El Instituto de Formación Ortodoxa en Línea

IFOL es un instituto de aprendizaje electrónico (E-learning) en español de la Arquidiócesis Ortodoxa Antioquena de México,  Venezuela, Centroamérica y el Caribe  que tiene el objetivo de  proveer formación cristiana ortodoxa para laicos al servicio de la iglesia.  La misión académica de los cursos es preparar  laicos comprometidos con su fe y dar a conocer la Ortodoxia a todos aquellos que se interesan en ella y no les es posible asistir a una Iglesia o comunidad Ortodoxa.  Nuestro programa fomenta el trabajo de equipo, el pensamiento creativo, y el espíritu de servicio a la comunidad. IFOL  es un curso  único en su tipo que hace accesible la formación cristiano ortodoxa en español desde cualquier lugar y sin costo de arancel.

Ven a aprender, te esperamos!!!

 

Biblia y Biblias

Muchos de nosotros tienen miedo, o sea, desatienden lo que está ligado al Antiguo Testamento, aunque muchos textos del Antiguo Testamento están integrados en nuestra Liturgia.

Desde hace  mucho tiempo, el Antiguo Testamento me ha llamado la atención, porque para mí  es la preparación necesaria al pueblo escogido a través de los siglos, para que pudiera aceptar por su propia experiencia, el misterio de la Encarnación y de la Resurrección del Verbo.

Es decir, que la misma persona de Cristo es el centro de la Santa Escritura.  Se trata, entonces, de una persona oculta en el Antiguo Testamento, pero revelada obviamente en el Nuevo Testamento.

Dos puntos me parecen necesarios para entender el tema: En primer lugar, explicaré lo que es la Biblia Septuaginta o de los setenta (LXX)  (§1),  y en segundo lugar, me referiré sobre el Canon Ortodoxo de la Biblia (§2).

§1: La Biblia Septuaginta como herencia Cristiana

Nuestra Iglesia ha recibido en herencia lo que se llama  la Biblia Septuaginta (o de los LXX). Se trata de la Biblia traducida al griego de los libros hebreos, ciertamente proto-masorética, que fue realizada por 70 a 72 traductores judíos en Alejandría en la isla de Pharos, a principios del tercer siglo, antes de Cristo.

Según Filón[1] de Alejandría, esta Biblia fue “inspirada por Dios“, como lo citó el gran teólogo Eusebio, Obispo de Cesarea[2].

Al inicio de la era cristiana otros textos judíos, directamente escritos en griego, fueron añadidos a esta Biblia Septuaginta, la cual fue adoptada por los primeros cristianos, especialmente por los Padres Apostólicos; sin embargo, fue rechazada por el judaísmo palestino que procedió a fijar el canon de su propia Biblia, o Tanaj, probablemente en el tercer siglo d.C. Este canon, conocido por Tanaj, consiste en la retención de los libros existentes exclusivamente en hebreo. En esto radica la controversia entre la Sinagoga y la Iglesia.

Sin embargo, los rollos de Qumran (descubiertos en 1947) muestran que la Septuaginta fue aceptada como texto bíblico junto a los textos hebreos y apoyan la teoría de los textos proto-masoréticos.

Para el cristiano, la Septuaginta parece de suma importancia, ya que de ella deriva todo el léxico teológico y litúrgico de la Iglesia, en donde los salmos se rezan tal cual.

En el Nuevo Testamento, se encuentran implícita o explícitamente alrededor de 350 menciones del Antiguo Testamento. Entre ellas, 300 se refieren a la Septuaginta, y  el resto se refiere a los textos hebreos. Por tanto, la versión de los LXX, es esencial para entender el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo Testamento.

Hoy en día podemos distinguir entre cuatro códices de la Septuaginta que son diferentes:

También llegamos a muchas otras versiones parciales. Pero lo cierto es que, parece muy  difícil reconstruir el texto original de la Septuaginta.

§2: El Canon ortodoxo de la Biblia

La Biblia Septuaginta es cuatripartita[3], ya que incluye los libros del Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), los libros históricos, los libros de poesía y sabiduría y finalmente, los libros proféticos.

En Occidente los libros de la Septuaginta, excepto el salterio, fueron sustituidos en el siglo octavo por la versión latina de Jerónimo quién la había traducido del hebreo (siglos IV- V), la cual es conocida hoy en día como la Vulgata.

En lo que se refiere al Canon, ortodoxos, católicos y protestantes se pusieron de acuerdo sobre una lista de 39 libros, los cuales, para el Antiguo Testamento, corresponden a todos los libros del Tanaj.

Pero los ortodoxos y los católicos han añadidos varios escritos, llamados libros deuterocanónicos, que fueron transmitidos en griego, a la Septuaginta. Seis de estos textos presentes sólo en las Biblias ortodoxas se han añadido en la traducción de la TOB: 2010: 3Esdras, 3Maccabées, Salmo 151, Oración Manasés, 4Maccabées, 4Esdras.

La Iglesia Católica se ha pronunciado definitivamente sobre el canon del Antiguo Testamento (desde el Concilio de Trento 1545-1563), mientras la Iglesia Ortodoxa no ha determinado firmemente el Canon de su Biblia, pero sigue fiel a la enseñanza de los Padres de la Iglesia y a las decisiones de los siete primeros concilios ecuménicos al respecto.

Sin embargo, las listas hechas por los Padres y las de los siete concilios ecuménicos, tienen diversificaciones que se reflejan en las Biblias en uso dentro de las diferentes Iglesias ortodoxas.

Por ejemplo, la Iglesia de Grecia ha tomado in extenso todos los libros deuterocanónicos contenidos en la Septuaginta.

Los libros deuterocanónicos que pueden estar presentes, incluidos entre los libros canónicos, o agrupados al final del Antiguo Testamento, en las diferentes Biblias ortodoxas son:

  • Tobías;
  • Judith;
  • Salmo 151;
  • Salmos 152-155;
  • Salmos de Salomón;
  • Libro de Baruch;
  • Carta de Jeremías;
  • 3 Esdras (Correspondiente a 2 Esdras en las Biblias rusas);
  • La Sabiduría de Salomón;
  • Eclesiástico (Sabiduría de Jesús ben Sirá);
  • Las adiciones griegas de Esther;
  • Susana, según Teodoción (o Daniel 13);
  • Bel y el Dragón, según Teodoción (o Daniel 14);
  • 1, 2 y 3 Macabeos;
  • Oración de Manasés;
  • 4 Macabeos;
  • 4 Esdras (Correspondiente a 3 Esdras en las Biblias rusas).

Es de notar que el libro de Enoc y Jubileos, que no están en la Septuaginta, son específicas del Canon de Etiopía.

Para concluir, la Biblia protestante es diferente de la católica. Mirando el índice de libros que contiene la Biblia contamos 66 libros, mientras que la Biblia católica y la Biblia ortodoxa contienen siete libros más.

En su canon del Antiguo Testamento, tanto las Biblias protestantes como las ortodoxas difieren de las católicas. Las protestantes tienen menos libros, y las ortodoxas más libros, que las católicas.

Además de los libros del Antiguo Testamento que se encuentran en la Biblia Protestante, la Biblia católica incluye:

Adiciones a Daniel;
Adiciones a Esther;
Baruc;
Carta de Jeremías;
Eclesiástico (Sabiduría de Jesús ben Sirá);
Sabiduría;
Judit;
Tobías;
1 Macabeos;
2 Macabeos.

Las Biblias ortodoxas griega y eslava incluyen, además del canon católico del Antiguo Testamento, los siguientes libros:

1 Esdras (= 2 Esdras en eslavo = 3 Esdras en el apéndice a laVulgata);
Oración de Manasés (en el Apéndice a la Vulgata);
El Salmo 151, que sigue al 150 en la Biblia griega;
3 Macabeos;
En la Biblia eslava (y en el apéndice a la Vulgata);
2 Esdras (= 3 Esdras en la eslava = 4 Esdras en el Apéndice a la Vulgata).
(Nota: en la Vulgata latina, Esdras y Nehemías = 1 y 2 Esdras).

En un apéndice a la Biblia griega:

4 Macabeos.

De modo que es erróneo afirmar que nuestras Biblias ortodoxas reconozcan el mismo canon del Antiguo Testamento que las católicas.  Y si el criterio de ser “completa” fuese tener la mayor cantidad de libros, entonces nuestras Biblias ortodoxas serían más completas que la Biblia católica.

Pero lamentablemente, ni en español ni en francés existe una Biblia ortodoxa propiamente editada y publicada. Sin embargo, en francés, hay una traducción valiosa de la Septuaginta realizada por Pierre Giguet [4].

Hoy en día, una traducción francesa parcial de la Septuaginta se está publicando – diecisiete volúmenes ya fueron publicados – Se trata de una obra de varios académicos, que han trabajado,  para sacarla bajo el título “La Biblia de Alejandría”, Edición  “Cerf”.

Ojalá que alguien se anime y traduzca oficialmente nuestra Biblia al español, ya que en el proceso de evangelización de los países hispanohablantes, la Biblia es de suma importancia.

Archimandrita Dr.  Fadi Rabbat


[1] Alrededor del siglo, 12 a.C – y 54 d.C.

[2] III º – IVº siglo.

[3] Mientras que la Biblia judía es tripartita.

[4] 1794-1883

El paraíso y el infierno según los Santos Padres

El paraíso y el infierno según los santos padres

Arzobispo Hierotheos Vlachos

Es muy importante conocer las enseñanzas de los santos padres sobre el paraíso y el infierno, porque ellos son los sinceros maestros de la Iglesia y los hijos del paraíso puro. Por lo tanto, no podemos interpretar el Evangelio sin su enseñanza revelada por Dios. Además, la Iglesia como cuerpo divino- humano de Cristo, es quien  escribe la Santa Biblia y ella, quien la interpreta.

La enseñanza general de los santos padres de la Iglesia es que el paraíso y el infierno no existen según Dios, sino según el hombre. Es verdad que ambos, el paraíso y el infierno se encuentran como manera de vivir, pero no es Dios quien los hizo. Es muy claro en la tradición patrística que hay dos caminos, pero Dios mismo es el paraíso para los santos, y Él mismo es el infierno para los pecadores.

Esto se relaciona mucho con las enseñanzas de los padres sobre la reconciliación de hombre con Dios. En ningún lugar en la Biblia se habla de la reconciliación de Dios con el hombre, sino se menciona que Cristo reconcilió al hombre con Dios. Asimismo, toda la tradición patrística muestra que Dios nunca estuvo en contra del hombre, sino al contrario,  el hombre se volvió en contra de Dios por no participar con Él ni estar en comunión con Él. Es así como el hombre hace de Dios su enemigo, pero Dios jamás hace esto. El hombre, atreves de sus propios pecados que comete, ve a Dios con una imagen de enojo y de enemistad.

Lo mejor sería comenzar con San Isaac el Sirio, quien habla sobre lo que es el paraíso, y lo que es el infierno. Cuando él se refiere al Paraíso, dice que él es el amor de Dios; y es algo normal que cuando hablamos sobre el amor, nos referimos principalmente a las fuerzas increadas de Dios. Él escribe: “El paraíso es el amor de Dios, donde hay el disfrute de todas las bendiciones.” Pero también cuando menciona el infierno, dice más o menos lo mismo; que el infierno es  el azote del amor y escribe: “También aseguro que los que están castigados en el infierno se están azotando con el látigo del amor; ¿pues acaso hay más amargura o más pena  que lo que da el dolor del amor?”.

El infierno entonces es el tormento del amor de Dios. Además, según lo que dice San Isaac, el dolor que ocurre en el corazón debido al pecado contra el amor de Dios “es más grave que cualquier temor al castigo.” Es un verdadero castigo cuando rechazamos y contraponemos el amor del otro. Es horrible ser amados mientras actuamos de una manera inapropiada. Al comparar eso con el amor de Dios, podemos entender el tormento del infierno. Esto también está relacionado con lo que dice San Isaac, que es algo doloroso para la persona pensar que “los pecadores en el infierno están separados del amor de Dios.”

Por lo tanto, incluso los que sean castigados, recibirán el amor de Dios. Dios va a amar a todas las personas por igual, tanto a los justos, como a los pecadores, pero no todos van a sentir este amor en la misma profundidad ni de la misma manera. En cualquier caso, es ilógico que insistamos en que el infierno es la ausencia de Dios.

Esto quiere decir que las experiencias de la gente sobre Dios serán diferentes. “El Señor le dará a cada uno conforme a la medida de su discernimiento y su merecimiento”, ” porque no habría la diferencia entre el maestro y el alumno, y estará en cada uno el amor fervoroso hacia los demás.” Por lo tanto, habrá el mismo Dios que da su gracia a todos, pero la gente va a recibir este amor, según su capacidad. El amor de Dios descenderá sobre todos los hombres, pero funcionará de una manera doble, que es castigar a los pecadores y dar alegría a los justos. Expresa San Isaac el sirio la tradición ortodoxa sobre este tema, diciendo: “el poder del amor funciona de dos maneras: atormenta a los pecadores, igual como ocurre cuando un amigo sufre por su amigo, pero se convierte en una fuente de alegría para los que cumplen con sus obligaciones.”

Así vendrá el mismo amor de Dios y también Sus mismas fuerzas a todas las personas, pero va a trabajar de una manera diferente. Pero ¿cómo será esta diferencia?

Dios dijo a Moisés: “tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente.” (Éxodo 33:19). El Apóstol Pablo cita este texto del Antiguo Testamento, y concluye: ” De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece.” (Romanos 9:18). Debemos explicarlo en términos ortodoxos. ¿Cómo Dios quiere tener misericordia sobre uno y endurecer a otro? ¿Acaso tendrá Dios hipocresía?

De acuerdo con la interpretación de Teofilacto de Bulgaria, ésto está relacionado con la naturaleza del hombre y no con la obra de Dios. Dice San Teofilacto: “Así como el sol ablanda la cera pero endurece el barro, no por preferencia, sino debido a la diferencia entre la cera y la arcilla. Así también Dios que se menciona que Él endureció el corazón de barro de Faraón.” Entonces la gracia de Dios, que es su amor, que va a resplandecer sobre todos, va a funcionar de acuerdo con la condición espiritual del hombre.

San Basilio el Grande se suma a esta opinión. Pues él explica las palabras del salmo: “φωνὴ Κυρίου διακόπτοντος φλόγα πυρός” “La voz del Señor divide, corta[1] llamas de fuego” (Salmo 29:7), y dice que este milagro ocurrió con los tres jóvenes en el horno de fuego. En este caso estaba el fuego dividido en dos, pues era quemadora para los que estaban fuera, y era fresca para los tres jóvenes como si estuvieran a la sombra de un árbol. San Basilio nota que el fuego, que fue diseñado por Dios para el diablo y sus ángeles “se corta por la voz de Dios.” El fuego tiene dos fuerzas: la que quema y ​​la que ilumina, y esto es lo que hace que el fuego, arde y da luz. Los que merecen el fuego,  sienten por su naturaleza que quema, y los que son dignos de la luz, gozan por su naturaleza iluminadora. Así termina San Basilio su explicación diciendo de una manera muy expresiva: “La voz del Señor divide y corta llamas de fuego, y en este corte y división, el fuego del infierno se queda sin luz, y la luz de la paz sigue sin ser ardiente.”

Entonces el fuego del infierno sería oscuro porque se privará de la característica de iluminar, mientras que la luz de los justos no será ardiente porque no tendrá la característica de quemar, y eso se deberá a la variedad de las energías de Dios. Sin embargo, esto nos revela que, de acuerdo con la condición de la persona, recibirá también las energías increadas de Dios.

Esta interpretación sobre el paraíso y el infierno no es sólo la opinión privada de San Isaac de Siria y de San Basilio el Grande sino que es la enseñanza general de los Padres de la Iglesia que interpretan de manera abstracta lo que se dijo sobre el fuego eterno y la vida eterna. Hablar de la abstracción, no significa que los Padres distorsionaron la enseñanza de la Iglesia por hablar de manera abstracta y contemplativa, sino que ellos interpretan estos temas tratando de liberarlos de cientos de ideas humanas e imágenes de cosas sensuales.

Esta es la manera en la cual también explica San Gregorio el Teólogo esta verdad tan importante que, como veremos, tiene un gran sentido en la vida eclesiástica y espiritual.

Él aconsejó a sus oyentes a aceptar las enseñanzas de la Iglesia acerca de la resurrección del cuerpo y del juicio y de la recompensa de los justos. Debe percibir estas cosas con la perspectiva de que la vida venidera será “una luz para los que tienen mente pura” y, por supuesto, “de acuerdo con el grado de su pureza” y a esto lo llamamos el reino de los cielos. Y la misma vida eterna será tinieblas “para aquellos en los que se oscureció su miembro de la discriminación”, en realidad eso es una separación de Dios, “y según el grado de su ceguera”. La vida eterna, entonces, es luz para aquellos que purificaron su “nous”[2] (y, ciertamente, según la profundidad de esta purificación), y es oscuridad para aquellos que tienen un nous ciego los cuales no se han iluminado en esta vida ni han llegado a la iluminación y la unión con Dios.

Podemos también echar un vistazo a esta diferencia con la perspectiva de los hechos sensoriales. El mismo sol “da luz a la vista sana y no para los ojos enfermos”. El error no es culpa del sol, sino es de la condición de los ojos. Esto en particular es lo que sucederá en la Segunda Venida de Cristo. Cristo es el mismo y es uno, “pero es una caída y una resurrección: caída para los incrédulos, y resurrección para los creyentes”. La palabra de Dios es una, y al mismo tiempo “es aterradora para aquellos que merecen eso por su forma de ser, y da la alegría a aquellos que están dispuestos” en este momento y mucho más en el tiempo del juicio final. Por lo tanto no todos merecen la misma categoría y privilegio. Mientras uno es digno de un grado, otro, merece un rango diferente. “cada uno, yo creo, según su purificación personal”. El hombre probará las energías increadas de Dios de acuerdo a la pureza de su corazón y su mente.

Por lo tanto, y también según San Gregorio el Teólogo, Dios, Él mismo, es el paraíso y el infierno para el hombre, siempre que cada persona pruebe las energías de Dios según el estado de su alma. Por lo tanto, pudo San Gregorio proclamar en una de las frases de su Doxología diciendo: “Oh Santísima Trinidad, que has otorgado a Tu sirvo adorarte y glorificarte, oh tu que se vas a ser conocido por todos  algún día, a algunos a través de la iluminación, y a otros a través del castigo”. Dios mismo es la iluminación y el infierno para la gente; Pues las Palabras de los Santos lo declaran claramente.

También quiero mencionar a San Gregorio Palamás arzobispo de Tesalónica, que confirma la misma enseñanza. Él dice sobre las palabras de San Juan Bautista acerca de Jesucristo que “los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Lc 3:16), estas palabras quieren demostrar esta verdad: que la gente va a recibir la gracia en una cantidad relativa a cada persona, ya sea punitiva o lúcida. San Gregorio había mencionado eso de esta manera: “Él dice: los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego, en el sentido de la iluminación y el castigo conforme a la preparación de cada uno”.

Claro, que debemos tomar en cuenta esta enseñanza de San Gregorio Palamás en el contexto de su perspectiva teológica general sobre la gracia increada de Dios. El Santo enseña que la creación entera participa de la gracia increada de Dios, pero no de la misma manera ni con la misma profundidad.  Por lo tanto la participación de los santos en la gracia de Dios es diferente de la del resto de la creación. Afirma: “aunque todos participan de lo mismo, no van a participar con Él de la misma manera, sino de otra diferente, incluso aunque todo tiene participación en todas las cosas de Dios, pero vemos la diferencia, ya que en la proporción de los santos,  es más grande.”

Además, sabemos por todas las enseñanzas de la Iglesia, que la gracia de Dios increada toma diferentes nombres según la función y los efectos de su trabajo. Cuando purifica al hombre se llama purificadora, si lo ilumina se llama dadora de iluminación, y si lo hace unirse con Dios se llama la que diviniza. Del mismo modo, a veces descrita como dadora de existencia, y en otros momentos se conoce como vivificadora y dadora la sabiduría. Entonces, todos participan de la gracia increada de Dios, pero de manera diferente. Por lo tanto no se debe confundir con la gracia que diviniza, en la cual participan todos los santos, entre otras energías. Lo mismo sucede con la gracia de Dios en la vida eterna. Participarán los justos en las energías de Dios iluminadora y la que diviniza, mientras los pecadores y los impuros pondrán a prueba los poderes de Dios: ardiente y castigador.

Encontramos esta misma enseñanza en  los escritos monásticos de muchos santos. Por ejemplo, San Juan Clímaco dice que el mismo nombre fuego se da a ambos “a lo que quema, igual a lo que ilumina” pues él está hablando del fuego sagrado y celestial que es la gracia de Dios, la cual recibe la gente a través  de esta vida “quema a algunos porque aún les falta purificación”, y a los otros “los iluminará a proporción con el grado de perfección que hayan alcanzado”. De hecho, la gracia de Dios en la vida eterna no purifica a los pecadores no  arrepentidos, pero lo que dice San Juan Clímaco se aplica a la vida presente. Eso está confirmado con la experiencia ascética que los santos  asientan en el principio, la gracia de Dios como un fuego quema sus propias pasiones, y luego, después de que purifica sus corazones, ellos sienten la gracia de Dios como una luz. Y aseguran esto las personas contemporáneas que ven a Dios en sus visitas ascéticas a los lugares sagrados, en lo que uno se arrepiente y prueba el infierno en la gracia, por lo que convierte la gracia en luz increada, aunque uno no se esperaba eso. Es la misma gracia de Dios que purifica al hombre en el principio, y cuando alcanza una gran profundidad del arrepentimiento, la purificación se ve como luz, y por lo tanto la situación no es sólo una cuestión de cosas creadas y emociones humanas, sino es probar la gracia increada de Dios.



[1] El verbo usado en la séptima es “διακόπτω” se traduzca al español: cortar en dospartir, cortar una cosa separándola de otra. (el traductor)

[2] El nous es un Término griego significa según los padres de la Iglesia la fuerza de la mente o la fuerza del alma, el nous es más profundo que la mente, es el ojo del alma. (el traductor)

Traducción realizada por el Rev. Archimandrita Andres Marcos 

Articulo de Jean Meyer

Moscú 1 – Bruselas 0

Es un historiador mexicano de origen francés. Obtuvo la licenciatura y el grado de doctor en la Universidad de la Sorbonne.

Es profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) donde, además, fundó y dirigió la División de Historia. Es miembro de la Academia Mexicana de Historia desde 2000 y director de la revista de historia internacional ISTOR. Ha sido profesor-investigador en El Colegio de México, en París y en Perpiñan, así como en El Colegio de Michoacán.

Entre sus libros se encuentran: “La revolución Mexicana” (1997), “Breve Historia de Nayarit” (2000), “Samuel Ruiz en San Cristóbal” (2000), “La gran controversia. Las iglesias católica y ortodoxa de los orígenes a nuestros días” (2001), “Mendoza Barragán, Ezequiel. Confesiones de un cristero” (2001), “El coraje cristero” (2001), “Yo, el francés” (2002), “Tierra de Cristeros” (2002), “Anacleto González Flores, el hombre que quiso ser el Gandhi mexicano” (2002), El Sinarquismo, el cardenismo y la iglesia 1937-1947 (2003) y “Rusia y sus imperios” (1894-2005)

Fuente: El Universal

Meyer

http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2014/01/68161.php

 

 

 

 

 

La encarnación de Dios: voluntaria y sin causa

 

El misterio de la encarnación del hijo de Dios, nos lleva a la divinización del hombre. Los santos padres de la iglesia insisten en que Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciere dios. El ser humano no puede llegar a la divinización si no es por medio del Hijo de Dios, del Verbo encarnado. Los teólogos discuten si la encarnación del Verbo era independiente de la caída de Adán o si había sido una de sus consecuencias. Esta discusión se basa en varios textos patrísticos sobre la caída del género humano.

Primero, debemos señalar que los santos padres de la Iglesia no responden a esta pregunta virtualmente de una manera escolástica, porque ellos no piensan si Cristo hubiese encarnado o no, en caso de que Adán no hubiese caído. Esta pregunta demuestra el uso excesivo de la mente para entender los misterios divinos; y eso sería algo de origen escolástico y no, una teología ortodoxa.

A la teología de la iglesia ortodoxa le interesan los hechos que han sucedido, mismos que se tratan por medio de la sanación de la naturaleza humana y de la salvación de los hombres; es decir, que esta teología  pone mucha atención en la naturaleza humana caída y en cómo sanarla para llegar a la divinización que sería posible a través de la encarnación de Dios.

En las enseñanzas patrísticas vemos que en la encarnación se unió el Hijo de Dios con la naturaleza humana en una unión hipostática.  Por lo tanto, esta naturaleza humana se divinizó,  siendo éste  el medicamento verdadero y único para la salvación y la divinización del hombre. Por medio del santo bautizo, el hombre puede ser miembro del cuerpo de Cristo; y a través de la sagrada comunión él puede participar  en el cuerpo divino del Señor, ese cuerpo que tomó  de la santísima madre de Dios. Si no hubiera pasado esta unión hipostática de las dos naturalezas divina y humana, no sería posible la divinización del hombre. Así que la encarnación era el fin de crear el género humano. La pasión de Cristo y su cruz son las cosas adicionales que surgieron por la caída de Adán. Dice San Máximo el confesor, que la encarnación fue para la salvación de la naturaleza humana, y la pasión, para liberar a todos los que, por el pecado, eran cautivos de la muerte.

San Atanasio el Grande enseña que era necesario que el Hijo de Dios se encarnara por dos motivos: primero, para convertir al corruptible en incorruptible, y al mortal en inmortal;  esto, no era posible con el simple arrepentimiento, sino tomando Dios el cuerpo humano mortal y cambiante. Y por otra parte, para que se renovara el género humano en Cristo, porque el Hijo y el Verbo son el primer prototipo del hombre.

Esta opinión teológica de San Atanasio, no está en contra de las enseñanzas de los otros padres de la Iglesia, quienes  nos dicen que la encarnación de Dios no exige de la caída del hombre como una causa absoluta, y esto es por lo siguiente:

Primero: porque en sus análisis que presenta San Atanasio, le interesa en especial el hombre caído, por eso habla sobre su caída y su renovación. Su teología se enfoca a la sanación y a la restauración del género humano que se vistió de mortalidad y tiene la posibilidad de ser tentado.

Segundo: Porque San Atanasio habla sobre el misterio de la encarnación y de la providencia de Dios tal y como las conocemos hoy, pues cuando menciona la encarnación y la divinización, él habla del nacimiento de Cristo, su pasión, su Cruz y su resurrección.  Mientras que los padres que enseñan que la  encarnación  es independiente de la caída, nos hablan de la finalidad de la creación como “la divinización a través de la encarnación”.

San Nicodemo de Athos, en su análisis de las enseñanzas patrísticas, llega a una conclusión donde dice que la encarnación del Hijo de Dios no fue el resultado  de la caída del hombre, sino que  el primer propósito de crearlo, fue para que pudiera alcanzar la divinización. Eso nos permite ver que era correcto, cuando pensamos que la caída de Adán no pudo haber obligado a Dios a que fuera  hombre, ni a  que  Cristo tomara para siempre la naturaleza humana.

San Nicodemo da referencias de la Biblia y de las enseñanzas de los santos padres de la Iglesia; en el libro de proverbios (8:22) dice: “El Señor me creó como primicia de sus caminos, antes de sus obras, desde siempre”; y en la carta de san Pablo a los Colosenses (1:15) se  llama Cristo  “el Primogénito de toda la creación”; y de la misma manera se le llama en la carta a los Romanos (8:29) “En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos”

En su explicación de estos textos de la Biblia, San Nicodemo, en base a las enseñanzas patrísticas, enseña que estas frases no se refieren a la divinidad del Verbo de Dios, porque Él jamás fue creado, ni siquiera fue la primera criatura de Dios Padre, como enseñaba Arios; sino que estas frases están hablando de la humanidad de Cristo, es decir, que la providencia divina y el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, es el inicio de todos los caminos de Dios y de la primacía de toda la creación.

San Máximo enseña que la encarnación de Cristo es un gran  y muy profundo misterio por el cual la Santísima Trinidad creó el mundo entero y lo trajo de la nada a la existencia. Nos dice: “Es el motivo del inicio de la creación que prevé  Dios principalmente.  Es el propósito por el cual fueron hechas todas las cosas y este mismo propósito nunca fue hecho por algo”; es decir que la decisión de la encarnación fue antes de crear al mundo poniendo en nuestra mente que para Dios no existe tiempo. Entonces la encarnación es la finalidad  de la providencia divina y de la restauración de la creación.

San Gregorio Palamás explica que cuando Dios Padre dijo en el bautizo de Cristo: “Este es mi Hijo amado”  esta voz  muestra que todo lo que había en el antiguo testamento, la ley, las promesas y la filiación estaban incompletas y que la finalidad de la encarnación de Su Hijo era para que se cumpliera todo. Por lo mismo, al crear al mundo y a los hombres, todo  estaba dirigido hacia Cristo; porque la creación tenía como propósito la encarnación. Hasta  el género humano fue creado a  imagen de Dios para que pudiera un día recibir el prototipo original. Por eso la encarnación del Verbo de Dios es la voluntad divina que  ya había sido planeada independientemente de la caída del hombre.

San Andrés de Creta dice que la Madre de Dios es la persona que sirvió al misterio de la encarnación en dar cuerpo de lo suyo para esta unión hipostática entre las dos naturalezas: divina y humana. Por lo tanto dice: “la Madre de Dios es el propósito de la alianza de Dios con nosotros, es el medio propuesto para todas las generaciones, es la corona de las profecías divinas, es la voluntad divina que supera toda descripción  que existe desde el principio para proteger el hombre”

Tenemos que repetir que los santos padres de la Iglesia no trataron  este tema de una manera virtual como lo es en la mentalidad escolástica.  Nosotros estamos usando estas frases tan virtuales, sólo para poner  énfasis en la verdad positiva que dice que a través de Cristo llegó la divinización a los hombres y la salvación a todo el mundo.

Estas enseñanzas patrísticas no son teóricas, sino como todos los dogmas, tienen su consecuencia en la vida espiritual del cristiano. Porque como hemos visto que el Hijo de Dios se hizo hombre no para apaciguar un enojo divino ni para agradar la bondad divina, sino para divinizar nuestra naturaleza humana con amor y compasión. Por lo mismo nuestra vida espiritual no es para calmar a Dios enojado, porque Dios no necesita sanar, sino nosotros mismos.  Nuestra lucha espiritual no será en vano porque la unión con Dios nos está dada gracias a la unión hipostática de las dos naturalezas en Cristo. La muerte de Cristo no fue entonces por nuestra culpa, sino  para librarnos del sufrimiento. Para que esté  Dios con nosotros en todo momento difícil. La muerte de Cristo fue para destapar la muerte y vencerla. Cristo tomó con su encarnación toda nuestra naturaleza humana cambiante, mortal y pasional para sanarnos de la muerte del pecado.

Rev. Archimandrita Andres Marcos

Diferencias entre la Iglesia Católica Ortodoxa y La Iglesia Católica Romana

En los primeros 1000 años de Cristianismo, la Iglesia Católica Ortodoxa y la Iglesia Católica Romana eran una sola Iglesia, debido a esto ambas iglesias comparten muchas cosas en común, son “Católicas” (entiéndase Universales) y “Apostólicas” (tienen “sucesión apostólica”, son herederas de las comunidades cristianas fundadas por los mismos apóstoles) – pero existen diferencias notables entre ellas, las cuales han ido aumentando con los años:

Diferencias Dogmáticas

La Procedencia del Espiritu Santo

El Filioque. La Profesión de Fe o el Credo como tal fue redactada en los Concilios Ecuménicos de Nicea y Constantinopla en el texto del Credo se expresan las verdades fundamentales de la Fe Cristiana. Una de las clausulas del Credo que habla sobre la procedencia del Espíritu Santo la cual decía “Creo en el Espíritu Santo que procede del Padre” fue modificada en un Concilio que solo se celebró en Occidente en la ciudad de Toledo agregando a la cláusula las palabras “y del Hijo” de tal manera que la frase completa dice “Creo en el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo”. Cabe mencionar que dicho Concilio no contó con la presencia de los patriarcados de Oriente lo cual tendría que haber sido necesario para que tuviera validez la añadidura.

Dijo el Señor: “Pero cuando venga el Paráclito (el que trae el consuelo), a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mi” (Jn, 15:26).

El credo dice: “…y en el Espíritu Santo que procede del Padre”.

Este credo fue confirmado por los Concilios Ecuménicos, los cuales prohibieron cualquier adición o cambio. Este Credo sigue siendo respetado por todas las Iglesias Orientales y Occidentales antes del cisma y en él está resumida toda la verdad de la doctrina cristiana.

La Iglesia Ortodoxa ha conservado el credo original sin alteración.

La Iglesia Católica Romana aumentó al artículo octavo las palabras “…y del Hijo” quedando así este artículo: “…que procede del Padre y del Hijo”. Esta adición al Símbolo de la Fe, comenzó en España en el siglo VI, trasladándose posteriormente a Francia, siendo rechazado por las demás Iglesias. El mismo Papa la rechazó. El Papa León III, el Grande, mandó imprimir este Credo en dos láminas de Plata, en griego y en latín, sin la palabra: “y del Hijo” colocándolas en las puertas de la Catedral de San Pedro en Roma, declarando que lo hacía para conservar el Símbolo de la Fe intacto, como lo declararon los dos primeros concilios Ecuménicos.

Pocos años después, ascendió el Papa Nicolás, quien oponiéndose a su antecesor, permitió que fueran agregadas las palabras “…y del Hijo” en el Credo.

El gran Patriarca Focio protestó por esta añadidura. El Papa Juan VIII prometió corregir el error, pero los Papas sucesores de él lo conservaron, aceptándolo hasta la actualidad la Iglesia de Roma.

El Purgatorio

La iglesia Católica Romana enseña que las almas, después de la muerte terrenal, van a dar a un lugar que llamado “Purgatorio“, donde se limpian (“purgan” de ahí el nombre) de sus pecados leves sufriendo algunos tormentos, y que después de este “lavado espiritual” entran al Paraíso.

La Iglesia Ortodoxa cree que las almas después de la muerte esperan el Juicio Final, en un lugar que no es el Paraíso ni tampoco el Hades.

Cuando el Buen Ladrón dijo a Jesús, que estaba sobre la Cruz: “Acuérdate de mi, Señor, cuando vengas en tu Reino”, oyó la respuesta de Cristo:

“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”

No le dijo “Espérate en el purgatorio y después de tu purificación llegarás al Paraíso”, ni nada semejante.

En la Iglesia Romana se cree que el Papa y los Obispos, según su jurisdicción, tienen potestad para conceder Indulgencias por realizar determinadas acciones o por orar con específicas preces, cumpliendo con las condiciones necesarias.

Las Indulgencias no son para perdonar los pecados, antes bien presuponen como condición necesaria para ganarlas la remisión de ellos. Ellas son una remisión de las penas temporales en las que se ha incurrido por los pecados.

Estas Indulgencias son aplicables a uno mismo o a las almas que están en el Purgatorio como un sufragio, para disminuir o terminar con sus sufrimientos.

La Iglesia Ortodoxa no acepta tal doctrina y facultad, y tampoco el Purgatorio, como ya mencionamos.

El “Pecado Original”

El Pecado original – a grandes rasgos – es el pecado cometido por Adán y Eva, (los primeros padres de la humanidad) al desobedecer el mandato divino de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, siendo castigados con la expulsión del Paraíso. Por esta razón se condena al pecado a cada uno de los nacidos – es decir, a la naturaleza humana como tal- tras la expulsión del Edén.

La doctrina romana a este respecto se fijó en el concilio de Cartago (397), en el concilio de Orange (529) y el concilio de Trento (1545). Ninguno de éstos es considerado “Concilio ecuménico válido” por la Iglesia Ortodoxa.

En la iglesia ortodoxa no existe el “pecado original”, lo que existe es el “pecado ancestral”. Dios dotó al ser humano de “libre albedrío”, le dió el poder de elegir y tomar sus propias decisiones; Por ende puede elegir entre hacer lo bueno (vivir en el amor de Dios) o hacer lo malo (alejarse del amor de Dios). De esto ya nos advertía en Apóstol San Pablo:

«Todo está permitido», pero no todo es provechoso. «Todo está permitido», pero no todo es constructivo (1 Cor. 10-23).

La inclinación natural de hacer el mal – a separarse de Dios – es lo que llamamos el “pecado ancestral”. No existe antecedente bíblico contundente ni en los escritos de los Santos Padres de la Iglesia para sostener una “Doctrina del Pecado Original”.

Creemos que no es posible heredar la transgresión cometida por Adán y Eva (ellos ya pagaron con su expulsión del Paraíso). Nadie puede cargar con culpas ni errores ajenos, Si caemos en pecado, cada uno de nosotros tenemos que comparecer y responder ante el tribunal de Cristo por nuestras faltas. La responsabilidad no es hereditaria sino que individual.

La importancia de la creencia o no en el pecado original tiene consecuencias en lo que viene.

La Inmaculada Concepción de la Virgen María

La Iglesia de Roma cree que Santa Ana concibió a la Virgen de forma espermática (sin esperma, sin mancha de pecado original que ahí que se ocupe la fórmula “Ave María Purísima sin pecado concebida“). Esta creencia, con todo, es bastante reciente respecto de la historia de la cristiandad; En efecto en 1854 el Papa Pío IX, – sin tener a la mano para ello dato alguno ni en las Sagradas Escrituras, ni en las enseñanzas de los Santos Padres de la Iglesia, sólo en una distorsionada devoción mariana – elevó a “Dogma de Fe”.

La Iglesia Ortodoxa cree y enseña que la Santísima, Purísima, Bendita Señora Madre de Dios y Siempre Virgen María fue concebida en la carne de manera natural como cualesquier ser humano (coito), sólo considera como inmaculado el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, ya que Él fue dado a luz milagrosamente — del Espíritu Santo y la Virgen María. Según las palabras de San Ambrosio de Milán

“De todas los nacidos por mujeres, es completamente Santo solo nuestro Señor Jesucristo, Quien por un especial, nuevo modo de inmaculado nacimiento, no experimentó la corrupción terrenal.”

Así como por medio una mujer entró el perdición al mundo (Eva) también por medio de una mujer (María) debía entrar la salvación al mundo. Si bien María fue electa por Dios para dar cumplimento a las profesías acerca de la llegada del Mesías, tenía la naturaleza dañada por el pecado original – como cualquiera de nosotros – por lo cual ella misma necesitaba ser redimida, redención que comenzó desde los tres años de edad con su presentación en el Templo y que culminó completamente en el día de la Anunciación.

En resumen, María no nació santa sino que se hizo santa, y si ella pudo… nosotros también, voilá.

La Infalibilidad Papal

En el año de 1870 decidió el Concilio Vaticano I – encabezado por el Papa Pío IX – un nuevo dogma, el cual no tiene ningún antecedente en toda la historia de la Iglesia: “La infalibilidad Papal”, lo cual significa que el Papa “no se equivoca” cuando habla “Ex Cathedra” sobre materia de fe o de costumbres.

Este nuevo dogma contradice lo dicho por el Señor quien no aceptó que lo llamaran: “Maestro bueno” cuando le preguntó el joven: “…Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Le contestó Jesús: …¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino sólo Dios”. (Lc. 18:18-19).

Muchos de los cristianos occidentales protestaron por esta decisión contraria al Evangelio, separándose de la Iglesia de Roma por medio de la llamada Unión de Utrecht y auto llamándose “Viejos Católicos” o “Véterocatólicos”.

Las Órdenes y Congregaciones

La Iglesia de Roma, a lo largo de su historia y hasta el día de hoy, ha dado pie a la proliferación de numerosas instituciones (Agustinos, Benedictinos, Dominicos, Franciscanos, Jesuitas, Maristas, Mercedarios, Pasionistas, Schoënstatt …… etc) que han traído, a lo largo de la historia, varios dolores de cabeza al Obispado de Roma.

La Iglesia ortodoxa no tiene y nunca ha admitido órdenes, ni congregaciones religiosas. La razón es bastante sencilla y práctica: porque estas asociaciones incuban intrínsicamente el peligro de convertirse en SECTA, esto es “Conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica” como lo define la Real Academia. Y las sectas buscan influir con su cosmovisión en su entorno, es decir, buscan PODER.

Y no hay nada mas alejado del mensaje universal del cristianismo que un sinnúmero de grupos que tienen visiones bastante particulares del mensaje de Cristo, peleándose entre sí y poniendo mas énfasis y devoción en algún Santo, o en la de su fundador que en la sacra figura de Cristo.

En la iglesia ortodoxa, sólo hay cristianos ortodoxos sin acepción de edad, sexo, estirpe o condición. La forma de que un feligrés piadoso desee hacer votos de vida consagrada es por medio de la vida monástica.

Diferencias Litúrgicas

Una parte de las diferencias litúrgicas es producto de tradiciones étnicas, y la otra se formó después de la separación de las Iglesias Oriental y Occidental. Aquí mostraremos algunas:

El uso del pan ácimo en la Eucaristía

La Iglesia Ortodoxa consagra el pan natural con levadura, en tanto que la Occidental, el pan ácimo. La Iglesia Ortodoxa basa su punto de vista, primero, sobre lo que el Señor comió en la Ultima Cena: Pan con levadura. “Antes de la fiesta de la pascua…” (Jn. 13:1). “Dos días después era la pascua y la fiesta de los panes sin levadura…” (Mc. 14:1). “Llegó el día de los panes sin levadura, en el cual era necesario sacrificar el cordero de la pascua” (Lc. 22:7).

La palabra griega “Artos” (Áρτος) que aparece en el Evangelio – para quienes no lo sabían los Evangelios se escribieron en griego – significa el pan natural con levadura y no el ácimo.

Los Apóstoles usaron el pan natural con levadura en cumplimiento del Sacramento de la Eucaristía, “…en el partimiento del pan…” (Hch. 20L:7).

San Juan Crisóstomo explicando la palabra griega “artos”, dijo que esto se traducía como “pan con levadura” (Sermón 81 sobre el Evangelio de Mateo).

Los primeros cristianos llevaban consigo pan y vino, y terminando la Eucaristía repartían lo sobrante a los pobres. Sin duda usaban el pan con levadura y no el ácimo. “Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; …” (1a. Cor. 11:21).

El bautismo y la Confirmación

La Iglesia Ortodoxa bautiza metiendo al niño en el agua, mientras que la Iglesia Romana bautiza por infusión. En griego “baptizo” y “baptisma” significan sumersión y no aspersión o infusión. El Evangelio dice: ” Y Jesús después que fue bautizado, subió luego del agua;…” (Mt. 3:16. Mc. 1:10). La palabra subió, supone que antes bajó al agua.

En Roma se descubrió, en la Catacumba de San Calixto, un icono del siglo II que representa a Cristo inmerso en el agua, saliendo con la ayuda de Juan. En el convento Dafne, cerca de Atenas, existe un antiguo icono hecho con mosaicos que presenta a Cristo metido en el agua al ser bautizado por Juan. San Basilio el Grande, en su artículo sobre el Espíritu Santo, dice: “El sacramento del bautismo se tiene que celebrar con tres inmersiones”.

La Iglesia en sus primeros tiempos no permitía el bautismo por aspersión, sino en los casos de sumo peligro. En caso de que llegara a vivir el bautizado por aspersión en caso extremo, se le prohibía recibir el Sacramento del Sacerdocio.

La Iglesia Occidental misma bautizaba en los primeros siglos del Cristianismo por inmersión, como es de notarse en los antiguos manuales litúrgicos que se conservan. La aspersión e infusión sólo fue permitida después del siglo XVI. El Sacramento de la confirmación, en la Iglesia Romana, lo confieren exclusivamente los Obispos y no se celebra inmediatamente después del bautismo, sino cuando llega el niño a la adolescencia. Se le unge con el Santo Crisma, y se le imponen las manos.

Sabemos, sin embargo, que estos dos Sacramentos: El Bautismo y el Mirron ( la confirmación ) nunca se dieron separados en la Iglesia Primitiva. Tanto los Sacerdotes como los Obispos lo administraban como se hace en la Iglesia Ortodoxa hasta la actualidad.

Dice el escritor eclesiástico occidental, Tertuliano, en su libor sobre el Bautismo, lo siguiente: “Después de salir de la pila del bautismo recibiremos el Santo Myron conforme a la antigua tradición”.

El Celibato del Clero

La Iglesia Romana exige insoslayablemente el celibato a su clero

Sin embargo, la Iglesia Primitiva nunca prohibió el matrimonio del Clero ni de los Obispos, el gran teólogo de la Iglesia, San Gregorio, fue hijo de un Obispo, como lo fueron otros grandes santos, pero la Iglesia, posteriormente y por razones sociales que no hay necesidad de comentar, determinó que los Obispos no fueran casados para que se alejaran de las obligaciones mundanas pudiendo así dedicarse a lo espiritual.

Mas es preciso aclarar este punto: Se aceptan desde el diaconado (y por ende en el sacerdocio) hombres solteros o casados. Si se trata de un hombre soltero una vez adquirido el estatus de diácono – y con mayor razón el de sacerdote – no puede contraer matrimonio durante su ministerio.

En efecto en muchas parroquias ortodoxas (sobretodo aquellas eslavas) la feligresía exige que el párroco sea un hombre casado, la fundamentación de esto es bastante lógica: Si un hombre casado puede mantener su hogar, puede mantener una parroquia.

Las Estatuas

Entre las diferencias de culto existe el de las estatuas. El Occidente Romano colocó estatuas en las iglesias. El Oriente Ortodoxo las rechazó y sigue rechazándolas dentro de los templos, basándose en la Palabra del Señor: “Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren” (Jn. 4:24). Y también: “…Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mt. 4:10). San Pablo nos dice: “El Dios que hizo el mundo… siendo Señor del cielo… no habita en templos hechos por manos humanas…” (Hch. 17:24)

La Santa Unción

La Iglesia Ortodoxa ora sobre el aceite para la curación de las enfermedades y remisión de los pecados. La Iglesia Romana considera que el aceite es para los moribundos y para los enfermos graves (de ahí el nombre de “Extrema-unción“), esto a pesar de que la Santa Biblia enseña que el óleo se da a los enfermos para su sanación espiritual y corporal,no existiendo esa disociación cuerpo-alma tan frecuente en la cultura occidental.

“Está alguno enfermo entre vosotros, llame a los ancianos de la iglesia, que oren por él ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo y el Señor lo levantará;…” Stg. 5:14-15).

La Eucaristía a los niños

En Occidente sólo se da la Comunión a los niños que han llegado al uso de la razón; si un infante muere, muere sin Comunión.

En Oriente se puede impartir la comunión desde que se es bautizado.

Los fieles de la Iglesia Occidental, de ordinario, sólo reciben el Pan Eucarístico, que no es fragmento de un solo Pan sino una Hostia; últimamente se permitió que en ocasiones especiales se recibiera el Pan y el Vino. Y San Pablo dice: “Siendo uno solo el pan, … pues todos participamos de aquel mismo pan”. “Por tanto… coma cada uno así del pan, y beba de la copa” (1a. Cor. 10:17, 11:28).

En la Iglesia Ortodoxa la comunión es con pan y vino, los fieles reciben del sacerdote o el Obispo un trocito de pan y vino mezclado en una cucharada que se reparte desde el cáliz eucarístico.

Las fórmulas Sacramentales

Por desgracia, los católicos romanos creen que la acción de los Santísimos Sacramentos reside en la persona del Sacerdote. Dice el Sacerdote: “Yo te bautizo”, “Yo te uno en matrimonio”, “Yo te unjo”, “Yo te perdono”.

El sacerdote Ortodoxo dice: “Se bautiza el siervo de Dios”, “Se unge el siervo de Dios”, “Se perdona el siervo de Dios”, porque la Iglesia Ortodoxa está segura que el medio principal en los Sacramentos es la Gracia Divina y no el Sacerdote que sólo es su instrumento. En otras palabras, la Iglesia Ortodoxa enseña que la acción de los Sacramentos está basada en la Gracia Divina y no en el Sacerdote, independientemente de su cualidad humana.

Conviene aquí mencionar que uno de los grandes doctores de la Iglesia Occidental, San Agustín, Obispo de Hipona, hablando sobre los Sacramentos dice: “Cuando el Señor perdonó a la mujer pecadora, no le dice “yo te perdono tus pecados”, sino, “…tus pecados te son perdonados” (Lc. 7:48).

Diferencias Administrativas

La Autoridad Máxima

La iglesia Ortodoxa considera al Concilio Ecuménico como Autoridad Máxima de todas las Iglesias. En tanto que la Iglesia Romana considera al Papa como la Autoridad Máxima de todas las Iglesias “Por encima de los Concilios Ecumenicos”. La Iglesia Ortodoxa basa su doctrina en lo siguiente:

Los Santos Apóstoles se reunieron en Jerusalén para estudiar las diferencias surgidas entre sí sobre los que vinieron al Cristianismo de los judíos y los que llegaron de los gentiles. Algunos de los Apóstoles consideraban que los gentiles tenían que integrarse al Cristianismo. Otros opinaban que adoptar primero la religión judía antes de integrarse al Cristianismo. Otros opinaban que estos deberían aceptarse directamente a la fe Cristiana. Sobre eso ninguno de los Apóstoles en particular tomó la decisión.

Se congregaron para que en conjunto se decidiera, lo que implica que todos Apóstoles tendrían que estar reunidos para hacerlo (Hch. 15). Y el Concilio decidió aceptar a los gentiles en el Cristianismo directamente, sin pasar por la circuncisión, puesto que el Cristianismo no es parte del Judaísmo sino una Religión independiente. Las Iglesias Cristianas en Oriente y Occidente, antes del cisma, se administraban de una manera conjunta y democrática y no con dictadura. Cuando había algunas diferencias o asuntos a nivel superior de una Iglesia, se reunía el Concilio Ecuménico, constituido por todos los Patriarcas y los Jefes de las Iglesias Autocéfalas, para estudiar todos los asuntos y tomar sus decisiones, siendo éstas Obligarorias para todos. El mejor testimonio de ello son los Siete Concilios Ecuménicos, cuyas resoluciones están reconocidas en Oriente y Occidente hasta la actualidad.

La Sucesión de Pedro

Occidente basa la Primacía del Obispo de Roma o Papa en que es el sucesor de Pedro y que Pedro fue el superior de los Apóstoles, apoyándose en Mateo 16:13, 16-18:

“Pregutó Jesús a sus discípulos deciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?… Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: “Bienaventurado eres, Simón, Hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo también te digo, que tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.

Este pasaje no significa lo que Roma trata de interpretar, la roca no es Pedro, sino la confesión de Pedro de que Cristo es el Hijo de Dios. La Iglesia esta construida sobre la Divinidad de Cristo viviente y no sobre Pedro, el hombre muerto. No puede ser la base de la Iglesia un ser humano sino Dios mismo, para que se cumplan las palabras de Cristo, que las puertas del Hades no prevalecerían contra ella, conforme a su promesa: “Permaneceré con vosotros hasta el fin”. San Pablo dice en su Primera Carta a los Corintios: “Y la roca era Cristo” (10:4).

El mismísimo San Agustín explicó este versículo en su artículo 270, con lo siguiente: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra que es tu confesión, que Cristo es el Hijo de Dios viviente, edificaré mi iglesia”. En su artículo 76 también dice: “Los que edifican sobre humanos dicen, yo soy de Pablo, yo soy de Apolos, yo soy de Pedro. Pero los que edifican sobre la confesión de Pedro y la Divinidad de Cristo, dicen: Yo soy de Cristo. Porque la Iglesia está edificada sobre Cristo y no sobre Pedro”.

El Escritor francés Andre Boreau hizo referencia a la explicación de San Agustín con lo siguente:

“Cuarenta padres de la Iglesia y grandes escritores explicaron el mencionado versículo igual que San Agustín, lo que quiere decir que la roca no es Pedro sino la confesión de Pedro de la divinidad de Cristo. Entre estos cuarenta se cuentan diez Papas. “.

Los mismos Apóstoles no aceptaron la superioridad de Pedro sobre ellos. San Pablo dice:

“El hombre es cabeza de la mujer como Cristo es cabeza de la iglesia” (Ef. 5:23).

Pablo no dijo que Pedro es la cabeza de la iglesia. Así también los Concilios Ecuménicos no aceptaron la superioridad papal. En el Credo se recita “Creo en una Sola, Santa, Católica y Apóstolica Iglesia”. La palabra Iglesia significa el conjunto, lo mismo que la palabra Católica, y no se refieren a una sola persona. Si los concilios Ecuménicos hubieran aceptado la superioridad del Papa, lo hubieran incluido en el Símbolo de la Fe, mas no fue así. Este Credo es aceptado por todas las Iglesias Cristianas hasta la actualidad.

El Derecho a la Primacía

El ceder el derecho, al Obispo de Roma, de la Primacía sobre los Obispos de Occidente, así como al de Constantinopla sobre los Obispos de Oriente, fue algo temporal y político, era privilegio de la Capital del Imperio.

Cuando Roma fue la capital del Imperio Romano, su Obispo tenía asiento a la derecha del Emperador, por lo que este lugar temporal le dio el privilegio de la Primacía sobre los demás Obispos de Occidente. Cuando Constantinopla se convirtió en la Capital del Oriente, su Obispo se sentaba a la derecha del Emperador o del Rey, por lo que, por este mismo privilegio temporal, alcanzó los mismos privilegios sobre todos los Obispos de Oriente.

Si hubiera sido motivo religioso, el Obispo de Antioquía hubiera tenido la Primacía sobre todos los Obispos de Oriente y Occidente, por ser el sucesor directo de los Apóstoles Pedro y Pablo, quienes fundaron la Iglesia de Antioquía antes que la de Roma. Hasta la actualidad, algunos de los Patriarcas de la Sede Apostólica de Antioquía, además de su nombre llevan el nombre de Pedro, por considerarse sus sucesores. Siguiendo con el aspecto religioso, la Primacía sería un derecho inequívoco del Obispo de Jerusalén sobre todos los Obispos del mundo, puesto que es él el sucesor de Nuestro Señor Jesucristo que es el Gran Fundador, legítimamente el Primero, de toda la Iglesia Cristiana, quien es inmensamente mayor que Pedro, que Pablo y que todos los Apóstoles juntos.

Nuestra Fe

El Credo o Símbolo de nuestra Fe es una oración en la cual están presentadas, con breves pero exactas palabras, las verdades fundamentales de la fe ortodoxa. El hombre sin fe es comparable a un ciego. La fe le permite al hombre obtener el conocimiento espiritual, que le ayuda a ver y comprender la esencia de lo que pasa a su alrededor, la razón de la creación, la finalidad de la existencia, lo que es correcto y lo que no lo es, hacia donde debe orientarse, etc.

Desde los tiempos apostólicos, los cristianos utilizaban los llamados “símbolos de la fe” (o credos) para recordar las mas importantes verdades de la fe cristiana. En la antigua Iglesia existían varios símbolos de fe sucintos. En el siglo IV, cuando aparecieron las falsas doctrinas acerca de Dios Hijo y el Espíritu Santo, se suscitó la necesidad de completar los símbolos de antaño.

El Símbolo de la fe que estamos tratando fue compuesto por los Padres del Primer y Segundo Concilio Ecuménico (universal). En el Primer Concilio Ecuménico fueron redactados los siete primeros artículos de este Símbolo, y en el segundo, los cinco restantes. El Primer Concilio Ecuménico tuvo lugar en Nicea en el año 325 de la era cristiana, con el fin de afirmar la verdadera doctrina acerca del Hijo de Dios en contraposición a la falsa doctrina de Arrio, que sostenía que el Hijo de Dios fue creado por Dios Padre. El Segundo Concilio Ecuménico fue celebrado en el año 381 en Constantinopla para afirmar la doctrina verdadera del Espíritu Santo en contraposición a la falsa doctrina de Macedonio, que había rechazado la divina dignidad del Espíritu Santo. De acuerdo con los nombres de las dos ciudades en las cuales se reunieron los Padres del Primer y Segundo Concilio Ecuménico, el Símbolo lleva en nombre de Niceo-Constantinopolitano.

El Símbolo de la fe se divide en 12 artículos. En el primer artículo se habla de Dios Padre; desde el segundo hasta el séptimo artículo se habla de Dios Hijo; en el octavo artículo, de Dios Espíritu Santo; en el noveno, de la Iglesia; en el décimo, del bautismo y finalmente, los artículos undécimo y duodécimo expresan la resurrección de los muertos y la vida eterna.

En la teología cristiana la cláusula filioque, o controversia filioque, hace referencia a la disputa entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa por la inclusión en el Credo del término latino filioque que significa: «y del Hijo».

La Iglesia Católica Ortodoxa (Iglesia Oriental) difiere de la Iglesia Católica Romana (Iglesia Occidental) en lo que expone el Credo Niceno acerca del Espíritu Santo. En la forma Ortodoxa (Oriental) se dice: el Espíritu Santo «procede del Padre». En la forma Católica Romana (Occidental) se añaden las palabras: «y del Hijo» (escrito en latín: filioque). La Iglesia Católica Romana confiesa una doble procedencia del Espíritu Santo: «que procede del Padre y del Hijo». La Iglesia Ortodoxa confiesa una sola procedencia «que procede del Padre».

Creo en Un solo Dios, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, y de todas las cosas visibles e invisibles.

Y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos; Luz de Luz, verdadero Dios de Dios verdadero, engendrado, no creado, consubstancial al Padre, por quien fueron hechas todas las cosas.

Quien por nosotros, los hombres, y para nuestra salvación, bajó de los cielos, encarnó del Espíritu Santo y de María la Virgen, y se hizo Hombre.

Fue crucificado también para nosotros, bajo Poncio Pilatos; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras; subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre, y vendrá segunda vez, lleno de gloria, a juzgar a los vivos y a los muertos, y su Reino no tendrá fin.

Y en el Espíritu Santo, Señor y Vivificador, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo es juntamente adorado y glorificado, y que habló por los profetas.

Y en la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica. Confieso un solo bautismo para la remisión de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero.

Amén.

El Ayuno en la Iglesia Ortodoxa

Los siguientes son días y períodos de ayuno:

• Todos los Miércoles y Viernes, excepto por aquellos anotados abajo;

• El día anterior a la Fiesta de Teofanía (5 de Enero);

• Semana del Queso (la última semana antes de Cuaresma, donde la carne y el pescado están prohibidos, pero productos lácteos son permitidos incluso los Miércoles y Viernes);

• Gran Cuaresma (Desde el Lunes de Inicio de la Cuaresma hasta el Viernes antes del Sábado de Lázaro, aceite de oliva y vino están permitidos los fines de semana);

• Gran Cuaresma y Semana Santa (Note que la Gran Cuaresma y Sábado Santo es un período de estricto ayuno, durante el cual los fieles se abstienen de aceite de oliva y vino).

• Ayuno de los Santos Apóstoles (desde el Lunes después del Día de Todos los Santos hasta el 28 de Junio, inclusivo);

• Fiesta de la Dormición de la Theotokos (Del 1 al 14 de Agosto, excluyendo el 6 de Agosto, donde pescado, vino y aceite de oliva son permitidos);

• La decapitación de San Juan Bautista (29 de Agosto),

• Exaltación de la Santa Cruz (14 de Septiembre); y

• Cuaresma de Navidad (15 de Noviembre al 24 de Diciembre, aunque pescado, vino y aceite de oliva son permitidos, se exceptúan los Miércoles y Viernes, hasta el 17 de Diciembre).

Los siguientes son días de ayuno en los cuales pescado, vino y aceite de oliva son permitidos:

• La fiesta de la Anunciación de la Theotokos (25 de Marzo, a menos que caiga fuera de la Gran Cuaresma, en la que toda comida esta permitida);

• Domingo de Palmas;

• La Fiesta de la Transfiguración (6 de Agosto); y

• La fiesta de La Entrada de la Theotokos en el Templo (21 de Noviembre).

En los siguientes días, todas las comidas son permitidas:

• La primera semana del Triodion, desde el Domingo del Publicano y el Fariseo hasta el Domingo del Hijo Pródigo, incluyendo Miércoles y viernes;

• Semana Diakainisimos (o Radiante), la siguiente del Domingo de Pascua,

• La semana siguiente de Pentecostés; y

• Desde la Fiesta de la Natividad del Señor (25 de Diciembre) hasta el 4 de Enero.

La Iglesia Ortodoxa: Esencia y misión

Obispo_Ignacio_SamaanPor Obispo Ignacio Samaán

«Ortodoxia»

El término griego ορθοδοξία «ortodoxia» es derivado de dos palabras: ορθή (orthy) que significa «recto», y δοξα (doxa) que tiene los siguientes sentidos: dirección, doctrina, enseñanza, concepto común y gloria. Dicho término fue usado en el lenguaje eclesiástico a partir del siglo IV para indicar la fe recta frente a la herética. El primer Concilio Ecuménico, celebrado en el año 325, determinó la doctrina «ortodoxa» sobre la divinidad de Cristo. En los siguientes seis Concilios Ecuménicos siempre se acudió a este término para significar la única y misma fe cristiana preservada de cualquier desviación. Entonces la palabra «ortodoxo» se referiría a lo mismo que la palabra «católico» καθολικός (κατά όλον) que significa «según todos», lo que indica la fe acordada y confirmada por todos. Por eso, ambos vocablos, durante el primer milenio, no formaban nombres propios de diferentes confesiones –como lo son hoy– sino, más bien, calificativos de autenticidad de la fe.

Occidente y Oriente

La separación eclesiástica entre Oriente y Occidente sucedió oficialmente en el año 1054. En realidad, había iniciado paulatinamente mucho tiempo atrás (desde el Siglo IX). El distanciamiento político, cultural y religioso pavimentó esta separación, cuyas causas inmediatas fueron las dos siguientes:

1. El «Filioque»: frase latina que significa «y del Hijo». Fue añadida en España, en el siglo VI, al Credo Niceno-Constantinopolitano, determinado en los Concilios primero y segundo, «Creo en el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo.» Esta añadidura, adoptada por Roma, fue rechazada por los otros cuatro patriarcados que estaban en el Oriente (Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén).

2. La autoridad Papal:  el Papa tenía autoridad espiritual y eclesiástica directa sobre las iglesias del Occidente –y además autoridad política– siendo la única cátedra de origen apostólico en Occidente; mientras en el Oriente, varias ciudades gozaban de tal privilegio, así que nadie tenía autoridad sobre el otro. En realidad, la autoridad únicamente la tuvo el concilio de los obispos, conforme a la Tradición apostólica1. En el Oriente, hasta el día de hoy, ha dominado el concepto de «primus inter pares»: el Patriarca en el sínodo local es primero entre iguales, que preside pero no manda, y el Obispo de Roma, para el Oriente, debía ser un primero entre iguales2. La cabeza de la Iglesia es Cristo Dios, Él es la única Piedra inmortal sobre la cual la Iglesia está edificada.

Profundizaron la separación, aún más, las Cruzadas con las que el latinismo hirió al ya entonces hermano pobre y quiso esclavizarlo, mas lo único que consiguió fue odio y resentimiento. Y los orientales miraban las tradiciones del occidente con mucho rechazo, tal como el celibato obligatorio de los sacerdotes, la celebración de la Eucaristía con pan ácimo, el bautismo con la aspersión en lugar de la inmersión, entre otras.

Énfasis en la espiritualidad ortodoxa

Causa y resultado, a la par, del gran Cisma ha sido el distanciamiento en la visión religiosa y espiritual de la creación en su relación con Dios; un proceso que tuvo origen en los diferentes enfoques de las dos escuelas de Teología, Alejandría y Antioquía. Mientras en aquella se acudió a las interpretaciones alegóricas enfatizando la sublimidad de Dios, en Antioquía la cercanía a Tierra Santa –es decir, a la certeza de los acontecimientos salvíficos realizados– conservó cierta adhesión a la teología de la Encarnación. Por lo que la Iglesia en el Oriente, siguiendo los métodos de la escuela de Antioquía, permaneció lejos de la tendencia platónica y dualista de la escuela de Alejandría, y guardó a la creación material su porción en la obra redentora, deferencia que podemos observar en las siguientes definiciones:

a) Filosofía y teología: La filosofía ha sido una pluma con la que los Padres de la Iglesia determinaron en fórmulas las categorías de la fe. Pero nunca será el medio para alcanzar el conocimiento de Dios. «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.»3 Entonces, es alcanzado por la purificación y no por la filosofía. El iluminado quizás filosofa para expresar su fe, pero no es su única expresión. Por eso, en la formación ortodoxa, las clases de filosofía no son anteriores a las de Teología sino incluidas: la teología usa la filosofía, pero la segunda no sondea la primera, pues la teología es sondeada por la oración y el ayuno, por la lectura sagrada y la virtud. Todo estudio teológico procura encauzarse en este «camino».Tres jóvenes, al haber recibido la maestría en Teología, visitaron al padre Paísio en el Monte Athos4. En medio de la charla, él les preguntó lo que hacían. Contestaron: «Somos teólogos.» El padre Paísio comentó con un humor constructivo: «Sabía que los Teólogos son tres –se referiría a los santos Juan evangelista, Gregorio y Simeón el Nuevo Teólogo–, pero he aquí que ya son seis.»

b) Lo material y lo espiritual: lejos del dualismo platónico, la teología ortodoxa ha conservado la línea bíblica de la transfiguración de la materia: «¿No sabéis que vuestro cuerpo es Templo del Espíritu Santo?»5 Dios se ha encarnado para santificar al mundo y a su materia, o sea, para espiritualizarlo; entonces no hay dualismo entre cuerpo y alma, el hombre está destinado a la santidad con todo su ser. La materia en sí es neutral, pero su uso la califica como espiritual (según el Espíritu de Dios) o carnal (según la concupiscencia); el uso es el que clasifica las cosas entre sagradas o profanas. Un monje de la congregación de San Juan, me platicó esta anécdota personal: estaba yo –dice– en la isla de Patmos visitando la cueva donde moraba el santo patrono de la congregación, san Juan el Teólogo; me concentraba en la oración al Santo cuando un ruido inoportuno la interrumpió: he aquí un monje ortodoxo que realiza una actividad ruidosa innecesaria y perturba mi silencio. Traté de ignorarlo y concentrarme más en la oración; al instante, el hombre, vestido todo de negro, me llama y me regala un pedazo de piedra que estaba cortando de la cueva del santo, como una bendición que pudiera yo llevar conmigo. Lo que pensé fuera ruido y desafinación a mi silencio era un gesto de veneración, de amor y de oración.

c) Sacramentos: Los sacramentos (misterios) son puertas por las que el cristiano entra a la vida celestial6, ventanas hacia el Reino de Dios. Lo misterioso de los sacramentos no consiste en que comunican a los iniciados con lo que no a los demás, sino en que permiten al hombre participar, por gracia, de lo que le es incompatible por esencia. En este sentido, el icono es un misterio, así como el canto sagrado, el agua bendita, etc. Pero el misterio de los misterios es la Divina Liturgia, en la que la Iglesia se realiza como el Reino de Dios donde Él es el sentido verdadero de la vida. Cuando Vladimir, príncipe de Kiev, envió a unos embajadores para buscar y conocer la religión verdadera, ellos durante su gira pasaron a Constantinopla y se presentaron en la Liturgia en la Catedral de la Divina Sabiduría, y al regresar le describían su experiencia: «No sabíamos si estábamos en la tierra o en el cielo, porque sobre la tierra no ha de haber belleza semejante a lo que vimos, ¡es imposible describirlo! Lo que sí sabemos es que Dios mora aquí entre los hombres, y que su adoración en este lugar supera cualquier otro. Somos incapaces de ignorar esta belleza, y estamos seguros de que no podremos, después de hoy, seguir viviendo en Rusia de forma distinta.»

d) Arte eclesiástico y Tradición: El arte, entonces, es parte de la índole sacramental. El hombre de Dios cuando escribe, pinta, compone o canta, refleja la luz del Espíritu Santo. Por eso, la Iglesia Ortodoxa no está, como suele pensarse, en contra de la renovación, pero ésta surge de adentro: la renovación no es aplicada según lo que la era demanda, sino según el «Espíritu dice a las iglesias»7. El arte ortodoxo, con sus colores y expresiones, con sus reglas y cánones, procura escribir la única verdad: la santidad que transfigura al mundo en el Reino de Dios, en el lugar de su complacencia. La Iglesia Ortodoxa predica la fe «trasmitida a los santos de una vez para siempre»8 en Dios que se reveló a sí mismo y «puso su morada entre nosotros»9. El día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, y Él –como el mismo Jesús había dicho– «os guiará hasta la verdad completa»10. Esta misma verdad, revelada y trasmitida de una vez para siempre, ha sido expresada a lo largo y ancho de la historia con sufrimientos y martirios, con fórmulas dogmáticas determinadas por los siete Concilios Ecuménicos, y con homilías y experiencias de hombres de Dios que supieron cómo hacer del Evangelio la ley de su vida. Todas estas «revelaciones del Espíritu» en la Asamblea de los apóstoles, es decir, en la Iglesia, forman lo que es denominado «Tradición». En este sentido, la misma Biblia es parte de ella o, más bien, su piedra angular. Y ser ortodoxo es guardar y asimilar esta Tradición con el fin de transformarse en morada del Espíritu, en testimonio vivo de la Resurrección: en Tradición.

Oriente ortodoxo y misión

La Iglesia Ortodoxa llegó a Europa Occidental y a las Américas con los emigrantes que dejaron sus tierras en búsqueda de una vida digna o huyendo de las persecuciones, como la de los otomanos o del comunismo. La riqueza espiritual del Oriente cristiano se enfrentó con una tarea que, quizá por mucho tiempo y por varios impedimentos, había descuidado: esto es la misión.

La llegada de los ortodoxos al «Occidente» ha despertado muchos anhelos, y ha construido puentes con la cultura occidental. Es impresionante la iniciativa de editoriales católicas romanas en difundir y traducir la literatura ortodoxa contemporánea para darla a conocer en el Occidente; la Iglesia Romana, después de cientos de años de alejamiento, añora un regreso hacia la profunda teología de los Padres Griegos, teología fundada en las mismas Santas Escrituras.

Hay que apreciar y aprovechar los valores que el mundo occidental ofrece, de los cuales la mayoría de los regímenes en el Oriente carece: tolerancia, apertura hacia los demás y libertad de creencia,una visión profundamente cristiana hacia las relaciones humanas. Concluyo con las palabras de un teólogo ortodoxo de origen ruso en Estados Unidos, el padre Alexander Shmeman, aplicándolas a toda misión ortodoxa en el Occidente: «Hay en la cultura americana un elemento básico que hace posible que la Ortodoxia no nada más exista simplemente en América, sino que verdaderamente esté dentro de la cultura americana, en una correlación creativa con ella.»

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1 Véase Hch 15:6-29

2 Cabe mencionar que la primacía de Roma, otorgada en el Primer concilio 325, se originó en razones políticas y administrativas y no religiosas; si no, la primacía hubiera sido de Jerusalén. Véase los siguientes cánones: 6°. Canon del 1er. Concilio Ecuménico (325) / 3°. Canon de 2°. Concilio Ecuménico (381) / 28°. Canon del Cuarto Concilio Ecuménico (451)

3 Mt 5: 8

4 El monte Athos es la cuna más grande del monaquismo en la Iglesia Ortodoxa. Es una península en el norte de Grecia, cuyos casi 10 mil habitantes son exclusivamente monjes, de origen griego, ruso, rumano, chipriota, serbio y de todo el mundo ortodoxo. Oficialmente, el monaquismo en el monte Athos empezó en el siglo IX, y no ha cesado hasta el día de hoy. Se pueden observar en Athos los tres métodos monásticos: la vida cenobítica, en los 20 principales monasterios; la vida eremítica, donde el asceta vive solo; la vida esquítica, ermitas cercanas en cada una de las cuales viven de 2 a 10 monjes con su padre espiritual, y todos los ermitaños se reúnen el día del Señor en el templo que está en el centro del conjunto monástico para celebrar la Divina Liturgia. (Nota del Traductor) (N.T.)

5 1 Cor 6: 17

6 Consúltese Cabasilas, Nicolás, La Vida en Cristo, Madrid, Editorial Rialp Ediciones,

7 Ap 2: 17

8 Jds: 3

9 Jn 1: 14

10 Jn 16: 13

 

El ayuno y el perdón

 
Arch BoulosPor Monseñor Pablo Yazigi
Metropolita de Alepo (Siria)
Texto extraido de:
El Libro de la Palabra, Volumen I, Período del Triodion y Pentecostario, Edición de la Arquidiócesis de Alepo, 2006, pp. 43-45.

“Porque si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, también su Padre celestial les perdonará a ustedes” (Mt 6:14)

Este es el cuarto y último domingo de la temporada preparativa a la Gran Cuaresma, y mañana iniciamos el período bendito de la Gran Cuaresma.

ayuno0En el domingo “del fariseo y del publicano”, Cristo abre las puertas del arrepentimiento e inicia el camino que conduce a la Gran Cuaresma, que es la humildad. En el domingo “del hijo pródigo”, se fija la mirada hacia el Padre, la meta de la Gran Cuaresma. En el domingo “del Día Juicio y de la abstinencia de la carne”, se medita sobre la importancia del prójimo, porque con él se realizarán los “actos de amor”. Y hoy, en el domingo “del perdón”, se da al prójimo el beso de amor para iniciar el ayuno con alegría, reconciliándose con Dios y con el prójimo, y por consiguiente consigo mismo.

* * *

En los oficios y oraciones de este domingo, como así también en el pasaje del Evangelio (Mt 6:14-21), dos temáticas sobresalen. La primera temática se trata de la conmemoración de la expulsión de Adán del Paraíso, quien se había quedado allí llorando. Los himnos y las lecturas bíblicas comparan entre la situación paradisíaca y la situación posterior a la caída, la cual merece realmente el llanto y el arrepentimiento, algo que los himnos reiteran a menudo.

La segunda temática se trata del perdón, o sea pedir perdón a Dios y perdonar al prójimo. Sobre eso nos habla el pasaje del Evangelio, – sobre el perdón de Dios a nosotros, y nuestro perdón a los demás -, justo antes de tratar el tema del ayuno. A través de esta celebración, la Iglesia termina, con el perdón, este período de preparación e inicia la Gran Cuaresma.

Así ambas temáticas, la del llanto por la expulsión de Adán del Paraíso, y la de pedir el perdón de Dios y perdonar al prójimo, se reúnen en un solo tema, que es el ayuno.

¿Acaso no es el hecho de no haber obedecido a Dios y de haber transgredido el mandamiento de ayunar (N.T.: o sea no comer del árbol prohibido) que era la razón que causó la expulsión de Adán del Paraíso? Ahora, el ayuno es la herramienta que va a permitir la reconciliación entre los seres humanos y Dios: el ayuno nos brindará el perdón de Dios a cambio de nuestra transgresión.

* * *

Este domingo nos hace recordar dos eventos. El primero es la expulsión de Adán del Paraíso: es el momento de la separación entre Dios y el hombre, cuya imagen en la Biblia es dura, pues Dios ha puesto un ángel para vigilar la puerta del Paraíso con una espada de fuego en su mano. Es una imagen que deja a entender que la puerta está cerrada ante cualquier intento de reconciliación con Dios, después de que Adán y Eva se descuidaron de “ayunar”. El segundo evento es un anuncio y anticipo del perdón de Dios, otorgado con la esperanza de que los hombres se perdonaran para que se cumpliera completa y definitivamente el perdón divino, como menciona la Biblia claramente. Este será el momento de la “reconciliación” con Dios.

Nos reconciliaremos con Dios por medio del ayuno, el cual hemos de empezar perdonando al prójimo y reconciliándonos con él. Puede ser que sea más fácil ayudar a un pobre o compadecer con un extranjero. Pero lo más difícil es perdonar a nuestro prójimo, – el perdón entre fieles y prójimo -, pues la reconciliación ocurre cuando el amor llega realmente a superar nuestro amor a nosotros mismos y a toda dignidad personal. Es la prueba de que hemos puesto al prójimo no sólo por encima de algunas de nuestras posesiones, sino también por encima de nuestra dignidad, porque, al reconciliarnos con nuestro prójimo, logramos complacer al corazón divino y sentir la paz.

Por ello, la Iglesia estableció en su culto, – y el culto es la forma visible y práctica de vivir la fe -, que todos los cristianos se reunieran en el oficio de las Vísperas del domingo “del perdón”, para que los fieles intercambiaran, al final del oficio, el beso fraterno entre ellos y se abrazaran los unos a los otros, signo de reconciliación y de amor verdadero. Es que la tradición en las Iglesias Ortodoxas prevea que el obispo junto a todos los sacerdotes y fieles se congregaran, en la tarde de aquel día, para celebrar el oficio de las Vísperas, y que se pidieran mutuamente los unos a otros el perdón a fin de iniciar la Gran Cuaresma con alegría y fuerza.

* * *

Después de tratar la necesidad de perdonar al prójimo para obtener el perdón de Dios, el texto bíblico trata el ayuno, el cual debe estar acompañado con señales de alegría y no poner “cara triste” para parecer a la gente que estamos ayunando.

Sí, la Cuaresma no es un período en el que nos torturamos, ni que nos castigamos, tampoco se trata de “pagar” nuestras deudas a Dios. La Cuaresma es el período en el que predomina el amor fraterno, y el sentido de amor a Dios y la luz recibida de Él. El ayuno es el período en el cual nos llenamos de la gracia divina derramada en nuestros corazones y nos alegramos de la presencia de la Gracia en nosotros, a tal punto que “olvidamos de comer nuestro pan” (Salmos 102:4). La Cuaresma es el período en el cual no vivimos compitiendo por un pedazo de pan; es un período en el que nuestro “pan de cada día” se convierte en el pan de los ángeles – es decir la alabanza -, y también en dar a comer al prójimo – es decir el amor.

* * *

Así nos exhorta el oficio de las vísperas celebrado aquel domingo a la tarde: “Empecemos el período del ayuno con gozo, dejándonos libremente a nosotros mismos correr en el sendero de la lucha espiritual; purifiquemos nuestra alma; purifiquemos nuestro cuerpo ayunando de las pasiones tal como ayunaríamos de los alimentos. Gocemos, pues, de las virtudes del Espíritu”.

He aquí un tiempo propicio, he aquí el período del arrepentimiento, el cual podemos empezar con una palabra – “¡Perdóname, hermano mío!” -, e iniciar, con nuestro prójimo, la Gran Cuaresma con el beso de paz. Amén.

 

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