Sacramentos

El Sacramento de la Pinitencia y la Confesión


Concepto de Sacramento

Un sacramento es la verdad oculta a los ojos de los que no creen, pero que es comprendida en la comunión de la Iglesia. Nicolás Cabacilas describe los Sacramentos como canales celestiales por los cuales el Señor introduce a los fieles en su Reino; son una puerta abierta por la cual entramos a la Presencia del Señor. Podemos decir que el Sacramento, en la mentalidad ortodoxa, es toda acción realizada por el Espíritu Santo con el fin de edificar a la comunidad.

La Penitencia

La palabra penitencia tiene aquí el mismo significado que la palabra griega µet????a, que se traduce literalmente como cambiar el pensamiento, la filosofía o la conducta. Así pues, se está proponiendo un cambio en la vida y la conducta de la persona; un transformación que no es sino el retorno a su estado natural en el que la comunión con Dios está a su alcance.

Los Padres de la Iglesia afirman que la penitencia es constante a lo largo de la vida. San Isaac el Sirio dice: “La penitencia es necesaria para cualquiera que procura la salvación, sea pecador o justo, porque la perfección no tiene límites. Aun la perfección de los espiritualmente avanzados mengua, por eso la penitencia no cesa sino hasta la muerte.” En otras palabras, no nos arrepentimos por haber violado ley alguna, sino porque anhelamos siempre a Dios; pecamos no al transgredir algún mandamiento divino, sino porque carecemos del amor del Señor.

Este primer paso, que es el más difícil, consiste en que el hombre confiese interiormente que ha pecado. Dice san Isaac el Sirio: “el hombre que confiesa su pecado es más grande que el que resucita a un muerto.” Se debe entonces examinar el alma con toda franqueza, sinceridad, sencillez y profundidad. La Iglesia ha recomendado que aprovechemos las cuatro temporadas de vigilia y, en especial, la gran Cuaresma, para realizar este autoexamen, a fin de conseguir la Gracia que nos facilita ver nuestros pecados con toda su fealdad y frecuencia. La ayuda para esta práctica nos la proporciona la pericia de los expertos en la penitencia, los santos de la Iglesia, así como también la oración y la lectura espiritual.

La Confesión

La confesión es la expresión de la penitencia sucedida previamente en el alma; el arrepentimiento acaecido en el profundo del interior del hombre es lo que lo estimula hacia la perfecta confesión.

La Iglesia primitiva administraba el sacramento de la Confesión comunitariamente ante toda la asamblea, pero posteriormente y por razones pastorales, a partir de un mandato del patriarca de Constantinopla, Nectario, la práctica comunitaria de la confesión fue disminuida en dicha ciudad, y gradualmente en los demás patriarcados. De esta manera, se definió que la confesión de los pecados al sacerdote se realizara individualmente, debido a que el presbítero, aparte de atender la Confesión, guía y educa. En este contexto el sacerdote representa la comunidad, eleva su oración y confirma la reconciliación.

La confesión ante el sacerdote

Con frecuencia se plantea esta pregunta: ¿No es suficiente confesar nuestros pecados ante Dios?, ¿acaso es necesario hacerlo ante un sacerdote?

Dice Santiago en su epístola: “Confesaos mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados.” (St. 5, 16) Puesto que el hombre se arrepiente ante Dios y ante los hermanos, la penitencia es aceptada en la Iglesia, ya que la reconciliación con Dios se realiza en la comunión de su Cuerpo, es decir, en la Iglesia. San Doroteo de Gaza dice que quien no tiene un guía en su vida espiritual asemeja a una hoja en el otoño que, al ser privada del alimento del árbol, se seca y cae de la rama, y en consecuencia es pisoteada y menospreciada. El Libro de los Proverbios dice: “Al que encubre sus faltas, no le saldrá bien, el que las confiesa y abandona, obtendrá piedad.” (28, 13)

La Gracia del Espíritu Santo desciende en el Sacramento efectuando el don que el Señor ha dado a la Iglesia por medio de los Apóstoles “Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.”(Mt. 18, 18) Esto no se debe entender desde una perspectiva jurídica, pues lo sucedido no es una acción estática, sino que Cristo ha dado a los Apóstoles un carisma espiritual para guiar a las almas al arrepentimiento. Por esta razón, no es el sacerdote quien otorga el perdón, sólo es quien administra el Sacramento, y eso lo que dice al confesado: “Hijo espiritual, yo, miserable y pecador, soy incapaz de perdonar los pecados, Dios es quien perdona los pecados [...]”

La práctica ortodoxa del Sacramento

Como ocurre en la práctica ortodoxa de todos los Sacramentos, en el de la Confesión, el sacerdote no emplea la fórmula: “Yo te absuelvo de tus pecados”, sino que pide humildemente que el Señor acepte la confesión de los fieles: “Oh Señor Dios nuestro, quien has concedido a Pedro y a la adúltera el perdón de los pecados por medio de las lágrimas, y has justificado al publicano cuando reconoció sus culpas, acepta la confesión de tu siervo (N) [...] pues a Ti sólo pertenece el poder de remitir los pecados [...]”

El padre confesor es hombre de oración que tiene paz interior, por lo que puede instruir a los creyentes en el camino del Señor. Por eso la Confesión se entiende como un contacto personal entre padre e hijo, en el que no hay necesidad de separadores ni de confesonarios; basta tener en esta reunión el icono de nuestro Señor Jesucristo que confirma su Presencia. Es bueno tener vergüenza por el estado pecaminoso que tenemos, pero aun es mucho más importante tener la humildad para confesarlo, y el deseo para corregir el camino “Dad frutos dignos de conversión”. (Lc. 3, 8)

La oración de la absolución es otorgada al confesado como un sello de alegría de la Gracia de Dios que lo acompañará en su lucha espiritual, y no es, por tanto, un medio mágico de justificación. Por eso, la costumbre de pedir absolución sin confesarse adecuadamente es ajena de la Tradición; vemos que el sacerdote recita en una oración del oficio: “[...] no te preocupes cuanto a los pecados que has confesado, sino que vete en paz.” Únicamente en ocasiones de enfermedades graves o mentales se otorga la absolución sin previa confesión.

La frecuencia de la Confesión

La Iglesia nos estimula a practicar la Confesión frecuentemente, porque haciéndolo descubrimos la profunda alegría de la penitencia, en cambio, la negligencia en frecuentar el Sacramento, nos hace perder la armonía de nuestra marcha espiritual. Por la Confesión, las ventanas del alma se abren y así aceptamos con humildad y agradecimiento la luz de Cristo que penetra e ilumina cualquier oscuridad.