en el apéndice a la Vulgata);
2 Esdras (= 3 Esdras en la eslava = 4 Esdras en el Apéndice a la Vulgata).
(Nota: en la Vulgata latina, Esdras y Nehemías = 1 y 2 Esdras).

En un apéndice a la Biblia griega:

4 Macabeos.

De modo que es erróneo afirmar que nuestras Biblias ortodoxas reconozcan el mismo canon del Antiguo Testamento que las católicas.  Y si el criterio de ser “completa” fuese tener la mayor cantidad de libros, entonces nuestras Biblias ortodoxas serían más completas que la Biblia católica.

Pero lamentablemente, ni en español ni en francés existe una Biblia ortodoxa propiamente editada y publicada. Sin embargo, en francés, hay una traducción valiosa de la Septuaginta realizada por Pierre Giguet [4].

Hoy en día, una traducción francesa parcial de la Septuaginta se está publicando – diecisiete volúmenes ya fueron publicados – Se trata de una obra de varios académicos, que han trabajado,  para sacarla bajo el título “La Biblia de Alejandría”, Edición  “Cerf”.

Ojalá que alguien se anime y traduzca oficialmente nuestra Biblia al español, ya que en el proceso de evangelización de los países hispanohablantes, la Biblia es de suma importancia.

Archimandrita Dr.  Fadi Rabbat


[1] Alrededor del siglo, 12 a.C – y 54 d.C.

[2] III º – IVº siglo.

[3] Mientras que la Biblia judía es tripartita.

[4] 1794-1883

El paraíso y el infierno según los Santos Padres

El paraíso y el infierno según los santos padres

Arzobispo Hierotheos Vlachos

Es muy importante conocer las enseñanzas de los santos padres sobre el paraíso y el infierno, porque ellos son los sinceros maestros de la Iglesia y los hijos del paraíso puro. Por lo tanto, no podemos interpretar el Evangelio sin su enseñanza revelada por Dios. Además, la Iglesia como cuerpo divino- humano de Cristo, es quien  escribe la Santa Biblia y ella, quien la interpreta.

La enseñanza general de los santos padres de la Iglesia es que el paraíso y el infierno no existen según Dios, sino según el hombre. Es verdad que ambos, el paraíso y el infierno se encuentran como manera de vivir, pero no es Dios quien los hizo. Es muy claro en la tradición patrística que hay dos caminos, pero Dios mismo es el paraíso para los santos, y Él mismo es el infierno para los pecadores.

Esto se relaciona mucho con las enseñanzas de los padres sobre la reconciliación de hombre con Dios. En ningún lugar en la Biblia se habla de la reconciliación de Dios con el hombre, sino se menciona que Cristo reconcilió al hombre con Dios. Asimismo, toda la tradición patrística muestra que Dios nunca estuvo en contra del hombre, sino al contrario,  el hombre se volvió en contra de Dios por no participar con Él ni estar en comunión con Él. Es así como el hombre hace de Dios su enemigo, pero Dios jamás hace esto. El hombre, atreves de sus propios pecados que comete, ve a Dios con una imagen de enojo y de enemistad.

Lo mejor sería comenzar con San Isaac el Sirio, quien habla sobre lo que es el paraíso, y lo que es el infierno. Cuando él se refiere al Paraíso, dice que él es el amor de Dios; y es algo normal que cuando hablamos sobre el amor, nos referimos principalmente a las fuerzas increadas de Dios. Él escribe: “El paraíso es el amor de Dios, donde hay el disfrute de todas las bendiciones.” Pero también cuando menciona el infierno, dice más o menos lo mismo; que el infierno es  el azote del amor y escribe: “También aseguro que los que están castigados en el infierno se están azotando con el látigo del amor; ¿pues acaso hay más amargura o más pena  que lo que da el dolor del amor?”.

El infierno entonces es el tormento del amor de Dios. Además, según lo que dice San Isaac, el dolor que ocurre en el corazón debido al pecado contra el amor de Dios “es más grave que cualquier temor al castigo.” Es un verdadero castigo cuando rechazamos y contraponemos el amor del otro. Es horrible ser amados mientras actuamos de una manera inapropiada. Al comparar eso con el amor de Dios, podemos entender el tormento del infierno. Esto también está relacionado con lo que dice San Isaac, que es algo doloroso para la persona pensar que “los pecadores en el infierno están separados del amor de Dios.”

Por lo tanto, incluso los que sean castigados, recibirán el amor de Dios. Dios va a amar a todas las personas por igual, tanto a los justos, como a los pecadores, pero no todos van a sentir este amor en la misma profundidad ni de la misma manera. En cualquier caso, es ilógico que insistamos en que el infierno es la ausencia de Dios.

Esto quiere decir que las experiencias de la gente sobre Dios serán diferentes. “El Señor le dará a cada uno conforme a la medida de su discernimiento y su merecimiento”, ” porque no habría la diferencia entre el maestro y el alumno, y estará en cada uno el amor fervoroso hacia los demás.” Por lo tanto, habrá el mismo Dios que da su gracia a todos, pero la gente va a recibir este amor, según su capacidad. El amor de Dios descenderá sobre todos los hombres, pero funcionará de una manera doble, que es castigar a los pecadores y dar alegría a los justos. Expresa San Isaac el sirio la tradición ortodoxa sobre este tema, diciendo: “el poder del amor funciona de dos maneras: atormenta a los pecadores, igual como ocurre cuando un amigo sufre por su amigo, pero se convierte en una fuente de alegría para los que cumplen con sus obligaciones.”

Así vendrá el mismo amor de Dios y también Sus mismas fuerzas a todas las personas, pero va a trabajar de una manera diferente. Pero ¿cómo será esta diferencia?

Dios dijo a Moisés: “tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente.” (Éxodo 33:19). El Apóstol Pablo cita este texto del Antiguo Testamento, y concluye: ” De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece.” (Romanos 9:18). Debemos explicarlo en términos ortodoxos. ¿Cómo Dios quiere tener misericordia sobre uno y endurecer a otro? ¿Acaso tendrá Dios hipocresía?

De acuerdo con la interpretación de Teofilacto de Bulgaria, ésto está relacionado con la naturaleza del hombre y no con la obra de Dios. Dice San Teofilacto: “Así como el sol ablanda la cera pero endurece el barro, no por preferencia, sino debido a la diferencia entre la cera y la arcilla. Así también Dios que se menciona que Él endureció el corazón de barro de Faraón.” Entonces la gracia de Dios, que es su amor, que va a resplandecer sobre todos, va a funcionar de acuerdo con la condición espiritual del hombre.

San Basilio el Grande se suma a esta opinión. Pues él explica las palabras del salmo: “φωνὴ Κυρίου διακόπτοντος φλόγα πυρός” “La voz del Señor divide, corta[1] llamas de fuego” (Salmo 29:7), y dice que este milagro ocurrió con los tres jóvenes en el horno de fuego. En este caso estaba el fuego dividido en dos, pues era quemadora para los que estaban fuera, y era fresca para los tres jóvenes como si estuvieran a la sombra de un árbol. San Basilio nota que el fuego, que fue diseñado por Dios para el diablo y sus ángeles “se corta por la voz de Dios.” El fuego tiene dos fuerzas: la que quema y ​​la que ilumina, y esto es lo que hace que el fuego, arde y da luz. Los que merecen el fuego,  sienten por su naturaleza que quema, y los que son dignos de la luz, gozan por su naturaleza iluminadora. Así termina San Basilio su explicación diciendo de una manera muy expresiva: “La voz del Señor divide y corta llamas de fuego, y en este corte y división, el fuego del infierno se queda sin luz, y la luz de la paz sigue sin ser ardiente.”

Entonces el fuego del infierno sería oscuro porque se privará de la característica de iluminar, mientras que la luz de los justos no será ardiente porque no tendrá la característica de quemar, y eso se deberá a la variedad de las energías de Dios. Sin embargo, esto nos revela que, de acuerdo con la condición de la persona, recibirá también las energías increadas de Dios.

Esta interpretación sobre el paraíso y el infierno no es sólo la opinión privada de San Isaac de Siria y de San Basilio el Grande sino que es la enseñanza general de los Padres de la Iglesia que interpretan de manera abstracta lo que se dijo sobre el fuego eterno y la vida eterna. Hablar de la abstracción, no significa que los Padres distorsionaron la enseñanza de la Iglesia por hablar de manera abstracta y contemplativa, sino que ellos interpretan estos temas tratando de liberarlos de cientos de ideas humanas e imágenes de cosas sensuales.

Esta es la manera en la cual también explica San Gregorio el Teólogo esta verdad tan importante que, como veremos, tiene un gran sentido en la vida eclesiástica y espiritual.

Él aconsejó a sus oyentes a aceptar las enseñanzas de la Iglesia acerca de la resurrección del cuerpo y del juicio y de la recompensa de los justos. Debe percibir estas cosas con la perspectiva de que la vida venidera será “una luz para los que tienen mente pura” y, por supuesto, “de acuerdo con el grado de su pureza” y a esto lo llamamos el reino de los cielos. Y la misma vida eterna será tinieblas “para aquellos en los que se oscureció su miembro de la discriminación”, en realidad eso es una separación de Dios, “y según el grado de su ceguera”. La vida eterna, entonces, es luz para aquellos que purificaron su “nous”[2] (y, ciertamente, según la profundidad de esta purificación), y es oscuridad para aquellos que tienen un nous ciego los cuales no se han iluminado en esta vida ni han llegado a la iluminación y la unión con Dios.

Podemos también echar un vistazo a esta diferencia con la perspectiva de los hechos sensoriales. El mismo sol “da luz a la vista sana y no para los ojos enfermos”. El error no es culpa del sol, sino es de la condición de los ojos. Esto en particular es lo que sucederá en la Segunda Venida de Cristo. Cristo es el mismo y es uno, “pero es una caída y una resurrección: caída para los incrédulos, y resurrección para los creyentes”. La palabra de Dios es una, y al mismo tiempo “es aterradora para aquellos que merecen eso por su forma de ser, y da la alegría a aquellos que están dispuestos” en este momento y mucho más en el tiempo del juicio final. Por lo tanto no todos merecen la misma categoría y privilegio. Mientras uno es digno de un grado, otro, merece un rango diferente. “cada uno, yo creo, según su purificación personal”. El hombre probará las energías increadas de Dios de acuerdo a la pureza de su corazón y su mente.

Por lo tanto, y también según San Gregorio el Teólogo, Dios, Él mismo, es el paraíso y el infierno para el hombre, siempre que cada persona pruebe las energías de Dios según el estado de su alma. Por lo tanto, pudo San Gregorio proclamar en una de las frases de su Doxología diciendo: “Oh Santísima Trinidad, que has otorgado a Tu sirvo adorarte y glorificarte, oh tu que se vas a ser conocido por todos  algún día, a algunos a través de la iluminación, y a otros a través del castigo”. Dios mismo es la iluminación y el infierno para la gente; Pues las Palabras de los Santos lo declaran claramente.

También quiero mencionar a San Gregorio Palamás arzobispo de Tesalónica, que confirma la misma enseñanza. Él dice sobre las palabras de San Juan Bautista acerca de Jesucristo que “los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Lc 3:16), estas palabras quieren demostrar esta verdad: que la gente va a recibir la gracia en una cantidad relativa a cada persona, ya sea punitiva o lúcida. San Gregorio había mencionado eso de esta manera: “Él dice: los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego, en el sentido de la iluminación y el castigo conforme a la preparación de cada uno”.

Claro, que debemos tomar en cuenta esta enseñanza de San Gregorio Palamás en el contexto de su perspectiva teológica general sobre la gracia increada de Dios. El Santo enseña que la creación entera participa de la gracia increada de Dios, pero no de la misma manera ni con la misma profundidad.  Por lo tanto la participación de los santos en la gracia de Dios es diferente de la del resto de la creación. Afirma: “aunque todos participan de lo mismo, no van a participar con Él de la misma manera, sino de otra diferente, incluso aunque todo tiene participación en todas las cosas de Dios, pero vemos la diferencia, ya que en la proporción de los santos,  es más grande.”

Además, sabemos por todas las enseñanzas de la Iglesia, que la gracia de Dios increada toma diferentes nombres según la función y los efectos de su trabajo. Cuando purifica al hombre se llama purificadora, si lo ilumina se llama dadora de iluminación, y si lo hace unirse con Dios se llama la que diviniza. Del mismo modo, a veces descrita como dadora de existencia, y en otros momentos se conoce como vivificadora y dadora la sabiduría. Entonces, todos participan de la gracia increada de Dios, pero de manera diferente. Por lo tanto no se debe confundir con la gracia que diviniza, en la cual participan todos los santos, entre otras energías. Lo mismo sucede con la gracia de Dios en la vida eterna. Participarán los justos en las energías de Dios iluminadora y la que diviniza, mientras los pecadores y los impuros pondrán a prueba los poderes de Dios: ardiente y castigador.

Encontramos esta misma enseñanza en  los escritos monásticos de muchos santos. Por ejemplo, San Juan Clímaco dice que el mismo nombre fuego se da a ambos “a lo que quema, igual a lo que ilumina” pues él está hablando del fuego sagrado y celestial que es la gracia de Dios, la cual recibe la gente a través  de esta vida “quema a algunos porque aún les falta purificación”, y a los otros “los iluminará a proporción con el grado de perfección que hayan alcanzado”. De hecho, la gracia de Dios en la vida eterna no purifica a los pecadores no  arrepentidos, pero lo que dice San Juan Clímaco se aplica a la vida presente. Eso está confirmado con la experiencia ascética que los santos  asientan en el principio, la gracia de Dios como un fuego quema sus propias pasiones, y luego, después de que purifica sus corazones, ellos sienten la gracia de Dios como una luz. Y aseguran esto las personas contemporáneas que ven a Dios en sus visitas ascéticas a los lugares sagrados, en lo que uno se arrepiente y prueba el infierno en la gracia, por lo que convierte la gracia en luz increada, aunque uno no se esperaba eso. Es la misma gracia de Dios que purifica al hombre en el principio, y cuando alcanza una gran profundidad del arrepentimiento, la purificación se ve como luz, y por lo tanto la situación no es sólo una cuestión de cosas creadas y emociones humanas, sino es probar la gracia increada de Dios.



[1] El verbo usado en la séptima es “διακόπτω” se traduzca al español: cortar en dospartir, cortar una cosa separándola de otra. (el traductor)

[2] El nous es un Término griego significa según los padres de la Iglesia la fuerza de la mente o la fuerza del alma, el nous es más profundo que la mente, es el ojo del alma. (el traductor)

Traducción realizada por el Rev. Archimandrita Andres Marcos 

Articulo de Jean Meyer

Moscú 1 – Bruselas 0

Es un historiador mexicano de origen francés. Obtuvo la licenciatura y el grado de doctor en la Universidad de la Sorbonne.

Es profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) donde, además, fundó y dirigió la División de Historia. Es miembro de la Academia Mexicana de Historia desde 2000 y director de la revista de historia internacional ISTOR. Ha sido profesor-investigador en El Colegio de México, en París y en Perpiñan, así como en El Colegio de Michoacán.

Entre sus libros se encuentran: “La revolución Mexicana” (1997), “Breve Historia de Nayarit” (2000), “Samuel Ruiz en San Cristóbal” (2000), “La gran controversia. Las iglesias católica y ortodoxa de los orígenes a nuestros días” (2001), “Mendoza Barragán, Ezequiel. Confesiones de un cristero” (2001), “El coraje cristero” (2001), “Yo, el francés” (2002), “Tierra de Cristeros” (2002), “Anacleto González Flores, el hombre que quiso ser el Gandhi mexicano” (2002), El Sinarquismo, el cardenismo y la iglesia 1937-1947 (2003) y “Rusia y sus imperios” (1894-2005)

Fuente: El Universal

Meyer

http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2014/01/68161.php

 

 

 

 

 

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